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‘PAGADIARIOS’. Otros agentes del conflicto social en Cúcuta

CÚCUTA.- Desde la llegada de los ‘pagadiarios’ a la capital nortesantandereana se han ocasionado centenares de problemas comunitarios, entre familiares, y en algunos casos con resultados lamentables como muertes violentas. Se los conoce como ‘pagadiarios’ por los créditos informales que manejan al alcance de los cucuteños.  Recorren en moto la ciudad y el Área Metropolitana para cobrar de manera intimidante y buscar nuevos clientes en las horas laborales.

Llegan a la casa de los deudores morosos con escándalos típicos de una feria o celebración. Utilizan pitos, sonidos de acelerador, gritos y alaridos para cobrar la cuota diaria, sin sentir pena alguna ni importarles la tranquilidad de los demás vecinos que observan perplejos y sorprendidos esta situación cotidiana.  Esta escena la viven a diario cientos de familias en barrios y comunas de San José de Cúcuta, por el hecho de buscar salidas rápidas e informales a las deudas.  Las víctimas son amas de casa, choferes de buses, taxistas y empleados públicos, que por falta de acceso a un préstamo bancario y por la falta de despego gubernamental por intervenir en la difícil situación económica, buscan los servicios de estos extraños personajes que se asocian, poco a poco, a una subcultura urbana.

Se les puede observar con vestimenta característica. Los ‘pagadiarios’ se encuentran dentro de la sociedad con formas de expresarse particulares, modos de hablar y comportamientos distintos frente a los demás.  Utilizan gafas oscuras para proteger el rostro del sol y camisas con mangas largas para no quemarse los brazos.  Portan bolso terciado para guardar el dinero, llevan calzado deportivo para la comodidad del ajetreo del trabajo y tienen un lugar de encuentro cada día para cuadrar cuentas pendientes y saldos a favor y en contra.

La comunidad se queja de los abusos, pero se han convertido en indispensables por el poder que poseen y las oportunidades fáciles y sin intermediarios que ofrecen para obtener dinero.  Son un mal necesario y los necesitados los persiguen para encontrar algún favor financiero, para pagar recibos atrasados, para resolver la ‘culebrita’ pendiente o para adquirir lujos o algo material al instante. Todas estas carencias son el punto de quiebre para contratar los servicios de los ‘pagadiarios’.

Por falta de educación o profesión, se evidencia un mal manejo de esta modalidad al observar diversas formas de lenguajes intimidantes, causantes de peleas callejeras e insultos en la vía por el incumplimiento a los pagos o diferencias de dinero.

Tales oportunidades ‘resueltas’ se vuelven con el tiempo en una constante pesadilla en la realidad local.  Los bancos y las entidades financieras niegan accesos a créditos a clientes reportados, de escasos recursos o por no cumplir con los múltiples requisitos que se les exigen y esto se hace imposible por los estudios previos para desembolso.  Es aquí donde se encuentra la razón para adquirir los préstamos convencionales sin importar de donde provienen los dineros, si son de dudosa procedencia, lo único que busca el asalariado o el urgido es librar la situación con instantaneidad  y rapidez.

Las autoridades judiciales los acusan de lavado de activos, concierto para delinquir y porte ilegal de armas, pero no se toman medidas al respecto.  Además, cuentan con monopolios sustentados en montañas de dinero suficiente para contratar un amplio grupo de trabajadores y promocionar el negocio para  llegar a los potenciales clientes.  La forma fácil de invitarlos a unirse a los servicios es mediante publicidad BTL en las casas, puerta a puerta. En volantes y adhesivos  muestran la facilidad de créditos, rapidez y comodidad.

Las piezas comunicativas de esta modalidad de préstamo de dinero se basan en mensajes de lenguaje popular. Los clientes viven en los estratos 1, 2 y 3, en la mayoría de los casos.  “¿Necesitas Plata? Llámanos”. “¿Necesitas salir de apuros?”, “¡Préstamos Ya!”. Son algunos de los títulos con los que  pretenden ganar la atención y envolver en el mundo del ‘pagadiario’ para  brindar soluciones diligentes.  Las herramientas para expandirse han tenido impactos directos y contundentes en la sociedad.

El sueño fugaz de acomodar la realidad se trasforma de a poco en el desvelo enmarcado en muchos ceros, resultado de los elevados intereses que manejan.  El 20 % es la cifra de este método informal que se esconde con retumbante nombre de “dinero al instante” y los urgidos económicamente aceptan con cabeza agachada por no tener alternativas y no encontrar otra opción parecida a la supuesta facilidad de pago que ofrecen.  Esto se envuelve en una ‘bola de nieve’ que se agiganta y termina en persecución sin tregua y vergüenza pública.

Uno de los implementos utilizados para manejar los clientes es una pequeña cartulina, cómplice de los diferentes ataques en la calle o en las casas.  ‘La Cartulina’ es el contrato que posee para anotaciones del dinero prestado.  Existen diversos plazos, según el acuerdo entre las partes comprometidas a pagar diariamente cuotas bajas, pero con intereses elevados.

Es normal oír en las calles sobre la violencia y los conflictos generados por la falta de pago.  Intercambio de insultos entre motorizados y deudores morosos que denotan el imposible pago del saldo a capital.

El lado humano de la situación es un asunto preocupante que revela la necesidad por adquirir empleo y confrontar la situación de la ciudad, donde se acrecienta la lista de desempleados, que según el Dane es de 16,7 por ciento.

