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Hoy, una década después de haber iniciado la larga travesía, los miedos y las batallas insaciables con sus mujeres crearon una fortaleza imprescindible en su corazón.

MUJER CAFAM 2017. María Cristina: sangre guerrera y corazón de madre

CÚCUTA.- Un corazón enorme y un espíritu de liderazgo reflejan la esencia de María Cristina Vargas, santandereana de 54 años, elegida Mujer Cafam 2016-2017, por Norte de Santander. El destino le marcó el rumbo, poco alentador, y pudo sobreponerse a cada obstáculo.

Hoy, después de más de 40 años de lucha, es la mujer que representa a los nortesantandereanos como símbolo de paz y compromiso social. Criada de la mano de la abuela paterna María Eugenia Palomino, en un hogar no convencional, creció sin la madre y al lado de un padre que poco le interesaba lo que pasara con su hija. Bajo estas condiciones de vida, marcó los primeros pasos en la tierra.

La Policarpa de nuestros tiempos, como se autodefine, nació el 16 de febrero de 1962, en la ciudad de los parques y las hormigas culonas, Bucaramanga. Madre a temprana edad – por un error del que todavía se juzga – y convertida en una cifra, de esas que destacan internacionalmente al país de manera negativa. Confrontó el mundo y los juicios hechos por manos ajenas.

Dejada a la deriva en medio de la selva de cemento, con una criatura en el vientre, comenzó a formar una familia, a la espera de que se abriera una puerta como solución a los problemas que hasta ese momento eran incomparables.

Poco a poco afloraron oportunidades de vida y en la tierra natal se desempeñaba como vendedora de chance, opciones que terminaron de marcarle el sendero. La suerte, el 5 de noviembre de 2005, le jugó una mala pasada y en menos de 24 horas María Cristina tenía que abandonar lo conocido.

Nuevamente la templanza, la sangre de guerrera y el corazón de madre, estaban a prueba. Ella, mujer humilde y responsable, fue obligada a salir de la ciudad con la ropa que llevaba puesta, a la intemperie y en completa soledad junto con los cuatro hijos. Desembarcó en la capital del país en busca de mejor calidad de vida.

 

La luchadora santandereana

María Cristina comenzó a trabajar y a tejer la estabilidad que siempre anheló. La posición de desterrada en la que se encontraba la alejó de los sueños próximos. Allí comprendió la explotación laboral en todo su esplendor. Víctima de múltiples  reparos, esta esperanzada mujer no perdía oportunidad de pensar en un mejor futuro para los hijos.

El conflicto armado en Colombia se esparció por el país durante las últimas cinco décadas. El reclutamiento armado por parte de los paramilitares urbanos incrementó a comienzos del siglo XXI en las comunidades vulnerables que han vivido en carne propia la guerra, que no perdona ni discrimina, y en el 2006 se enfocó en los hijos de María Cristina.

Después de todas las afectaciones a la existencia, los demonios sociales que se alimentan en el ambiente, persiguieron los miedos vulnerados por las injusticias. Entre los pensamientos de María rondaban las preocupaciones, y en ellas halló la solución ese mismo año.

Nuevamente, es forzada a explorar los horizontes, en busca del lugar perfecto, donde los hijos no pasaran las mismas condiciones de señalamientos, agresiones y exclusiones que sufría. Es escoltada (a medias) por las autoridades judiciales, que dirigieron su caso a la perla del norte, Cúcuta. Un lugar que aparecía en su destino para estabilizar lo que hasta el momento era una vida llena de turbulencia.

 

Su inspiración de vida

Los primeros meses en la frontera Colombo- Venezolana no estuvieron acompañados de buenas anécdotas. La condición de la familia Vargas era deplorable y las ayudas de las instituciones no alcanzaban para el sustento de todas las bocas que debía alimentar. La situación empezó a complicarse de nuevo. “Si teníamos comida para un día, para el otro no”.

María Cristina es diagnosticada, en el 2007, con células malignas en la matriz, enfermedad que la llevó a tomar la mejor decisión que pudo haber elegido en tan difícil momento. Separarse de los hijos. En el 2008, después de una larga recuperación, el reencuentro era la gran motivación, aliento que necesitó durante los meses que se desprendieron de su cotidianidad. Con la fuerza que siempre la caracterizó y de la mano de su hijo Jhon Alexander, a quien consideraba la luz de sus ojos, impulsó un nuevo negocio. Las comidas rápidas eran la esperanza económica que recaía en ella.

La suerte nuevamente le jugó una mala pasada. Esa luz que brillaba por sí sola, de un momento a otro se apagó a causa de un tumor cerebral que enterró en María Cristina la ilusión que nadie ni nada había podido matar. Perder a un hijo es el golpe al corazón más profundo para una madre, comentó entre la nostalgia que le traen los recuerdos. “Era un loquito, se gastaba la plata del negocio en maquinitas, pero era el hombre de la casa”. Sentimiento que le atraviesa la garganta cada vez que lo nombra.

Sin la mano derecha y en la desventura emocional que se encontraba, el optimismo y el destino le tenían deparado otro reto. Había luchado años atrás por tener un espacio propio y los programas de interés prioritario por fin le entregaron una noticia positiva. Al llegar a los nuevos edificios que se disfrazan como elefantes blancos, imponentes entre la figura del paisaje arcilloso que se vislumbra en el horizonte asoleado. Comprendió que su comunidad necesitaba una lideresa y sería ella, la que practicaría a Foucault con su percepción de que toda sociedad necesita de alguien que dirija sus acciones.

María Cristina emprendió un viaje por cada proceso en la comunidad, peleó con molinos, monstruos y gigantes sociales que desafiaban su vigor. Superó murales más altos que los de la antigua Troya y encaró con audacia situaciones tan peligrosas como las vividas por Sadokan y sus tigres de Malasia.

Cristina remota los tiempos de las abuelas con cada consejo que dirige hacia las nuevas generaciones que crecen a su lado. Connota un liderazgo, ese que la llevó a ser una mujer destacada por la labor del cambio social en la comunidad.

Hoy, una década después de haber iniciado la larga travesía, los miedos y las batallas insaciables con sus mujeres crearon una fortaleza imprescindible en su corazón. La valentía de soportar las injusticias, sin temor a perdonar, han creado la emblemática figura reconocible a metros, que traza la silueta de los ojos claros que brillan en la cara de esta guerra, la gran calidez humana, manifiestan lo indispensable que es para esta comunidad.

Sus pocas canas son la sombra de la experiencia. La sabiduría es reflejada en las montañas elevadas en su rostro, que despliegan en las faldas de su mirada lo firme y trascendental que ha sido su vida, como defensora de los derechos humanos, como madre, como consejera y como amiga. María Cristina dice que las puertas de su casa “siempre están abiertas para todas”.

UNIDAD INVESTIGATIVA UNIVERSITARIA

Foto: Especial para www.contraluzcucuta.co

 

Sobre Rafael Antonio Pabón

Nací en Arboledas (Norte de Santander - Colombia), educado y formado como periodista en la Universidad de la Sabana (Bogotá), gustoso de leer crónicas y amante de escribir este género periodístico, docente en la Universidad de Pamplona (Colombia) y seguidor incansable del Cúcuta Deportivo.

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