CÚCUTA.- El día tenía la apariencia y la esencia de ser una fecha para recordar a las ánimas. Es un lunes de esos en los que los muertos se sienten más importantes, después de partir de este mundo. El ambiente en el Cementerio Central de Cúcuta no es más que realidad, creencia popular y ritual a bandidos.
Sin excepción, a las 2:00 de la tarde, gente de la tercera edad, olvidada por el Estado, suele reunirse los lunes (cuando hay mayor presencia de visitantes) para conseguir algo de dinero para comprar medicinas y alimentos, dijo Obdulio García, uno de los abuelos que lleva más tiempo a la entrada.
No es más que la fachada del camposanto, olvidado por las administraciones locales y al que nunca le han llegado los recursos que le pertenecen. A este particular lugar lo embellecen los vendedores de flores, que se aglomeran para ver quién compra. E ambiente es de competencia innata.
En las penurias de una arquitectura colonial, excéntrica para estos tiempos, Guillermo Gonzales Amarilla, eterno administrador del Cementerio, vocifera por ayuda para los ancianos y para ofrecer la misa en honor a las pobres almas que no tienen quién les rece. Mientras, una voz se propaga con el eco de los pasillos, proviene de las tumbas 1008 y 1009.
Es la particular historia de dos hermanos sicarios que encontraron la muerte en las calles de uno de los barrios más calientes en la historia de Cúcuta, Punta Brava. Tan conocidos como peligrosos era este par de hombres, que sembraron el terror cuando apenas se asomaba la aparición de los paramilitares en la ciudad.
No queda más remedio que pensar en el ambiente que quedó en el barrio. Por decisión de la ‘mano negra’ que azotaba a los cucuteños con la llamada ‘limpieza social’ los hermanos dejaron su accionar delictivo. Elkin y Arley, ahora, no son más que el reflejo de una sociedad desigual y podrida, sin oportunidades para las comunidades marginadas.
Entre las miles de historias que encierra el Cementerio, las creencias populares tienen un rincón particular. El ‘Mico’ Isaza, el reconocido ladrón de la ciudad, genera una serie de romerías entres los creyentes que lo visitan a diario para que los ayude e interceda ante Dios por unos favores especiales.
Una de las tumbas más peregrinadas por los oradores en los últimos años es la de Antonio Yáñez, aquel hombre al que la suegra lo quemó sin justificación. Fue tanto el revuelo que causó este caso, que millares de cucuteños lo visitaron mientras agonizaba, en el antiguo Hospital San Juan de Dios.
Desde entonces, el alma de Antonio es una de las escogidas por doña Marta, su hermana, y centenares de creyentes, para elevar las oraciones y pedir ayuda para solventar la situación que afrontan. En compañía de la sobrina visitan al familiar, los lunes, para mantener bonito el altar de este ‘santo criollo’, que ofrece milagros a cambio de una placa y unas cuantas monedas para el mantenimiento de la tumba.
En medio de cientos de santos es difícil no conseguir el favor que se necesita, por eso miles de hombres y mujeres se han refugiado en estas creencias que no pasan de ser más que el nivel de fe que cada ser humano tiene en el corazón. Solo se espera que entre tantos ruegos se acuerden de quienes han muerto por mostrar otra cara de la realidad colombiana.
Son tantos los mitos que esconden estos campos de paz, que han pasado a ser simples paradigmas religiosos sin respuestas que argumenten estos hechos fuera de la realidad. Sin dejar a un lado la fe que caracteriza a estos pueblos latinoamericanos, estas creencias populares se han incrustado en la cultura nortesantandereano.
Entre los 20 corredores adyacentes al pasillo central que da justo a la capilla del Cementerio, aquel lugar que conserva los restos de varias generaciones.
Uno de los parques místicos es el campo de los angelitos, donde descansan los cuerpos bienaventurados que no conocieron las maldades del mundo. En ese pequeño espacio de 13 metros por 7 metros cuadrados, descansan Yemba y Mayra, miembros la Banda del Indio y por más injustos que hubieran sido, nadie merece experimentar el dolor de no ver nacer al hijo.
Aun no se sabe cómo sucedió, pero entre las rutinas de semana está el de visitar a la criatura los lunes. Entre las labores está adornar la tumba del primogénito y darle comida a ‘Terry’, el gato volador, que alimenta con las palomas del lugar.
Este emblemático sitio, perteneciente al patrimonio cultural de la ciudad, deja ver un estado de abandono total. Así, cientos de acontecimientos reflejan la dura realidad en la que sobreviven las clases bajas, que observan cómo sus anhelos por un mejor futuro se pierden entre la violencia y las creencias.
En los albores de una mejor nación, el olvido y la manipulación son los niveles a los que han llegado quienes no tienen las mismas condiciones, y se han tenido que resguardar al amparo del santo que más le imploran, cuando la situación en el hogar no marcha como quisieran.
ANDERSON SALINAS
Estudiante de Comunicación Social
Universidad de pamplona
Campus de Villa del Rosario
Foto: Especial para www.contraluzcucuta.co