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CÚCUTA.- Estefanía nunca le había contado su historia de vida a nadie. Está nerviosa, la sonrisa la delata. El comedor está entre el garaje y el patio grande, espacio óptimo para que el pitbull tenga buena recreación. Nació el 21 de febrero de 1995, en el antiguo Seguro Social, actual IPS Unipamplona, fruto del amor de Raúl Orozco, ingeniero industrial y director de ventas en Jardines La Esperanza, y Adriana Domínguez, vendedora que ingresaba a la organización. Todo comenzó por aceptar el reto que una compañera le impuso y era besar al jefe.
Cuando vivía en el barrio Lleras, inició los estudios preescolares en el Instituto Bilingüe Londres. A los 5 años, se mudó al Portal de Los Alcáceres, condominio contiguo a la autopista internacional. Ahí pasó la infancia soñada por todo niño. Vivió un año en Villa del Rosario y regresó al Lleras.
A dos cuadras quedaba el colegio y el papá solo debía pasar el puente que comunica la avenida Cero con el barrio La Merced. Un día, la mamá la envió al trabajo de Raúl, a llevarle unos documentos. De camino se topó con un grupo de danzas que ensayaba en la cancha. Pidió que la dejaran participar y Leo, el profesor, lo dudó. Solo podían hacer parte de la clase alumnos del Sena. Ingresó por influencias del padre y descubrió su verdadero amor, el baile.
El grupo era empírico. No había ningún tipo de conocimiento en pasos o ritmos, la improvisación reinaba en los movimientos de cada danzarín. A los 13 años, dejaba a los demás atónitos con el espectáculo que brindaba en la pista. Ninguno, por más edad que tuvieran, la igualaba. La niña era única y dejaba ver con la sonrisa que le gustaba, que a eso vino al mundo y que era su razón de ser.
Apasionada decidió tomar clases con los gimnastas en el coliseo Eustorgio Colmenares para tener elasticidad y mejorar los pasos. De 6.00 de la mañana a 1:00 de la tarde estaba en el colegio, salía presurosa a almorzar, reposaba y a las 3:00 de la tarde comenzaba las clases de estiramiento. Entre las 6:30 y las 9:30 de la noche bailaba.
Cuando terminó noveno grado decidió explorar nuevas culturas, estaba aburrida en el colegio privado y sentía que debía conocer el mundo. En contra de la voluntad de los profesores y apoyo de los padres decidió terminar bachillerato en Bogotá. El 9 de febrero viajó sola a la capital de la república. Llegó al barrio Álamos Norte. El colegio Las Mercedes, en el barrio El Muelle, la aceptó. Se dio cuenta de que era la institución adecuada. Los grados se dividían en números. Los ‘unos’, veían artes y pintura; los ‘dos’, teatro; los ‘tres’, danzas; los ‘cuatro, música, y los ‘cinco, manualidades. Quedó en décimo tres.
Se presentó a la audición para el grupo de danzas y fue la sensación hasta ganarse el apodo de ‘Shakira’, por los movimientos. Bailando en la banda show del colegio lo que le permitió conocer varios sitios de la ciudad. Aprendió un poco más de danza y de otra cultura, hasta que llegó el final del periodo escolar. Debía regresar a casa.
Los padres vivían en Los Patios. Llegó con ganas de continuar en el baile y contactó a un amigo del grupo del Sena, que quería abrir su academia de baile. Empezaron a actuar en eventos, con coreografía en reguetón. Inició con bailes para estudiantes de colegio y cantaba en el coro de la iglesia de Los Pinos. Ante los ojos se abrieron las posibilidades que le presentaban la academia Estilo Latino, en el barrio García Herreros, y el grupo ‘Monster’. Se quedó con ‘Monster’.
Practicaban en el parque del barrio Ceiba y tuvo la oportunidad de viajar por algunos municipios de Norte De Santander y a Bogotá, en tres oportunidades, al festival Duncan. Quedó en tercer lugar en la modalidad aficonado. En el 2014, participó en dos talleres de círculo del ritmo.
En el 2015, participaron en el International Festival de Danza Urbana. Le alcanzó el tiempo para estudiar en el Sena una técnica en ejecución musical con instrumentos funcionales y para ser profesora de música en el Hogar Santa Rosa de Lima. A principios del 2016, Daniel, un amigo de ‘Monster’ creó el colectivo juvenil ‘Villa Urbana’ y cambió de grupo. Lo conforman nueve integrantes, hacen ‘batallas’, los domingos, en el parque Los Libertadores de Villa Del Rosario. Organizaron el primer festival, Villa Hope.
Se han hecho conocer en la ciclo vía nocturna de El Malecón, los miércoles. Jhon, bailarín del colectivo, gestionó un lugar con el Instituto Municipal de Recreación y Deporte. La directora del coro se fue de viaje a Capurganá (Chocó) y la dejó encargada del funcionamiento musical de la iglesia. En junio, dio clases de baile en ese municipio limítrofe con Panamá, llamada por la antigua directora. Fue una experiencia inolvidable dar clases frente al mar.
Semanas más tarde, en Cúcuta, ‘Tuti’, amigo rapero, le propuso participar en la audición del colectivo juvenil 5ta con 5ta crew, para el festival De Norte Bravos Hijos. Con la canción ‘Bienvenido a mi mundo’, de su autoría, pasó y formó parte del festival y del disco producido por la organización. Eso le bastó para unirse a ellos y empezar a trabajar en la cultura hip hop.
A los 21 años, Estefanía vive en Los Patios con los padres, un hermano y una hermana. Dedica cuatro horas a la semana al Hogar Santa Rosa de Lima, el fin de semana al coro de la iglesia, a Villa Urbana asiste martes, miércoles, jueves y domingos en la tarde, y en 5ta con 5ta crew hace presencia los domingos en la mañana.
Los 165 centímetros de estatura, el cabello rizado y algunas pecas que adornan sus mejillas dejan ver la actitud positiva de esta talentosa cucuteña.
EMMANUEL ZEQUEIRA
Estudiante de Comunicación Social
Universidad de Pmaplona
Campus de Villa del Rosario
Foto: Especial para www.contraluzcucuta.co
