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CÚCUTA.- En la juventud destacó por las habilidades para el deporte y ganó los títulos que quiso, con equipos y selecciones, en las categorías que lo incluyeron. En coliseos y canchas correteó el balón en busca de la gloria que no le fue esquiva. Podría decirse que en el Olimpo se recreaban viéndolo jugar. Pero era terrenal.
Hoy, se nota en su cuerpo el paso del tiempo. Camina lerdo y apoyado por el bastón. La estatura ha perdido centímetros y va encorvado. Los achaques de la edad lo hacen quejarse de dolores. No va al trote, como en aquel entonces, sino que arrastra los tenis para llegar a la siguiente parada. La agilidad lo abandonó, la contextura física es cuestión del pasado. Los dioses lo devolvieron a la realidad.
Entró en el mundo del baloncesto cuando cursaba tercero bachillerato y por circunstancias especiales. Vivía los días con la aguja del velocímetro en la marcha máxima. Al padre no le quedó otra alternativa que internarlo en el colegio José Joaquín Ortiz, en la helada Tunja (Boyacá), regentado por los Jesuitas. En la maleta le empacó un balón de baloncesto.
- No tenía ni idea del basquetbol, en ese momento. Empecé por hacer lanzamientos y a conocer cómo se manejaba el balón. Tenía 13 años.
Así recuerda Jaime Bustamante la llegada al deporte que lo vio triunfar en el Salesiano, Gremios Unidos, la Toto Hernández y demás escenarios deportivos que visitó con la camiseta negro y rojo de Norte de Santander, colores que a donde fuera los hacía valer y respetar, sin importar que jugara en casa ajena. La sarta de títulos la abre el intercolegiado, con Gremios.
La primera convocatoria, informal, a la selección Norte no fue una casualidad. Ocurrió en la Toto, donde coincidieron en el entrenamiento con la élite de esa disciplina. Hernán ‘Pipo’ Gómez tuvo la feliz idea de invitarlo a jugar, junto con Jorge Niño. Se quedaron para participar en la práctica y así abrieron espacio en el combinado departamental.
- Ahí empezó la odisea nacional. En Neiva quedamos campeones, en juvenil; en Medellín, campeones invictos; en Girardot, subcampeones; en …
La experiencia acumulada, la presencia en la cancha, la efectividad en el juego, la precisión en los lanzamientos y el amor por la camiseta lo catapultaron a la categoría mayor. El primer trofeo lo alzó en Manizales. El equipo era un híbrido entre los veteranos y los novicios.
No todo tenía que ser deporte. Viajó a Bogotá para vincularse a la Universidad Jorge Tadeo Lozano, donde se preparó como economista. A la par que leía sobre los pensadores, las teorías y las bases de la economía, se paseaba por los campos deportivos y mostró la calidad aprendida en Cúcuta. Ingresó al quinteto del centro de estudios y ganó el subcampeonato nacional.
Título tras título fueron sumándose al historial de Jaime Bustamante hasta despertar inquietud en la Federación de Baloncesto. En Quito (Ecuador) defendió la tricolor, perdieron la final por un punto. De Medellín se trajeron la Copa Croydon.
La relación viejos – muchachos era magnífica. El relevo generacional se dio de manera natural. Los jóvenes no eran invasores de un espacio ganado por los expertos. Simplemente, representaban la nueva fuerza y la nueva esperanza para el baloncesto nortesantandereano.
- Encajábamos por la velocidad, el lanzamiento rápido, el buen pulso. Jugaba como pívot, con 1,80 metros de estatura y 110 kilos de peso. A veces hacía de alero.
Lo ayudaba el lanzamiento de media distancia y la fuerza en los rebotes ofensivos y defensivos. Habilidades que lo hicieron destacar en los equipos que conformó. No había referentes del exterior, eran cualidades innatas que se perfeccionaban con la práctica y la disciplina constantes.
A la memoria saltan las imágenes de lo vivido en la Toto, a la llegada para disputar el siguiente partido, sin uniforme. Los aficionados lo recibían con saludos positivos. Eran muchachos salidos del pueblo y así entendieron el aprecio de los asistentes al coliseo. Como visitantes les tenían pavor y el uniforme rojinegro asustaba.
Entre los jugadores no hubo problemas ni se suscitaban roces por egoísmos. Estaban compenetrados en lo que hacían y querían.
- El primer compañero que tuve fue Jorge Niño, que, para mí, junto a Alfredo Díaz Calderón y Roque Peñalosa, han sido los mejores basquetbolistas que ha habido en Norte de Santander.
¿Y los demás?
- Hemos sido personas que jugamos basquetbol, bien o mal, pero jugamos.
De un momento a otro, con los torneos profesionales, comenzaron a llegar deportistas de otras regiones del país para ocupar los puestos que, por siempre, habían proveído los criollos. Eso le dolió, porque motivó la retirada de los jóvenes de las canchas. Aunque en una ocasión, sin serle infiel a la rojinegra, defendió los colores del Distrito, por amor al deporte.
Los años llegaron y obligaron a la retirada. Pasó de ser competitivo a recreativo en los clubes. No dejó de ir a la Toto. Se duele por el descuido del coliseo, la falta de equipo de la región, la pérdida del fervor, la caída del aviso que decía ‘Cúcuta, capital basquetera de Colombia’, el cambio de mentalidad, la carencia de jugadores y dirigentes, y muchos otros aspectos.
RAFAEL ANTONIO PABÓN
