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CÚCUTA.- Dos impresiones antagónicas quedaron grabadas en la memoria de monseñor Víctor Ochoa Cadavid luego de reunirse con los cucuteños que lo recibieron en la nueva casa apostólica que gobernará. En primera instancia le llamaron la atención los desplazados víctimas de la violencia y los pobres de Gramalote que esperan su pueblo. En segundo término, lo impactó ver la alegría de los jóvenes, a quienes calificó como ‘avispados’.
El recién posesionado pastor de la Diócesis de Cúcuta es jovial, alegre y buena persona. De entrada trasmite confianza y al mirarlo a los ojos se refleja la frescura de la juventud. La dignidad como obispo no lo lleva a repeler a sus semejantes laicos, sino que permite el acercamiento en medio del respeto y la autoridad.
Monseñor Ochoa Cadavid nació el 18 de octubre de 1962. Próximo a cumplir 24 años se ordenó sacerdote y antes de llegar a los 44 años recibió el grado de obispo. Vestido de púrpura lleva 9 años. Benedicto XVI lo nombró obispo auxiliar de Medellín (2006) y luego lo trasladó a Málaga (2011). El papa Francisco lo envió a Cúcuta en remplazo de monseñor Julio César Vidal.
“Soy un obrerito que vino a Cúcuta a trabajar, a buscar a los que están en dificultades, a darles una razón de esperanza”, lo dijo con humildad en el encuentro con los periodistas cucuteños ante quienes hizo revelaciones personales, como la de tener en el nochero un radio en el que puede sintonizar hasta 18.000 emisoras. También tiene teléfono celular y vive pendiente de los medios de comunicación.
“Cuenten conmigo en lo que humildemente pueda ayudarles. Mi puerta, mi casa y mi corazón estarán abiertos para ustedes. Soy un pobre y humilde siervo”.
En la mano derecha luce el anillo pastoral, ancho y plateado. Sobre el pecho descuelga la cruz pectoral, también plateada, y en la cabeza luce el solideo violeta, que traducido al español significa ‘solo a Dios’. El fajín violeta resalta sobre el hábito beis que viste para la ocasión.
Para entrar en confianza con los periodistas locales, monseñor Ochoa dijo sentirse como los antiguos romanos “en medio de los leones”. Luego, aclaró que lo decía con cariño. “Llego a Cúcuta después de ser obispo de Málaga (Santander), una región pobre y compleja, una iglesia bien particular, que vive las realidades de nuestro país”.
En la mesa principal es raro no ver a algún sacerdote que lo acompañe. El Obispo tomó asiento y entregó el saludo. Habló pausado, el acento paisa no es marcado, tampoco el manoteo santandereano. “Espero tener buena amistad con ustedes”, les confesó a los envidos por la prensa hablada, escrita, televisiva y de internet.
De la zona fronteriza sabe que es viva y que hay un montón de elementos y de hechos particulares. “Espero muchas cosas de Cúcuta. Para mí, Cúcuta es una mina de esperanza. Cúcuta recoge lo mejor del país. No puedo darles una cátedra de Cúcuta, porque no la conozco”. Lo que conoce de la capital de Norte de Santander es de oídas, de voces y de referencias de otras personas y por otros obispos.
De lo que sí está seguro es que esta es la esquina de la casa, donde hay valores, esperanzas, riquezas y situaciones difíciles. “El ser frontera nos hace vulnerables”. Conoce que, con Cartagena, Bogotá y Cali, Cúcuta es de las ciudades que más desplazados tiene.
“Me gusta ver el vaso medio lleno, no medio vacío. Tenemos aquí y ahora grandes personas, gran trabajo, una Iglesia viva y que anuncia a Jesucristo para ponerlo en el corazón y en la vida de hombres y mujeres”, dijo monseñor Víctor Manuel Ochoa.
Al final del encuentro otra sonrisa y la despedida. Por lo que dejó entrever será una fuente de información de fácil acceso. Amén (en español significa ‘así sea’).
RAFAEL ANTONIO PABÓN
Foto: www.contraluzcucuta.co
