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Día de las Madres nortesantandereanas

Varias versiones han ido creciendo sobre el porqué las madres nuestras, las nortesantandereanas, son motivo de festejo el último domingo de mayo y no el segundo como en el resto del territorio nacional. Entre esas corre una que le endilga el asunto a un gobernador, por asuntos familiares; otra, le echa el ganso a los hermanos venezolanos; otra, a la cosa económica, y, naturalmente, hay quienes afirman que los motivos son políticos. En verdad, el asunto se debe a una demora o retraso, que para el caso resultó productivo.

Hacia la mitad del siglo XX, Cúcuta la bella, tropical y mediterránea, era un centro de progreso y pujanza sostenida por los inmigrantes, dueños del comercio de la época, que visionarios de los gustos y requerimiento de los toches hicieron moda, y por ello casi hábito y sana costumbre, al importar desde Europa los presentes para Mamá que cruzaban en grandes barcos el Atlántico por varias semanas, en las que mecidos por las olas llegaban al lago de Maracaibo, donde los contenedores, los de la  época debían ser como guacales, eran descargados y llevados al río Zulia, navegable, anchuroso y claro para entonces, por donde navegaban barcazas y naves medianas hasta el puerto de Los Cachos donde descargados eran llevados a la perla del norte, en mulas y trenes pues la línea férrea era cercana al mencionado puerto, ah, y las mulas eran las naturales, las cuadrúpedas, no las tristes y dañinas de hoy.

La celebración era pomposa y naturalmente exclusiva, rica en toda suerte de telas, joyas, perfumes, zapatos, chocolates y todo aquello que las embelleciera y adornara sus lares,  porque estaba claro desde entonces, que esta es la fiesta más importante del año, seguidita, claro, de la Navidad.

El barco no llegó y la celebración estaba encima. Así que se concitaron autoridades, todas las que hay, padres, hijos, hermanos, sobrinos, nietos, abuelos y parientes cercanos, y ellas, que son la luz de la comprensión y la tolerancia, y resolvieron hacerles el feo a las mercancías nacionales o ‘venecas’. Entonces, salomónicamente, corrieron la fecha, como su santidad Don Gregorio XIII,  casi hasta el borde de mayo y al comienzo de junio, eso sí, con la mejor intención como debe ser, porque en ocasiones no es tan buena, ejemplo cuando se le regala a la mamita una olla a presión, olla del arroz, kit de cocina, aspiradora, lavadora o en fin, feo, porque el mensaje está implícito, o qué puede hacer una madre con esos adminículos si no es más oficio. Por tanto, vale la aclaración. Así que entendido queda que a ellas hay que sacarlas de la cocina, del lavadero y darles el verdadero puesto que merecen y que muchas no han podido alcanzar de verdad como debe ser: reinas del hogar.

El retraso marítimo funcionó y hasta la fecha está vigente el invento, (excepto en algunos pueblos de la bella e histórica provincia de Ocaña, otro planeta), como dicen allá, y qué bien que se conserve en el resto del departamento junto con el deber, más allá de los regalos, de respetarlas, adorarlas, servirles lo mejor, porque son ellas el soporte de la sociedad, son ellas las fundadoras de la vida, de la cultura, del  mundo por así decirlo, o si no es cierto entonces respondamos quién nos enseñó el lenguaje, porqué a nuestra lengua la llamamos materna, quién nos enseñó a orar, quién nos llevó nueve meses dentro, quién conserva intacto, puro, indestructible el amor hacia nosotros, si no son ellas, confidentes, tiernas, delicadas, sabias, maestras del hacer. Sobra la respuesta.

Felicidades para las que son madres desde hace cinco minutos, hasta la más antigua, esa que nos “envía  en el navío del primer lucero la paz del corazón”, aquella que hace del trigo el pan servido a la medida de nuestra alma, esa que nos bendice hora tras hora, la que nos reprende aún en nuestra madurez, la que persevera en nuestro lecho de enfermos o desvalidos inyectándonos su vida, la que nos canta, nos arrulla, nos envuelve, esa que habita  su morada en el viento y es luz cósmica para el mundo, felicidades y gratitud.

Qué bien conservar esta fecha, para sumarla a nuestra Nortesantandereaneidad, particular y llena de identidad, como los deliciosos arrastrados, los cortados, los marzos de Pamplona, las cucas, la sopa de ruyas, las hayacas y el cabrito, el queso de cabra, la caspiroleta, la rampuchada, el arroz de maíz, la turmada y el chocheco, para nombrar algunas de nuestras grandes tradiciones, entre las que contamos también con excepcional música, con sus músicos propios, gran poesía, de extraordinarios vates, orgullo de la nación.

Honor a todas a esas mujeres, lumen universal, y a esa particular forma que ellas, las nuestras, tienen de amar a sus “hijuepuercas zurrones” (dicho tiernamente). Adjunto para los de medio siglo hacia atrás estas dos canciones, perdidas en la memoria, para los hacia adelante también, y para los muy jóvenes haber si en ellas encuentran si es posible también su identidad, al lector de la red, simple clic, al lector en papel la referencia: Clavelito rojo y Mantelito blanco. Gracias a todas las madres del mundo en África, en América, en Asia, En Japón, en La China, a las extraterrestres si es que las hay, con la seguridad absoluta de que les late el mismo corazón: amor del mundo.

CARLOS LUIS IBÁÑEZ TORRES

Lorosaurio

carlosluisibaez@yahoo.com

 

Sobre Rafael Antonio Pabón

Nací en Arboledas (Norte de Santander - Colombia), educado y formado como periodista en la Universidad de la Sabana (Bogotá), gustoso de leer crónicas y amante de escribir este género periodístico, docente en la Universidad de Pamplona (Colombia) y seguidor incansable del Cúcuta Deportivo.

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