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Un día dije no juego más. Empecé a alejarme de todo y conocí de Dios. Me direccioné más en el Señor. / Fotos: contraluzcucuta

CONVERSACIONES DE ENTRE CASA. Tenía condiciones para llegar y no la probé, Edgar Molina

CÚCUTA.- El campeonato interbarrios de fútbol (1972) le sirvió como plataforma de lanzamiento. La aparición de Manuel Toja Arciniegas fue la eclosión al mundo deportivo. El 9 a la espalda se convirtió en la marca registrada en las canchas cucuteñas. La llegada a las reservas del Cúcuta Deportivo fue el punto de máxima ebullición. Después, vinieron el decaimiento, la desilusión y la pérdida de la esperanza.

Edgar Molina apareció en la selección infantil de Cundinamarca, de la mano de Ramiro ‘Patelata’, el conductor de la volqueta en la que se transportaba el equipo a cualquier barrio. Ese hombre también fue el primer orientador y el que permitió que se fuera a jugar al Ginebra Nordik. Así salió del cascarón barrial sin olvidar los orígenes.

La ubicación en el terreno de juego fue como centrodelantero, posición que le gustaba y en la que mejor se desempeñaba. Los equipos, sin importar la categoría, formaban con dos punteros y el goleador. Una de sus cualidades era luchar el balón con los defensas rivales. Hoy, no considera que hubiera sido ‘huevero’.

  • Me gustaba guerrear la pelota, ir por ella. No quedarme parado. Estar siempre detrás de ella. Buscarla, tenerla.

Pasaron los años y el equipo de Toja ganaba en reconocimiento en los campos deportivos, en esa época de tierra. Ahí alineaban los mejores jugadores de la ciudad. Esas actuaciones le valieron para ser tenido en cuenta en la Selección Norte y viajó a Medellín, a los Nacionales de 1976. Los rivales eran Sub 20 y Edgar no había llegado a los 16.

El puesto en la selección lo obtuvo paso a paso. Muchos los convocados (300) y pocos los escogidos (20). Los entrenamientos eran mañana y tarde. Al final de cada jornada descartaban a los de menor rendimiento. Y Molina se mantenía entre los que pasaban a la siguiente ronda. Estaban a la orden de Rolando Serrano.

A medida que avanzaba en edad, crecía en conocimientos y habilidades. El trabajo arduo lo puso frente a frente con el once motilón. Llegar a las reservas, jugar con los titulares y luchar por el ascenso a la primera línea fueron momentos vividos con máxima intensidad.

No se notaba la diferencia entre las dos alineaciones. Viajaban en avión, se hospedaban en el mismo hotel, comían igual y gastaban más los de la B que los de la A. El profesor era ‘El Plomo’ Cardona. En ese ambiente pasó dos años.

  • El fútbol me dejó amistades, platica no. El pago para el futbolista nortesantandereano fue mediocre. Nos veían por debajo. A los que venían de otras regiones si les pagaban buen sueldo.

En cambio, sí le quedaron amigos. Tomate, Tocino, Tito, Bocha, El Cabezón, Pacheco, Rendón, Viera, Puppo, Iguarán hacen parte de esa familia que se conformó alrededor del balón y que no se disuelve a pesar de las distancias y los rumbos que tome cada quien.

Cuando tuvo la oportunidad de vestir la 9 del primer equipo le dieron la puñalada por la espalda. Convocaron al suplente, mientras lo dejaban viendo hacia el infinito, sorprendido, asombrado y pasmado. No supo qué ocurrió. De pronto, se impuso el paisanaje con el técnico por sobre la calidad del jugador. No era cucuteño.

  • Seguí luchando con otro ánimo. Los jugadores lo animaban, ‘Molina, le tocó probarla’. Sabía que tenía condiciones para llegar y no la probé. De ahí me desanimé mucho.

Entre los recuerdos gratos de esos años está el trabajo que le dieron en la Clínica de Leones como mensajero. Cargo del que tenía que escaparse para cumplir con los entrenamientos en el General Santander.

Deja a un lado las imágenes vestido de rojinegro para volver a las calles del barrio Cundinamarca (Comuna 9). No lo niega, al recordar esas vivencias le dan ganas de llorar. Era la época en la que perder un partido dolía, por el valor que le daban a esa camiseta. Jugaban fútbol y microfútbol y no les ganaba nadie. Ni siquiera la Selección Norte.

  • El arquero era Orlando Pinocho, mucho arquerazo. Atrás jugaban Pipeta Molina, Gabino Payaso. Adelante, Alberto El Ingeniero y mi persona. El equipo era una maquinita. Era un relojito.

Y llegó el momento de dejar esa vida libertina a un lado. Apareció la reflexión acerca de los días pasados. Lo vivido no podía olvidarse. En cambio, el porvenir no lo dejaría ser lo que quiso ser, porque los años habían elaborado la cuenta de cobro y la sentencia estaba dictada.

Desde cuando no lo tuvieron en cuenta para ser titular del Cúcuta se fue al piso y no levantó cabeza. Estaba interesado por jugar donde le pagaran, lo llevaran y que hubiera ‘tercer tiempo’. Colgó la camiseta y trabajó como independiente. Va al estadio como observador, asiste a campeonatos en los barrios y, por lo visto, concluye que ha decaído el amor al fútbol.

¿Cómo fue el retiro?

  • Un día dije no juego más. Empecé a alejarme de todo y conocí de Dios. Me direccioné más en el Señor.

RAFAEL ANTONIO PABÓN

rafaelpabon58@hotmail.com

Sobre Rafael Antonio Pabón

Nací en Arboledas (Norte de Santander - Colombia), educado y formado como periodista en la Universidad de la Sabana (Bogotá), gustoso de leer crónicas y amante de escribir este género periodístico, docente en la Universidad de Pamplona (Colombia) y seguidor incansable del Cúcuta Deportivo.

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