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La clase estaba por encima de cualquiera otra actividad. / Foto: caracteristicas.co

RESEÑA. ¿Profesores formadores o profesores formatores?

“Si seguimos haciendo lo que estamos haciendo, seguiremos consiguiendo lo que estamos consiguiendo.”

Stephen R. Covey

Éste escrito es producto de la realidad que vivo como profesor universitario; pero puede ser también la realidad de los profesores de la educación media y/o escolar primaria. Como todas las acciones humanas, y desde la ciencia social que quieran revisarla tendrá quienes lo respeten y compartan, o, simplemente, lo irrespeten y ridiculicen… reitero es la garantía que el mundo ofrece a quienes nos atrevemos a escribir.

Para los académicos, seguramente, tendrán en cuenta al filósofo griego Protágoras de Abdera cuando dijo: “Todo en la vida tiene dos caras”; para nosotros, los simplemente mortales, tomaremos al filósofo mexicano ‘Cuco’ Sánchez, quien afirmó: “No soy monedita de oro, para caerle bien a todos”.

El tema que me atrae es la educación, al fin de cuentas casi 30 años frente a tantas generaciones de estudiantes en la Universidad Francisco de Paula Santander de Cúcuta por 11 años, en la Escuela de Administración Pública (Esap) de Norte de Santander y Arauca, durante estos últimos 19 años y cerca de 5000 estudiantes frente a mí, contando unos 400 de la pandemia 2020-2021.

Y el tema educativo siempre rondando, sobre todo en la última década, de la calidad educativa. Calidad que hemos visto desvanecerse al descorrer el velo inexorable del tiempo. Y es en esa retrospectiva que me obligó a escribir porque eran tantas ideas revoloteando en el escenario sinérgico de mi cerebro.

No voy a ir a teóricos, ni a filósofos, ni a pedagogos, porque considero que en mis 64 diciembres he transitado por casi todos los caminos de la calidad educativa, por los senderos que tuve que divagar caminando para alcanzar de primero primaria hasta mi título de magíster en Fronteras e Integración. Soy el mejor sujeto de la historia para contarla, para recordar cómo nos educamos.

La primaria

La primaria en la escuela de La Salle de Cúcuta. Regida por los hermanos cristianos, entre los que había españoles, franceses, mexicanos y colombianos. La primera característica de calidad: el respeto. Cuando nos encontrábamos a los hermanos cristianos en los espaciosos pasillos debíamos detenernos y al tenerlos en frente pronunciar o “Buenos días o buenas tardes, hermano Carlos”, solo es un ejemplo. Solo después de que reiniciara el camino, uno podía reiniciar el propio. Imaginen las demás acciones educativas.

La segunda característica: la puntualidad. Las clases iniciaban a las 6:00 de la mañana… Recuerdo los tres toques de la campana que retumbaba en toda la escuela y que dejaba de sonar y todos estábamos debidamente formados por cada grupo y en frente el profesor titular. Solo hasta que revisaba las perfectas líneas de formación, la pulcritud en el peinado, oídos limpios, uniforme sin arrugas y zapatos brillantes por el cepillo y trapo que debíamos aplicarle para sacar el lustro de “espejo” que exigían. Una vez cumplida esta actividad, el titular se paraba en frente del grupo y en fila india le seguíamos al respectivo salón.

La tercera característica: el ejemplo. Era el profesor el primero que debía llegar, el mejor vestido, el que mejor llevaba los cuadernos de trabajo, el mejor hablado. Ahí, creo, sí había verdaderos maestros, con la sapiencia, paciencia, pulcritud, idoneidad, honestidad, respeto, disciplina y carácter. Hoy se notan todas estas deficiencias en muchos profesores.

La cuarta característica: el aprendizaje real. Todo lo que se teorizaba era inmediatamente llevado a la práctica. Recuerdo cómo aprendí a escribir y a leer. La a no sólo se teorizaba, tocaba escribirla en el cuaderno; los números no solo se teorizaban, se debían escribir y aprender sus nombres; los mapas no sólo se veían colgados de una puntilla, debíamos

dibujarlos con extremada precisión. Y las notas eran fiel reflejo de lo que aprendíamos. Los Hermanos Cristianos hacían constantes rondas para auditar la actividad del profesor.

La quinta característica: el tiempo, muy valioso. La clase estaba por encima de cualquiera otra actividad. Recuerdo: “acto de inicio de clases”, “misa el primer viernes de cada mes”, “Día de la madre”, “Día del profesor y del estudiante” y “acto de clausura en noviembre”. Conclusión, de lunes a viernes se iba a estudiar, ah, doble jornada.

