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Crónica. Víctimas de minas antipersonal marcharon en Cúcuta

CÚCUTA.- A Sacha le falta la pata delantera izquierda, a Wilfredo le cambiaron parte de la pierna derecha por una prótesis y a Siervo se le dificulta caminar. Los tres son víctimas de las minas antipersonal enterradas en suelo de El Catatumbo.

Los dos hombres son conscientes del daño que los guerrilleros les ocasionaron al dejar el artefacto explosivo escondido. Ambos sufrieron el dolor de perder una extremidad. Juntos caminaron, este 4 de abril, para sensibilizar a los actores de la guerra que esa no es la manera de actuar en el conflicto armado.

La perrita de pelambre rojizo no conoce de tristezas. Solo renguea al caminar junto al soldado encargado de cuidarla y pasearla, ahora que está pensionada y que no volverá a la selva junto a los militares para olfatear minas y desenterrarlas.

El militar Wilfredo combatía al frente 33 de las Farc, en El Catatumbo. En el avance de la tropa pisó el artefacto. El hecho ocurrió el 28 de abril del 2005. Al explotar la mina quedó aturdido y sin saber las consecuencias de lo ocurrido. Las imágenes pasaban en cámara lenta y pensó que había muerto.

En medio del traqueteo de las armas quiso ponerse de pie para continuar el combate. En ese momento entendió la gravedad de la lesión. Se miró y vio que le faltaba la mitad de la pierna derecha. “Cerré los ojos y dije ‘ahora sí que estoy jodido’”.

De ese lamentable hecho se van a cumplir ocho años. A veces, cuando recuerda aquel día y de mira la pierna, llora. El dolor sicológico lo acompaña, a pesar del tratamiento al que se sometió para recuperarse y que incluye terapias.

“Hay que saber afrontar los problemas”, dijo este hombre que desempolvó el uniforme camuflado para marchar a favor de las víctimas de las minas. Para olvidar lo sucedido se fijó metas. Tiene la pensión del Ejército, estudia en el Sena sistemas y a mitad de año ingresará a la universidad para prepararse en el diseño de software.

El 38 por ciento de las víctimas de minas antipersonal corresponde a la población civil. Niños, jóvenes y adultos, hombres y mujeres, engrosan el listado de lisiados por culpa de los artefactos utilizados por la guerrilla para neutralizar el avance de la tropa.

Siervo Antonio trabajaba con la familia en una finca cafetera y ganadera del corregimiento Tres Aguas. La vida era normal mientras se dedicaba al campo. Un día esa pasividad cambió, y para siempre. Hoy, vive en la ciudad como desplazado, la guerrilla lo expulsó del predio, le falta parte de la pierna derecha y preside la Asociación de Víctimas de las Minas Antipersonal.

Hace 11 años, una comitiva gubernamental visitó Filo Gringo. Los señores llegaron a la finca y Siervo se unió al grupo. El destino lo había escogido para que fuera el desdichado que pisaría la mina. La explosión le cercenó la extremidad inferior. Era domingo.

El problema lo llevó a empezar la vida desde el cero que pocos quieren recordar. En este tiempo ha recibido ayuda del estado, la indemnización económica, las prótesis y el respaldo para desarrollar proyectos productivos.

El anhelo es buscar un camino para proyectarse de nuevo y servir de apoyo para quienes caigan en desgracia. “Las cifras seguirán creciendo”, lo dijo sin amargura, pero sí con el conocimiento de causa. Desde 1990, han caído 730 civiles y militares en la trampa tendida por la guerrilla. Este año, los casos han proliferado en El Tarra, Convención, Campo Dos, Sardinata y otros pueblos menores.

El 62 por ciento de las víctimas de las minas corresponde a personal uniformado. Las cifras no dan cuenta de los animales que caen y sufren mutilaciones. En el desfile de ayer, llamó la atención Sacha. Parte de la extremidad delantera izquierda la dejó en el monte mientras cumplía con la función para la que fue entrenada.

Buscaba artefactos enterrados y antes de encontrarlos uno le ganó la batalla y  explotó. Cumplía un patrullaje normal en El Catatumbo. Ahora, está pensionada y aguarda que una familia buena la acoja en su casa.

Sacha, Wilfredo y Siervo escucharon los aplausos que retumbaron en el coliseo Toto Hernández, hasta donde llegó la caminata luego de recorrer largas cuadras. Las autoridades civiles y los superiores de la fuerza pública los saludaron. Los medios de comunicación los entrevistaron.

Esas actitudes no los harán olvidar que un día perdieron parte del cuerpo al pisar una mina. La memoria repite constantemente el momento aquel y los lleva al delirio, al llanto y al desespero. Son víctimas inocentes de una guerra que cumple 50 años en Colombia.

RAFAEL ANTONIO PABÓN

rafaelpabon58@hotmail.com

 

Sobre Rafael Antonio Pabón

Nací en Arboledas (Norte de Santander - Colombia), educado y formado como periodista en la Universidad de la Sabana (Bogotá), gustoso de leer crónicas y amante de escribir este género periodístico, docente en la Universidad de Pamplona (Colombia) y seguidor incansable del Cúcuta Deportivo.

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