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JUSTICIA TRANSICIONAL. Historias que se repiten a diario

CÚCUTA.- El  25 de julio del 2008, Luis Argüello huyó del corregimiento Las Mercedes (Sardinata). La violencia que por esa época azotaba la región lo obligó a dejar la tiendita, como le decía, y los animales. Escapó solo con lo que tenía puesto, los dos hijos y la esposa para salvar la vida.

Esa es solo una de las historias que pueden escucharse en las largas filas que se forman todos los días en las afueras del Centro de Reparación y Atención  de Víctimas, seccional Norte de Santander. Relatos de dolor, tragedias, angustias y recuerdos que quedaron en la mente de miles de familias que decidieron abandonar la tierrita, como la llaman, dejar la vida e intentar comenzar de nuevo en la ciudad.

Esas son las imágenes que trascurren en este lugar, adonde llegan en promedio 300 hombres y mujeres en busca de ayuda del Estado, empleo, los salarios mínimos ofrecidos por el Gobierno o capacitación para aprender algún oficio, porque en la urbe no hay cómo cultivar, que es lo que sabe hacer la mayoría.

A las 6:00 de la mañana,  comienzan a llegar familias, madres cabezas de hogar con bebés en brazos, hombres que al ver su apariencia se sabe que son campesinos. El hablar, el acento y la inocencia revelan la triste historia del país. Durania, Sardinata, Ocaña, Santander y  de otros sitios llegan expulsados por la guerra que afronta Colombia hace más de medio siglo.

El día comienza a correr y la fila a cada instante es más larga. El sol despunta en el horizonte y los rayos calientan el lugar. Algunos visitantes, con ponchos o con improvisadas láminas de cartón,  cubren el rostros y a los bebés. Por fin llega el momento y la puerta de abre. Los que han pasado la noche a la intemperie defienden el espacio como no pudieron defender la tierra. Los celadores, como ordena el reglamento, revisan bolso por bolso, ni las pañaleras se escapan.

La procesión de los recuerdos avanza para tomar un turno y sentarse. Una vez más contarán las tristes historias del egoísmo humano, que a muchos los separo de la familia, como a Sandra, luchadora y trabajadora. La mirada expresiva y una sonrisa esconden la muerte del ser que engendró y que tuvo que ver cómo le arrebatan la vida. Su única opción fue huir.

El llanto de los bebés musicaliza la escena. Si alguien tiene la capacidad de recordar perfectamente el dolor son estos seres que diariamente luchan por subsistir en la ciudad, que luchan contra el abandono e intentan superar y dejar atrás lo ocurrido para dar un nuevo paso hacia la felicidad.

A esta situación se suma uno de los fenómenos que interrumpió la aparente tranquilidad de la ciudad. El 17 de agosto, llegaron cientos de  deportados y colombianos que decidieron regresar al país natal por cuenta propia. Después de la decisión del presidente venezolano Nicolás Maduro, el Centro de Atención de Víctimas recibió y comenzó a ejercer su labor.

Treintaidós madres cabeza de familia reciben cursos gratuitos de peluquería. En medio de los recuerdos, las mujeres lucen batas y se alistan para cortar el cabello. Buscan voluntarios para aplicar la teoría. Hasta ahora están en la etapa de aprendizaje. Tienen historias similares a las de las víctimas del conflicto, solo que vienen de Venezuela. Cúcuta las recibió, las acogió y les ha dado una oportunidad.

Un grito se escucha  al fondo. Un padre de familia, desesperado, levanta la voz y pide ayuda, pide que lo ayuden, que no se olviden de los desplazados por la guerra. Es la cuarta vez que madruga y otra vez lo mandaron al lugar de origen, Landázuri (Santander). Resignado y dolido tomó a la esposa y a la bebé para salir con la cabeza agachada. Lleva la mochila al hombro, no tiene dinero para el almuerzo. Ha perdido otro día de trabajo y debe volver a la realidad, el desplazamiento.

A las 10:00 de la mañana, el sistema cae. Nada más  se puede hacer. Un funcionario toma la vocería, pide paciencia, los gritos son de desconsuelo y aburrimiento. Algunos deciden irse, otros esperan. Posiblemente, esta sea la única opción de reclamar lo que le prometieron, una ayuda.

Luis cabecea por el cansancio y el sueño, tiene el poncho al hombro y el sombrero. Espera el turno para contar el día en que tuvo que abandonar su tierrita en Las Mercedes. Estas son las historias que se viven a diario en este recinto. Estas son las historias que, todos los días, cada víctima de la violencia tiene que recordar. Es la procesión de los recuerdos.

ÁNGEL GARCÍA

Estudiante de Comunicación Social

Universidad de Pamplona

Campus de Villa del Rosario

Foto: Especial para www.contraluzcucuta.co

 

 

Sobre Rafael Antonio Pabón

Nací en Arboledas (Norte de Santander - Colombia), educado y formado como periodista en la Universidad de la Sabana (Bogotá), gustoso de leer crónicas y amante de escribir este género periodístico, docente en la Universidad de Pamplona (Colombia) y seguidor incansable del Cúcuta Deportivo.

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