CÚCUTA.- El anunciador llama a los siguientes competidores para que estén listos, porque en pocos minutos deberán actuar. Los muchachos terminan el calentamiento, alisan el uniforme y caminan (o ruedan) sin prisa hasta la puerta de ingreso a la pista. Solo miran hacía adelante y se disponen de cuerpo y espíritu para alcanzar la gloria.
El resto de las delegaciones, que han tomado asiento en los graderíos o en el piso del patinadero Enrique Lara Hernández, se aprestan a animarlos. Han llegado de buena parte de Colombia a competir, a ganar y a disfrutar el campeonato nacional. Y han conseguido esos tres objetivos, porque se ven alegres.
Los patinadores toman posición en la línea de largada. Cada uno escoge un cuadrado, tuercen los patines y se inclinan a la espera del pitido que anuncia la largada. A un costado del hombre del silbato está la encargada de hacer sonar la campana para alertar a los competidores cuando falta una vuelta para concluir el recorrido.
Los jueces están estratégicamente apostados para detectar fallas y dar el veredicto. Más al centro de la pista aparecen los encargados del trabajo electrónico. Quedan segundos para la partida. De lejos no se nota si los atletas están nerviosos, pareciera que no, porque están preparados para estos retos. Pero la procesión va por dentro.
Se escucha el pito y los jóvenes comienzan a devorarse los metros de la pista a la mayor velocidad que les dan las piernas. Aparece la primera curva con la dificultad que impone para tomarla, en la recta es la recuperación para tomar la segunda curva y de nuevo a la recta. Las ruedas van al máximo y se deslizan sin hacer ruido.
El trayecto, visto desde afuera, es corto. Mientras los patinadores dan las zancadas para cubrirlo ocurren hechos que los hacen llorar. Las caídas dejan huellas imborrables. Las piernas, los brazos, las mejillas están laceradas. Las licras se destrozan al contacto con el suelo azul y los sueños se desvanecen mientras el cuerpo se desliza por inercia.
El altoparlante anuncia la amonestación para uno de los competidores. En las tribunas se escucha el lamento. En la pista continúa la carrera. Al cruzar la meta, de nuevo el anunciador transmite el veredicto de los jueces. Este patinador ha sido descalificado y pierde la posición lograda en la competencia. Mala pasada de la velocidad. Son faltas cometidas por el impulso que se lleva, no son intencionales. Pero la decisión está tomada.
Nueva competencia y el rito se repite. Ahora, los protagonistas son los acompañantes. Desde el puesto que ocupan en los graderíos comienzan la gritería para llamar la atención del chico o la chica que va a millón en procura de hacer el mejor tiempo y pasar a la siguiente roda.
“Por arriba”, “manténgase”, “por abajo”, “ataque, ataque”. Son esas voces con carácter de orden que salen de buena parte de los aficionados y los atletas que no están en competencia. “Bien, bien”, “vamos, falta poco”, “duro, duro, por arriba”, son frases despachadas en paisa, costeño, santandereano, cachaco, pastuso. Una verdadera Torre de Babel a lo colombiana.
¿Al ritmo que van en la pista si escucharán lo que les dicen? ¿O solo oirán el ruido exterior? Así es como se vive el Interligas Nacional de Patinaje, en Cúcuta. Solo falta que el público local se acerque al patinadero y disfrute del espectáculo. El anunciador da 20 minutos para comenzar otra prueba. Los jóvenes se aprietan los cordones, ajustan las ruedas, abotonan el vestido. Ahí van de nuevo a luchar por las preseas dorada, plateada y cobriza.
RAFAEL ANTONIO PABÓN
rafaelpabon58@hotmail.com
el patinaje tiene que ser olímpico,ahí disfrutaremos de la calidad de nuestros deportistas,muy acertado en su visión periodística,desde un ángulo humano