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La muerte indiscriminada de animales despertó inquietud entre los pamploneses.

CHARLAS CON… Asesino de las llamas en Pamplona rompe el silencio

Apreciados medios de comunicación.

En Pamplona es difícil que la información se omita debido a que circula libre de voz a voz, de tú a tú y de vecino a estudiante. Agradezco que, pese a la ausencia de medios tradicionales, el informar sea un compromiso mediante redes sociales y que la vigencia de una señal televisiva olvidada por los jóvenes y algunas familias se centre en un reto en tiempos de austeridad.

Si mal no recuerdo, el rating de las emisiones televisivas aumenta al igual que las métricas de redes sociales con algún imprevisto en la comunidad. Eventos como asesinatos (rara vez ocurren), maltrato animal, peleas callejeras en las horas nocturnas y diurnas registran bien en la opinión. Hay sucesos que se postergan y otros que se olvidan en la capa superficial de la información importante.

En las últimas semanas, y al final del 2014, (me imagino que) la visibilidad de sus medios de comunicación se elevó por encima de cualquier falencia ciudadana. Cubrieron el asesinato de la yegua ‘Paloma’ y de las llamas peruanas de la Feria. Gracias a esos acontecimientos se recargaron de comentarios y de  líderes de opinión que confían en su portal.

Ahora, soy o somos, los que ayudaron a elevar los comentarios en sus portales. Soy la persona que no ha sido capturada por la mediatización y de la cual no han podido informar debido a falta de pruebas. Soy, de hecho, el hombre que la comunidad en redes sociales llamó: ‘Desadaptado social’,
‘Bestia satánica animal’, ‘Ñero cuchillero’ y ‘Asesino de animales’. Me gustaría mezclar las últimas opciones, no obstante,  prefiero que me llamen: ‘El Asesino de Animales’.

Estoy seguro de que ustedes no han sudado la primera gota fría en el intento de buscar información y seguir la noticia. Me convenzo cada día de que en sus recuerdos viven los mamíferos muertos, que guardan fotografías con morbo ingenuo en la biblioteca personal de sus computadores, pero me estremezco al pensar que la amnesia cubrió la horrenda violación que le propinamos a ‘Paloma’, la yegua blanca, altiva, enferma y deliciosa.

He sido el que degolló a los patos en el Seminario Menor, el que apuñaló y violó a la yegua de la paz y el que disfrutó con los genitales y partes del cráneo de ‘Natasha’.

Debo decirles que la pasé increíble esas noches. Jamás me sentí omnipotente y seguro de mi capacidad de aniquilación. Cuando saqué el cuchillo de mi pantalón, aquellos animales pensaron en caricias y cuidados. La muerte de ‘Paloma’ fue algo insípida, no fue indomable como aquellos caballos en las películas del medio oeste; tenía expectativas y su poca resistencia fue un punto vacío. En cambio las llamas (¡desearía que estuvieran vivas!) fueron un espectáculo que me excita mientras escribo esta misiva.

‘Natasha’ corrió de un extremo a otro. En varias ocasiones me escupió y su saliva estremeció partes sensibles de mí. Despertó lujuria, poder, control y unas increíbles ganas de deshacer el mediano cuerpo en cada corte. ‘Lulú’ era la llama pasiva, se quedó firme ante el cuchillo mientras mis amigos la aseguraban con una soga.

Como veo que no tienen pistas sobre mí, les regalaré ‘información clasificada’, datos que nadie más sabe (consulté con mis amigos y aprobaron): En el momento de la violación no utilicé protección, no escatime en recursos de seguridad y menos me preocupé por  esconder las señales en la plaza de toros. El recuerdo me genera masturbación y la filia me lleva a buscar algunos mamíferos en las montañas para saciarme. A estos semovientes los llamo con cariño: ‘Martina’ y ‘Jacinta’; por supuesto, también tengo novia (debo pasar inadvertido en las plazas de la ciudad).

