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CÚCUTA.- Jorge Luis bajó temprano desde el barrio Santa Ana para unirse a la protesta por la reubicación de los vendedores ambulantes, programada por la Alcaldía de Cúcuta. La jornada se cumpliría en pleno martes 13, fecha cabalística que ordena no embarcarse en proyectos, viajes y negocios.
El hombre de 52 años, 18 de los cuales le sirvió al Estado en la Secretaría de Salud de Norte de Santander, es padre de dos muchachos, el mayor de 17 años, quien seguro irá a la universidad para no sufrir como el padre, y el otro de 8 años, sin futuro pensado.
En las calles cucuteñas, hace 8 años, vende calculadoras para conseguir el sustento y llevar a casa las comodidades que ofrece el estrato uno. Las ganancias las invierte en la familia, paga arriendo y guarda para el plante del día siguiente.
A las 9:00 de la mañana, compró un pliego de cartulina y con marcador negro escribió ‘Donamaris se cree el mesías de Cúcuta’. Lo hizo con rabia y con sentimiento, porque siente que el Alcalde quiere parecerse al expresidente Álvaro Uribe, quien, a su juicio, se consideraba el salvador de los colombianos.
En silencio se paró frente al Palacio Municipal en procura de que el jefe del gobierno cucuteño lo leyera. Permaneció un largo rato de pie, mientras exhibía la frase de protesta. No corrió con suerte y su cometido no se cumplió porque el Alcalde estaba en Bogotá.
Los compañeros de oficio se organizaron para hacerse sentir. Escogieron como punto de encuentro la avenida 6 con calle 9. Decenas de hombres y mujeres reclamaron los derechos al trabajo, gritaron, vociferaron, forcejearon con la policía, taparon la vía y rechazaron las propuestas oficiales de reubicación en el Parque Lineal.
Jorge Luis buscó puesto en el andén. Acurrucado aguardó el desarrollo de los hechos. No desesperó y guardó calma. Estuvo en desacuerdo con la manifestación bulliciosa. Prefiere la palabra escrita a la fuerza bruta. Parece alumno del Mahatma Gandhi y cree en la no violencia para imponer los justos reclamos.
Un día quiso hablar con el Alcalde, no para entregarle la hoja de vida ni para pedirle trabajo, quería comentarle de su situación, de sus necesidades. No lo recibió y lo remitió a donde el Secretario Privado. Perdió el impulso y no lo intentó de nuevo.
Hoy, está desesperanzado y punto de perder la fe. La tristeza lo llena y cree que hasta podría llegar al suicidio por esta vida que lleva mientras ocupa el espacio público.
Pasa inadvertido a pesar de la contundencia del cartel y de la elocuencia de la frase. Habla pausado, no se ha rasurado en varios días, viste humilde y las palabras le fluyen con dolor. Los ojos enrojecen al referirse a las calamidades que afronta en el hogar y ante la impotencia de no poder ejercer otro oficio.
– Esta es la lápida que nos colgamos – lo dijo con la misma rabia con la que escribió en la cartulina. Alrededor encontró el eco silencioso de otros vendedores que tampoco tienen para dónde coger, si no es para las calles a ofrecer medias, discos compactos, afiches, ropa, zapatos y muchos otros productos.
Jorge Luis volvió al silencio con el que llegó. Aprieta el cartel. Permanece sentado. Al frente, un piquete de agentes del Esmad está listo para entrar en acción si los comerciantes informales los provocan. Esa es la violencia que no apoya este hombre que regresará a casa sin las ganancias del día, porque no trabajó por estar en la manifestación.
RAFAEL ANTONIO PABÓN
