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La difícil situación que afrontan los dos países hermanos, se refleja en el rostro desesperado de muchos transeúntes. / Foto: Especial para www.contraluzcucuta.co

CRÓNICA. Un riachuelo humano fluyendo a 36°C

FRONTERA COLOMBO – VENEZOLANA.- La jornada comienza desde temprano. Los primeros en aparecer son los más necesitados, personas acompañadas de carretas, costales, cajas y un sinfín de carga de mercancía. Un ritual diario parecido al de las hormigas arrieras, que luchan en contra de la selva húmeda para cortar  las hojas y encaramarlas en su exoesqueleto terso que parece no soportar el peso de la sociedad que se encuentra llena de hongos.

La Parada, pueblo de nadie, pero que lo habita la dignidad de la existencia y la supervivencia humana que encontró en estos valles al  lado de la ribera del Táchira una esperanza que ha vagado entre masacres y desplazamientos.   A tan solo unos metros de Venezuela, este corregimiento  se convierte en un atractivo especial para fundar una colonia de hormigas arrieras.

Las hormigas cortadoras de hojas tienen funciones  específicas, el cuidado del jardín para evitar hongos es la principal. La variedad siempre está y los considerados parásitos son eliminados automáticamente sin obstrucción de la ley  y tratados como basura, pero los que sirven como alimento son cultivados y acompañados por la colonia. El círculo de vida de un espacio en la tierra distinto a todo.  Junto a las hormigas, los seres humanos  forman las sociedades animales más complejas del planeta.

EL PUENTE       

Con 315 metros de largo, el puente ‘Simón Bolívar’ está divido entre vallas de la guardia venezolana y policía migratoria colombiana. En esta frontera, que fue la más importante de Latinoamérica hace unos años,  hoy solo se encuentran los residuos putrefactos de harina pan  y olor vaporizado de la gasolina.

La difícil situación que afrontan los dos países hermanos, se refleja en el rostro desesperado de muchos transeúntes que con miedos y ansiedad cruzan este “paso humanitario”, considerado así por los de corbata, los que deciden por todos y que cada cuatro años se hacen llamar líderes.

El esquema de seguridad es intimidante, siempre buscan entre maletas viejas y otras que parecen bajadas de un avión de primera clase. Ninguna se salva. No hay discriminación en el momento de las sorpresas. La mayoría de los peatones va con la mirada abajo, sigilosos entre el timo de los que aprovechan la placa y los que no se quieren dejas pescar. Un riachuelo humano que a diario se asemeja más a un torrente impetuoso que fluye a 36 grados centígrados.

Los niños no son ajenos a este mundo. Últimamente, se han convertido en los actores principales de una película de ficción, que sin prejuicios y siendo los más paganos, llegan a ser víctimas de la facilidad y de las promesas en dulces que no se cumplirán, pues el guardia los acabó de pillar y de esta condena no hay auxilio.

Los servicios no se hacen esperar. Apenas se cruza la mitad del puente, en el lado venezolano, por tan solo unos pesos colombianos, acarreadores, la mayoría jóvenes entre 20 y 30 años, se organizan para recibir a cada cliente que viene exhausto por el peso del sol y de la carga.  La venta de cigarros detallados, dulces, helados, agua de panela fría acompañada de tequeños rellenos de queso y tortas de ahuyamas hechas por caseras, encuentra una salida económica.

DEL OTRO LADO

San Antonio del Táchira y Pedro María Ureña son los municipios más cercanos a Cúcuta. La capital del municipio Bolívar, por la que una vez pasó, en 1813,  el Libertador en la campaña admirable y nombrada ‘Villa Heroica’,  hoy está en las penumbras de una zona de contrabando, una economía diferencial ante el cambio de moneda y  una indiferencia aterradora ante el presente.

Metros después de pasar la primera alcabala, la amabilidad y el comportamiento de los pobladores recalcados por Simón Bolívar se hacen notar. Todo cambia, el ambiente deja de estar tenso para entrar en un mundo de sonidos bullosos que hacen parte de la atmósfera calurosa.

Los transportadores, a pesar  de pagar la gasolina más económica del planeta, diariamente suben las tarifas;  los moto taxi conducen sin precaución entre avenidas principales y calles alternas, son su propio orden; los taxis trabajan a medias y los locales comerciales no tienen un horario fijo, abren cuando pueden o quieren.

Los mercados o plazas  que se montan improvisados en las calles ofrecen frutas y verduras. La espontaneidad del comercio es natural para los clientes que buscan oferta y economía para llevar a casa una buena y mejor alimentación, de esa que se habla tanto por los medios masivos y que se especula en cada noticia.

Venezuela es un país con una gastronomía especial. Las areperas en cada esquina decoran el paisaje, bufés de carnes y ensaladas exhibidas en estantes para que los clientes escojan el  relleno, la calidad sigue vigente, una mezcla de sabores coloridos que amortiguan cualquier estómago exigente. Las morcillas, la pizza, las hamburguesas ‘Reina’ o ‘Diabla’, el infaltable jugo de naranja, todo esto lo representa como un país, como la gran Venezuela que siempre se soñó.

La frontera intenta sobrevivir a las mafias que la atormentan, que no le dan un progreso seguro y que  la han hundido en lo más profundo de las faldas de Los Andes. No se pierde la esperanza,  la misma que le enseñó Gandhi  al mundo “No debes perder fe en la humanidad. La humanidad es un océano; si algunas gotas son sucias, el océano no se vuelve sucio”.

RUBÉN AGUDELO

cafuagudelo@gmail.com

 

 

Sobre Rafael Antonio Pabón

Nací en Arboledas (Norte de Santander - Colombia), educado y formado como periodista en la Universidad de la Sabana (Bogotá), gustoso de leer crónicas y amante de escribir este género periodístico, docente en la Universidad de Pamplona (Colombia) y seguidor incansable del Cúcuta Deportivo.

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Un comentario

  1. Muy interesante retrato de la realidad diaria de la frontera colombo-venezolana, a su vez, la analogía entre el mundo del trabajo precario de la zona y las hormigas logra captar la dureza de las condiciones en las que se vive y sobrevive a los dos lados del puente. Muy buen artículo.

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