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Por su memoria, que conserva a pesar del desgaste natural luego de tenerla a pleno funcionamiento durante los últimos 92 años, discurren imágenes cargadas de emoción y nostalgia. / Fotos: contraluzcucuta.co

CONVERSACIONES DE ENTRE CASA. En la tribuna se borran las diferencias sociales: Rosendo Cáceres

CÚCUTA.- Rosendo Cáceres (1930), el símbolo de los aficionados al fútbol en Cúcuta, tuvo un desliz con este deporte y presidió la Liga de Béisbol de Norte de Santander. No ha participado en la rectora del balompié regional, a pesar de ser hincha desde cuando llegó de la natal Chinácota. No fue el regalo de los 15 años, pero se quedó por siempre. Estudió medicina en la Universidad Nacional (Bogotá) y se hizo anestesiólogo al lado de Carlos Celis Carrillo.

Por su memoria, que conserva a pesar del desgaste natural luego de tenerla a pleno funcionamiento durante los últimos 92 años, discurren imágenes cargadas de emoción y nostalgia. Corren frescos esos momentos disfrutados en la lejana lozanía de la juventud. Aparecen imperecederos los lapsos de tiempo compartidos con amigos y conocidos.

Las palabras, pareciera, no salen con fluidez para no atropellar el pasado que se mantiene plácido en la mente. Surgen de una en una, como en caravana léxica, con el único fin de deleitarse con el detalle, con la minucia, con la serenidad propia de un experto de la vida.

Más que una sonrisa deja ver ese rictus característico de quien quiere transmitir el estado de ánimo que se debate entre la felicidad por el recuerdo y la tristeza por el presente. La mirada está ahí, clavada en el punto más cercano. El cuerpo, endeble y agotado, se traslada lento, ‘como perdonando el tiempo’. Quizás, las horas de tener afán se consumieron hace muchos minutos. Hoy, sin que el cansancio sea una queja, no vive al ritmo de las manecillas del reloj, sino al compás de los pensamientos.

En la casa recibe a los visitantes con la usual amabilidad de los ‘viejos de antes’. Al fondo, después del comedor, está el pesebre. Comienza a armarlo en noviembre, lo termina en diciembre y lo desmonta en febrero. Es una tradición de casi seis décadas. No hay límite para la imaginación y todo es válido. Lo importante es combinar la historia con la actualidad y que el Niño Jesús nazca a escasos centímetros de la Avenida Los Libertadores.

Hace un par de décadas no va al hospital a ejercer la profesión. En 1954, llegó como médico interno y en 1989 colgó la bata blanca. Habían pasado 35 años. En cambio, no alcanzó a trabajar en el moderno Erasmo Meoz. La Clínica Norte fue el último refugio médico para atender y entender a los pacientes, como aprendió en el hospital San Juan de Dios de Salazar, donde cumplió con el año rural exigido para obtener el título profesional.

Del paso por el quirófano para acompañar a sus colegas en las operaciones guarda muchas vivencias y no se atreve, por dignidad, a revelar ninguna anécdota. ‘Lo que ocurre en la sala de cirugías, se queda en la sala de cirugías’, parece ser el lema. Es una lección muda de caballerosidad y de respeto por los demás.

El mundo rojinegro

Rosendo Cáceres jugó fútbol, tal vez no al nivel del hermano mayor, que participó en el equipo Chinaquillo, que disputaba el campeonato de categoría aficionada, en Cúcuta. Era puntero izquierdo, pero por asuntos políticos debió abandonar la ciudad. Se radicó en Venezuela.

  • Yo jugué fútbol. Era medio. No fui muy bueno que digamos, pero si daba pie con bola. En 1962, fui sometido a cirugía del riñón. Por temor a recibir un golpe con el balón opté por dejar las canchas.

A pesar de lo arduo de la labor, del cansancio que dejaban las largas jornadas y del agotamiento físico y mental que depara el cumplimiento del deber, el amor por el Cúcuta Deportivo siempre decía presente. Un partido en el estadio General Santander no podía perderse. Eran tardes de algarabía. La gente iba a pie hacia el estadio, gritaba, corría.

¿Cómo hacía? ¿Se volaba del hospital?

  • No, no me volaba. A las dos y cuarto, cuando iba para el estadio, pasaba por Cirugía y le decía a la enfermera de turno: ‘estoy en el estadio’. Estoy en Sombra’.

En muchas oportunidades llegó la ambulancia a buscarlo y debía abandonar la tribuna, con ese pesar que les da a los hinchas cuando no pueden aupar más al equipo. En otras tardes dominicales, el mensaje le llegaba por la radio. El narrador o el comentarista se encargaba de decirle al oído que lo requerían en el centro asistencial.