Es un problema que llegó de otras provincias y ciudades de Colombia, se trasladó por el departamento y ha sido responsable del rompimiento del tejido social en municipios y casco urbano de Cúcuta.  Es una realidad que afecta a miles de cucuteños económicamente desprotegidos, y que por voluntad propia se han envuelto en búsquedas desesperadas de soluciones rápidas a las deudas, para luego concluir que la cura termina peor que la enfermedad.

A diario se reciben hojas de vida para trabajar como ‘pagadiario’.  Para la vinculación a este negocio informal no se necesita experiencia laboral ni estudios. Los aspirantes cumplen tareas relativamente fáciles.  Acceden a una moto, les conceden rutas específicas y el compromiso de cumplir con horarios establecidos y buscar clientes.  A otros los contratan temporalmente para repartir publicidad y tramitar directamente los contactos por medio de teléfonos celulares. Es un trabajo que no brinda la protección de ley y se laboran hasta 10 horas diarias. No los cubre un apoyo social por parte de los jefes.

Las víctimas son los ‘pagadiarios’ y los que acceden a los créditos callejeros. Los beneficiados son los ‘patrones’, que están al mando de empleados y clientes. Gerson Álvarez (nombre cambiado por seguridad), dijo que “la necesidad no deja otra opción.  El trabajo es duro y a veces molesta por los insultos de los que no tienen con qué pagar.  Aspiro a conseguir otro empleo por los gastos que tengo”.

En Cúcuta, cientos trabajan como Pagadiarios.  Buscan la oportunidad y son contratados por grupos que invierten capital en créditos para obtener ganancias impensadas y exageradas. Gerson también adoptó las características de esta subcultura urbana  que coge fuerza entre los jóvenes.  Casco repleto de calcomanías, lentes oscuros, motos ruidosas y ceño fruncido es la presentación personal.

La diferencia es que no cambia la forma de tratar a los demás. Ofrece diálogos con sentido del humor, sin groserías con los clientes, accede a plazos para abonar a la cuenta y no utiliza ofensas.  Se caracteriza por la atención formal y educada, porque algunos clientes son vecinos y amigos.

Un disimulado contrato de prestación de servicios es la forma de vinculación pero son conscientes de que pueden ser despedidos por cualquier motivo y a veces sin justificación alguna. Los ‘patrones’ son los que deciden, porque son los del billete.  Desde que reciben a los aspirantes a trabajar o iniciar labores, son los encargados de moldear las reglas de juego y forjar la manera de intimidar al que no quiera pagar.

Nunca dan la cara ni se enfrentan con los clientes.  Son los encargados de fomentar el ambiente hostil entre el ‘pagadiario’ y el deudor.  Riñas callejeras, palabras soeces y rudos enfrentamientos se observan a diario en la ciudad, con resultados que llevan a la desesperación y al temor entre las partes.

Las autoridades judiciales no buscan medidas para frenar esta práctica que afecta a la comunidad sin consideración, mientras que los dueños de los negocios se llenan de dinero, poder y lujos, mientras los demás se destruyen.

Los ‘pagadiarios’ o ‘prestamistas informales’ ejercen el oficio  en destartaladas motos de placa tricolor, de la República Bolivariana de Venezuela. El desgastado cojín es testigo de cuántos trabajadores han pasado sin esperanza de mejorar el sueldo o de obtener otros beneficios. En esos automotores, que se pudren por el sol y la lluvia, recorren largas jornadas que culminan cuando el último cliente paga la cuota del día.

Los ‘pagadiarios’  se dividen en diversas rutas.  En El Zulia, Villa del Rosario, San Martín, Guaimaral, Brisas del Norte, Atalaya y Kennedy, entre otras, se encuentra la mayoría de los trabajadores.  La orden es saber prestar el dinero para no tener que pagarlo. En caso de perder al cliente se debe buscar por cielo y tierra para recuperar ‘la platica prestada’.  En caso contrario, el prestamista responde por la suma que se ha esfumado.

Docenas de motocicletas se parquean en el lugar de acopio.  Casas convertidas en ‘búnker de protección’, con cámaras de seguridad, vigilantes armados y un ambiente de desconfianza. En las noches se reúnen para cuadrar las cuentas de la labor cumplida.  Poco a poco salen con las cartulinas.  Algunos con el ánimo por el piso por ver el sueldo descontado, porque escapó un moroso; otros, con más experiencia tienen las mañas para sacar la ganancia o salir ileso en la paga.

Lo irónico es que día a día aumenta el número de los que buscan esta modalidad de préstamos de dinero, y crece la demanda para trabajar con estos grupos.  Nadie escapa de la estigmatización de ser ‘pagadiario’.  Esta concepción permanece en el imaginario y está en las diversas esferas sociales de la ciudad, que poco a poco se acostumbran a ver cómo llegan una, dos y hasta tres motos a cobrar en la puerta de la casa.

El ensordecedor pito de los automotores sonará por las calles de la ‘noble, leal y valerosa villa de San José de Cúcuta’. El ambiente de ofensas mutuas y las amenazas estarán a la orden del día, porque las autoridades judiciales no toman los correctivos y las medidas al respecto. Se hacen los de ‘la vista gorda’ y permiten que el conflicto entre ciudadanos tenga un alto índice. Esto no cesará, si los cucuteños llaman por teléfono y piden los servicios de estos agentes que han alterado en los últimos años las relaciones sociales y roto amistades.

EDWIN GÉLVEZ

edwinlgelvez@hotmail.com

Foto:www.elespectador.com

 

Sobre Rafael Antonio Pabón

Nací en Arboledas (Norte de Santander - Colombia), educado y formado como periodista en la Universidad de la Sabana (Bogotá), gustoso de leer crónicas y amante de escribir este género periodístico, docente en la Universidad de Pamplona (Colombia) y seguidor incansable del Cúcuta Deportivo.

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