Con la escasa y (me atrevo a decir) nula investigación en la ciudad, las muestras de ADN no suponen un problema; si el crimen se hubiera perpetrado en otra ciudad utilizaría condón, una malla para el cabello, capucha y al llegar a casa quemaría la ropa para que no existan evidencias. Pero como es Pamplona, el crimen pasó inadvertido al comenzar la semana. Colecciono partes de mis víctimas ¿Lo habían notado?

De ‘Paloma’ guardo una oreja y una pezuña; de los patos y ovejas tengo el pico, plumas y lana; y de las llamas tengo sus ubres, ano y una parte del cráneo. Confieso que el ano junto al intestino grueso se ve fenomenal en formol. A menudo lo observo y me pregunto cómo se vería la cabeza de ‘Natasha’ sobre mi mesa de noche, sería una disección hermosa tipo Norman Bates, en la película Psicosis.

El señor Bates y yo tenemos características similares, nos encantan los animales de una u otra forma. Norman asesinaba por su madre, pero disecaba toda clase de mamíferos por placer. Decía “que se podía inmortalizar una posición o condición” ejemplo de ello, era el vuelo de un ave. Yo asesino para eternizar mi condición y enfrentarme al Bordeline, esa línea que separa la psicosis de la neurosis.

Me mostraba inseguro sobre lo que sucedería esa noche cuando visité por quinta vez a las llamas peruanas. Claro, había estudiado el lugar y sabía que no existirían elementos incriminatorios; sin embargo, un celador despierto o un vecino trasnochado pudieron cambiar las cosas. Pero soy un convencido de mi suerte y de mi preparación y véanme ahora, aquí, en medio de una redacción para que recuerden que los animales no estarán a salvo.

Muchas personas me dirán loco, enfermo, desadaptado. Comentarios que leí en redes sociales y que escuché en la concentración de la Noche de las Llamas, me alegraron la velada. Que evento tan bonito, lleno de romance, niebla, solidaridad y consignas. Sí, también grite en contra de ese desadaptado asesino y no creía que pudiera compartir escenario con animalistas, policías y con el propietario de las llamas. Es una lástima que ustedes no sintieran mi corazón a millón y mi entrepierna levantarse con cada vocal lanzada a la niebla.

Les diré que deseo volver a repetirlo. Camino  la ciudad a diario y sé que en la Avenida Celestino hay vacas que hurgan la basura sin preocupación alguna, también es entendible que con la muerte de estos semovientes le haría un favor de salud pública a la ciudad. ¿O que opinan de los perros que conocían y que ahora no están en la Plazuela Almeyda? Así como Norman, volveré a asesinar, no porque mi madre me lo ordene, sino por la emoción, poder y la adrenalina que me produce tantear la situación en un lugar despejado.

Lo haré porque creo que es positivo para mí y la ciudad (en realidad es más personal que social); con entereza la administración temblará y la comunidad se indignará por otro pato, caballo, zorro, perro o vaca con los órganos visibles y las partes mutiladas. A través de la obviedad llegaremos a algún acuerdo (por ejemplo, ser un asesino científico en la veterinaria de Villa Marina de la Universidad de Pamplona).

Con mis intenciones condensadas en estas páginas, desearía terminar con una reflexión: Nunca me atraparan por más vigilados que tengan a sus animales.

Sin otro particular,

El Asesino de Animales.

Pd: ¿Quieren ponerse en contacto conmigo? ¿Hacerme llegar sus opiniones? Prueben con el #AsesinodeAnimales. Seguro responderé y podremos llevar esta conversación a otro nivel.

ACLARACIÓN: ESTA CARTA NO ES REAL. La anterior misiva corresponde a un ejercicio de ficción que pretende mezclar la amnesia colectiva con el rol de los medios de comunicación y la seguridad en Pamplona.

Sobre Rafael Antonio Pabón

Nací en Arboledas (Norte de Santander - Colombia), educado y formado como periodista en la Universidad de la Sabana (Bogotá), gustoso de leer crónicas y amante de escribir este género periodístico, docente en la Universidad de Pamplona (Colombia) y seguidor incansable del Cúcuta Deportivo.

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