Con estas características la calidad está garantizada. Ahí no había influencias, no había la constante premisa del permiso. Una ausencia era requerida por los padres de familia, igual que una eventualidad era constatada con el estudiante ausente presentándose al siguiente día con el acudiente, preferiblemente el padre.

La calidad se evaluaba por el logro de los objetivos propuestos para cada asignatura. No recuerdo formatos para nada, excepto la libreta de calificaciones. Un oficio o un memorando, considero, eran las únicas apariciones de formatitis.

La secundaria.

Me gusta el fútbol y había para la época dos colegios en Cúcuta fuertes en el tema: El Inem José Eusebio Caro y el Municipal de Bachillerato; así como para el basquetbol el Sagrado Corazón y el Salesiano. El deseo de jugar profesionalmente me llevó a que mis padres, José Joaquín (q.e.p.d) y Marina aceptaran mi inquietud. Se imaginarán el pliego de promesas que firmé y el manual de compromisos ineludibles que debía cumplir.

Nunca pude imaginar que los Hermanos Cristianos no eran más que verdaderos Hermanos, comparados con los coordinadores de disciplina del colegio. Todas las características anteriormente descritas, pero con una visión militar difusa que llevaba al irrespeto de parte del profesor hacia los estudiantes. Los continuos castigos, las palabras soeces, la agresión física con reglas de madera y la intimidación: “la próxima, llamamos a sus papás para que se lo lleven y lo pongan a pegar ladrillo”.

Aparecen los primeros formatos para justificar la ausencia a clases, las faltas de disciplina, la entrega de tareas, los permisos para los paseos, los permisos para ensayos de la banda marcial, la selección de futbol, el grupo de teatro, el grupo de danzas, los concursos estudiantiles, la visita al psicólogo y las enfermedades repentinas: gripe o diarrea. Los profesores sólo dictan clase un momento, porque tienen reunión de planeación curricular.

Aparecen las actividades de la asociación de profesores, director y junta de padres de familia. Vaya que hacían actividades: acto de inicio de clases, centro literario, semana santa, Día de la Madre, Día del Padre, Día del Profesor, Día del Estudiante, semana deportiva, visita a biblioteca, visita de invitados especiales, charlas, talleres, conferencias, semana de vacunación, Día del Amor y la Amistad, paseos al rio Zulia, viaje a la Costa de los bachilleres, rifa de apoyo para pintar el colegio… y no sé cuántas otras que no recuerdo, pero en las que los profesores tomaban parte activa. Todas sustentadas en sendos formatos.

La calidad se evaluaba por la participación en los eventos y aparecer en los formatos respectivos. El aprendizaje, bueno el que lograba el 3 pasaba la asignatura, no importaba cómo. Muchos pasaban por estar involucrados en todos los grupos posibles que pudiera estar. Por ser campeones departamentales en fútbol, por ejemplo, no permitía que se perdiera la asignatura, y así para los demás grupos que dieran representación al colegio.

El profesor “formatero”

En pandemia, y antes de la pandemia, aparecieron infinidades de formatos. Aquí hay formatos para cada actividad que tenga que ver con el proceso académico. Y la palabra planeación se convirtió en crear formatos de calidad.

El proceso enseñanza aprendizaje, desde primaria hasta las universidades, se evalúa por la capacidad que tenga el profesor para diligenciar formatos. El que lo haga con precisión y los entregue más rápido se convierte en el mejor docente calificado. Agreguemos que la temporada de pandemia nos envolvió con mayor arraigo en la formatitis. Ingresar a páginas ofertadas por internet, utilizar aplicaciones y diligenciar formatos es lo que se evalúa del profesor sin que haya evaluación al proceso de enseñanza aprendizaje que tan acertadamente llevaban a cabo los Hermanos Cristianos de la escuela de la Salle de Cúcuta.

De profesores formadores que orientaron las generaciones de extraordinarios profesionales, nos hemos sumergido en el rol de profesores formateros, sin medir efectivamente cuánto están anclando los estudiantes, qué logran hacer con lo que aprenden… y, lo peor, qué tan “buenas personas” son. A buenos entendedores, pocas palabras.

¡He dicho!

MAGÍSTER JORGE ELIÉCER BAUTISTA

Administrador Público – Especialista en Gestión Pública

jorgelibautrod75@gmail.com

Sobre Rafael Antonio Pabón

Nací en Arboledas (Norte de Santander - Colombia), educado y formado como periodista en la Universidad de la Sabana (Bogotá), gustoso de leer crónicas y amante de escribir este género periodístico, docente en la Universidad de Pamplona (Colombia) y seguidor incansable del Cúcuta Deportivo.

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