La mente rebobina y busca el primer partido al que asistió en el General. No lo encuentra. Toma un atajo y desvía la travesía a El Campín (Bogotá). Aparece el portero titular de Millonarios, Gabriel Ochoa Uribe, como benefactor y proveedor de los boletos de ingreso al estadio, porque era amigo de su compañero de pieza. Aprovechaban las entradas para ver al Cúcuta, las de otros partidos las vendían para beber cerveza. Eran los años de estudiante en la Nacional.

Regreso al General Santander. Cualquier partido es de sufrimiento para los aficionados, especialmente cuando el equipo está abajo en el marcador. La exteriorización del malestar deportivo se expresa con madrazos al entrenador, a los jugadores locales, a los visitantes y al árbitro.

  • ¿Sabe cuándo dejé de madrear? Cuando sentí el dolor de un esguince no volví a decirles a los jugadores: ‘cobarde, por qué no se para’. A raíz de eso quedé curado con loque me pasó.

Ir a la tribuna Occidental le ha valido para hacer amistad, con una peculiaridad, solo se manifiesta en los días de fútbol. En el resto de la semana no vuelven a verse, ni se llaman y mucho menos enviarse mensajes. Son amigos de graderío y conforman una familia alrededor de los partidos.

A pesar de la dificultad manifiesta para subir escaleras, Rosendo Cáceres no deja su querer motilón. No sube todos los escalones para llegar al puesto que ocupó por años y buscó un escaño más cercano para evitar el tormentoso caminar. Ahora, se ubica a la salida del vomitorio y se formó un nuevo grupo.

  • Uno no es amigo de nadie. Me acordé del dicho que aprendí en Arboledas (Norte de Santander): ‘lo distingo, pero no lo conozco’.

La condición de ser médico, con reconocimiento entre pacientes y colegas, con buen nombre en la calle y los clubes sociales, y con fama dentro y fuera de hospitales y clínicas, no lo pone por sobre quienes se hacen a su lado para disfrutar una jornada futbolera.

  • En la tribuna se borran las diferencias sociales. Todos viven en comunidad. Si uno no colabora tampoco lo van a consentir.

Y ahí, sentado en el duro cemento de Sombra o en el plástico de las sillas modernas de Occidental, Rosendo Cáceres ha visto corretear por la gramilla del General a centenares de futbolistas con la camiseta rojinegra puesta. Unos mejores que otros, otros perores que aquellos y aquellos que se pierden en el ocaso balompédico.

Detiene la charla. Hace la regresión para encontrar al mejor sobre los mejores. Escondido aparece Juan Eduardo Hohberg. Este argentino vino en 1961, anotó 19 goles en la que fue su última temporada y luego asumió como entrenador. De los locales, el infaltable Germán González (Burrito). Seguro, hay otros nombres, pero los omite y salta al presente. Le gusta ver jugar a Lucas Ríos, por el amor que pone en la cancha.

  • Entre los técnicos, pues el profesor (Jorge Luis) Pinto. Fue el que nos sacó de la olla. Los que somos hinchas tenemos que ser positivos en que vamos a salir de la olla.

Esa convicción de aficionado no se la quita nadie, así se haya sentido traicionado en el Torneo II 2023. Y la razón es sencilla:

  • Después a uno le dan las ganas. Si estuviera seguro de que no voy a volver, no iría. La boleta sí es costosa.

Así como alaba la presencia de las mujeres en el estadio, sin importar que griten, peleen, insulten y brinquen, critica con mano dura y voz fuerte a las barras. Estos grupos de aficionados animan al equipo y le dan fortaleza en el campo de juego. Pero cuando se extralimitan no tienen la aprobación de los demás espectadores.

  • Es lo más terrible que se ha importado. Es la mala imagen que ha traído la televisión. Eso es copiado de Argentina. Les tengo miedo cuando en grupo se encolerizan.

Fiel oyente de radio en el estadio, sin preferencia por una voz o un estilo, sin apego a un narrador o a un comentarista. En el curso del encuentro busca información en el dial. Aguarda unos minutos y continúa el camino. En el pasado, Gilberto Maldonado Moreno lo hacía permanecer más tiempo en la emisora.

Últimas preguntas. El tiempo dispuesto para hablar comienza a agotarse. Quedan muchos asuntos por tratar, deportivos, motilones, cucuteños, políticos, de ciudad y de comunidad. Solo uno más.

¿Cuál directivo del Cúcuta ha sido el mejor?

  • El doctor Figueredo y Germán Guerrero. Entre esos dos.

¿Y el de ahora?

  • ‘No me toque ese vals, porque me mata’. No tiene ni un glóbulo rojo de cucuteño.

RAFAEL ANTONIO PABÓN

rafaelpabon58@hotmail.com

Sobre Rafael Antonio Pabón

Nací en Arboledas (Norte de Santander - Colombia), educado y formado como periodista en la Universidad de la Sabana (Bogotá), gustoso de leer crónicas y amante de escribir este género periodístico, docente en la Universidad de Pamplona (Colombia) y seguidor incansable del Cúcuta Deportivo.

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