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En uno de los cruces de la Avenida Los Libertadores, Gabriel Alejandro Serpa trabaja al aire libre. Es otro de los jóvenes que no avizoró futuro en su país y tomó lo poco que le cupo en la maleta y partió en busca de bienestar. / Fotos: contraluzcucuta

CONVERSACIONES DE ENTRE CASA. Al menos 300 días del año los paso montado en zancos, Gabriel Serpa 

CÚCUTA.- El semáforo cambia a rojo. La camioneta detiene la marcha y por el vidrio panorámico se ven dos caritas que sonríen. Los niños muestran felicidad al ver una figura extraña, larguirucha, vestida con traje de colores vivos y sombrero dorado. De repente, la estatua cobra vida y salta al pavimento. Comienza a danzar. Los movimientos son rápidos y acompasados. La música sale desde el equipo de sonido colgado en la malla que cuida las casas del conjunto residencial.

En uno de los cruces de la Avenida Los Libertadores, Gabriel Alejandro Serpa trabaja al aire libre. Un día, impulsado por la situación política y económica que soporta Venezuela, decidió abandonar la vida normal que llevaba, junto a la familia, en Cumaná (estado Sucre – Venezuela). Es otro de los jóvenes que no avizoró futuro en su país y tomó lo poco que le cupo en la maleta y partió en busca de bienestar.

  • Esto es lo mío. Hacer arte en los semáforos. Hacer malabares es una iniciativa para seguir adelante y no quedarme en el sueño que he tenido de vivir de esto.

La preparación académica se estancó en último grado de la secundaria. A los 16 años, hizo a un lado libros y cuadernos y se lanzó a perseguir el ideal de ser artista. Ahora, cuando ha cumplido 22 años, ha tenido un poco de ese reconocimiento que desea alcanzar. Ha estado en varios lugares como animador de fiestas y reuniones, y algunas marcas lo han contratado como símbolo comercial.

Al hablar se le escucha con madurez. Pareciera que ha tenido profesores de expresión oral y filosofía. Las palabras salen con naturalidad y reflejan una imagen diferente a otros personajes que también están en el rebusque callejero. Está proyectado en lo que hace. La calle, por ahora, es el sustento, el salvavida, donde cubre las necesidades.

No tiene ambiciones de estudios superiores. En algún momento se apasionó por la cocina, quería trabajar en ese terreno. Al emigrar, el arte lo acaparó y comenzó a pensar cómo ganar dinero. Se ha preparado mediante curso y talleres, porque es actor de teatro, comediante y escritor.

  • Hago esto, más que todo, para crecer y me da tranquilidad para pensar que no estoy en lo mismo y que estoy cayendo en la mediocridad. Todo es un proceso.

Hay momentos en los que está arriba, la gente aprecia su arte, lo busca. También, hay días malos en los que las monedas no llegan en abundancia y debe regresar al hogar con las alforjas a medio llenar. Por eso, está seguro de que para vivir de esto le falta mucho.

El gusto por el arte es herencia paterna. El padre creó una fundación de arte y circo (1992) y ha sido el legado que le dejó. Cuando le llegó el momento de decidir el futuro, Gabriel no tenía este oficio como opción. El tiempo le enderezó los pensamientos y decidió quedarse en este mundo. Siente que tiene mucho margen de crecimiento y las expectativas no son quedarse para siempre a la sombra de los semáforos.

  • Trato siempre de mejorar y buscar qué es lo que la gente pide. Mi idea es ofrecer buen espectáculo, buen entretenimiento, buen traje, buen acompañamiento.

Ese mejoramiento, también, lo tiene enfocado hacia lo personal, a la disciplina, al compromiso con el público. En ese proceso camina, lento o a zancadas, como se lo determine la cotidianidad.

En Cumaná, de donde proviene, no creen que en Cúcuta haya conseguido un modo de vida. Allá, tienen la idea que esta ciudad solo sirve de paso, es la frontera y nada más. En cambio, Gabriel Alejandro, poco a poco, se ha acoplado. Todos los días se mira a los ojos con los cucuteños y desde cuando llegó no ha recibido malos tratos. Nadie lo ha insultado ni despreciado.

  • Cuando salgo al semáforo trato de hacer mi espectáculo. El que quiera colaborar, bien, nadie está obligado a verlo. Sería fino que todos estuvieran obligados a respetar lo que hago.

Ahí, mientras recorre el corto trecho para recoger los aportes voluntarios, ha aprendido a diferenciar las brechas socioeconómicas que separan a los cucuteños. En ocasiones, los ocupantes de los vehículos último modelo, que pareciera tienen cómo ayudar, no dan nada. En cambio, la familia que viaja en un carrito de modelo del siglo XX alarga un billete de $ 2000.

Estas escenas costumbristas diarias lo llevan a expresar que ‘Cúcuta es una ciudad de matices y parentescos locos’. Y explica. Las expectativas por la apariencia del vehículo en muchas ocasiones no concuerdan. Lo achaca al prejuicio que tienen los citadinos para con quienes trabajan en la calle. Y lo justifica con el cansancio que pueden tener por tanta población ambulante.

  • Siempre me va bien, con días buenos y días malos. Cada vez que salgo me voy con algo para la casa.

Los zancos son la prolongación de las piernas. Son parte de su cuerpo. Aprendió a montar a los 10 años, un accidente lo motivó a renunciar por cinco años. Y volvió a subirse en esos palos hace tres años. Al menos 300 días del año pasa montado en los zancos. En uno o dos días se aprende a caminar. Es fácil.

  • En zancos mido tres metros. Gano en altura 1,20 metros.

El semáforo cambia a verde y el vehículo parte raudo a cualquier destino. Los pequeños se llevan la sonrisa y el zanquero regresa al andén a esperar el siguiente turno para actuar con libertad.

RAFAEL ANTONIO PABÓN

rafaelpabon58@hotmail.com

Sobre Rafael Antonio Pabón

Nací en Arboledas (Norte de Santander - Colombia), educado y formado como periodista en la Universidad de la Sabana (Bogotá), gustoso de leer crónicas y amante de escribir este género periodístico, docente en la Universidad de Pamplona (Colombia) y seguidor incansable del Cúcuta Deportivo.

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