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CÚCUTA.- Al llegar el atardecer, Víctor Manuel García Guerrero se apoya al bastón y con una mirada profunda se trasporta al pasado. La voz es nítida y relata la historia de vida, mientras labora en la esquina de la calle 10 con avenida 4 de Cúcuta. Nació el 27 de diciembre de 1972, en Bucaramanga, es el cuarto de seis hermanos. Vivió una niñez sana y apacible, con una madre comprensiva y cariñosa, y un padre sabio y tolerante. El día que decidió no estudiar más lo mandaron a trabajar con una condición. Como recibía un sueldo mensual de $ 400 debía dar $ 200 para la casa.
Trascurrió el tiempo y al quinto mes, por no cumplir lo establecido, le dieron otra orden. “Aliste plato, cuchara, vaso, pocillo, sábana, cobija, estera, funda y almohada”. Los ruegos no sirvieron de nada. Lo pusieron a dormir en el solar, con cinco perros y comía la mazamorra de las mascotas. Quince días después, prestó dinero para pagar la deuda. “La vida no se trata de eso. La vida se trata de ser organizado para ser responsable cuando tenga familia”, fue la enseñanza paterna.
Por necedad se fue de la casa e inició una vida de constantes de viajes. Estaba metido en el mundo del contrabando. En 1994, estuvo preso en Medellín. Pasó en la cárcel tres meses. “La cárcel no es para negros, ni blancos, ni gordos, ni flacos, ni ricos, ni pobres. ¡La cárcel es para nadie!”, dijo García mientras hacía un movimiento pendular con la cabeza.
Dos años después, llegó a Cúcuta y conoció a Adriana Yuly Rangel. “Mujer responsable, que nunca hizo cartera aparte, éramos un solo bolsillo. Como no tomaba, ni rumbeaba, ni fumaba, ni tenía juegos ni vicios, hacíamos buenas inversiones. Vivíamos muy bueno”. Tuvieron dos hijas, Yako Giguiola y Hana Siux Chegenne.
Adriana murió debido a una bacteria que contrajo después de la operación de la vesícula. Víctor entró en crisis emocional y económica. Regresó a Bucaramanga con las hijas. Le quedaron mal con el dinero de una mercancía. El temperamento fuerte ha sido una de sus características. “Me paga o me paga”, pensó. Por poco comete un crimen para tomar venganza de la deuda. Se hospedó en una zona de vicios, alcohol, ladrones, prostitutas y homosexuales.
Al mes regresó a Cúcuta y se encontró con otro problema. Un día cometió el error de golpear a las hijas y la suegra se las quitó. Lo que construyó en seis años estaba destruido en menos de dos meses. Las niñas fueron maltratadas verbal, física y moralmente, incluso, abusadas sexualmente. Hoy, acusan secuelas de esa niñez que tuvieron. La mayor está en recuperación y la menor tiene problemas de drogadicción y alcoholismo.
Se metió en el mundo de los libros, trabajo informal que lo enamoró. Traía los textos desde Venezuela y los vendía en la calle. Terminó en un local. Alcanzó a invertir $ 45 millones, pero las ganancias solo llegaron a los $ 300.000. Decidió venderlos por kilos. El motivo del fracaso lo achaca a la globalización del mercado y a la tecnología. En esta época las consultas se hacen vía internet.
En la actualidad, vende productos de primera necesidad y es conocido como ‘El Gordo Víctor’. La apariencia boyacense se debe a la costumbre que tenía de usar sombrero y poncho en la época de viajes. En Cúcuta perdió esa identidad. Hace un año volvió a ponerse sombrero todos los días, porque le gustan.
Vive en Bellavista, en la Ciudadela La Libertad, con la mascota Sacha. Siempre está ahí. Es incondicional, le da cariño, amor y abrazos. La grata sonrisa y mirada pícara sirven para enmarcar la última frase, “Vivo solo, pero estoy feliz, gracias a Dios. Hay que disfrutar la vida”.
SANDRA PAOLA RODRÍGUEZ
Estudiante de Comunicación Social
Universidad de Pamplona
Campus de Villa del Rosario
Foto: ESPECIAL para www.contraluzcucuta.co
