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Los árboles se mecen como queriendo arrancarse.

CRÓNICA. El Templo de los sonidos

 

VILLA DEL ROSARIO – Norte de Santander.- En ese día húmedo el pasto reflejaba el tono verdoso, mientras la antigüedad mostraba el color café. Las palmas, que en un pasado adornaban y regalaban sombra, hoy solo son largos tallos con ramas de poca vida. Los muros de piedra no muy bien formados y acabados por el sol y la lluvia denotaban lo arcaico del lugar. Las rejas viejas tienen como función garantizar la seguridad de cada elemento que esté dentro del lugar.

Son las 9:00 de la mañana. Comienzan a oírse fuertes pasos, ladridos y carcajadas. Los visitantes van vestidos con ropa y llegan al sitio con las mascotas para aprovechar del buen clima que les brinda la mañana. Algunos, trotan y hacen ejercicios. Los demás, solo pasean a los animales.

Al medio día, llegan los estudiantes recién salidos de de clases. Las parejas habitúan ponerse cita allí para descansar. En la raíz de las palmas tienden la tela larga para acostarse y sacan de los maletines el portacomida y comparten alimentos.

A las 3:30 de la tarde, la soledad vuelve a la zona. Solo se escucha en los alrededores el tráfico acelerado, el fuerte rugir de los motores de las motocicletas, el dulce cantar de los pajaritos y el choque de las ramas de los arbustos estremecidas por el fuerte viento.

Cayó la noche fría. La presencia de la luna opaca el silencio. De bares y discotecas sale la música fuerte, tanto que no se percibe el género. La mezcla y el alto volumen confunden los sonidos y convierten el ambiente en algarabía.

Luces de neón, gritos, carcajadas y motores de automóviles y motocicletas convierten el sitio en territorio de buena vibra a pesar de la vejez. A las 2:00 de la mañana, del siguiente día, el humo, el alcohol y el sexo se adueñan del lugar. La música es más confusa,  la gente bailaba sin descanso para darle calor al cuerpo y vitamina a la mente. Así se observa el templo histórico de Villa del Rosario, lugar donde nació La Gran Colombia.

El domingo, el ambiente es quieto, no hay ruidos diferentes a los de los vehículos que transitaban por la vía que va a Venezuela. Es como si se hubieran olvidado del lugar. Solo está disponible para los animales callejeros que llegan a descansar y a disfrutar de la tranquilidad.

Los árboles se mecen como queriendo arrancarse. El eco de la brisa llama al misterio y de repente truenos y relámpagos resplandecen e iluminan este monumento cultural. Las gotas heladas salpican y comienzan a inundar el suelo.

El cielo perdido en el negro de los nubarrones, enloquece y deja caer el aguacero. El fuerte viento quiere derrumbar a las retorcidas y viejas ramas de las palmas, que se sacuden de lado a lado.

Luego de varias horas la lluvia se calma y la suave llovizna da tranquilidad. Los cachorros abandonan el refugio debajo de los muros, se sacuden y mueven la cola en señal de felicidad porque la tormenta terminó.

ANGIE PAOLA ARROYO

Estudiante de Comunicación Social

Universidad de Pamplona

Campus de Villa del Rosario

Foto: Especial para www.contraluzcucuta.co

 

Sobre Rafael Antonio Pabón

Nací en Arboledas (Norte de Santander - Colombia), educado y formado como periodista en la Universidad de la Sabana (Bogotá), gustoso de leer crónicas y amante de escribir este género periodístico, docente en la Universidad de Pamplona (Colombia) y seguidor incansable del Cúcuta Deportivo.

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