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“Perdí a uno de mis hijos sin saber por qué”

MEDELLÍN.- Mercedes*  ve pasar los días como quien repasa en un libro hoja por hoja sin un afán aparente, absorta en un solo pensamiento, su hijo, desaparecido el primero de marzo de 2003 en Villavicencio (Meta).

La lucha librada durante una década para volver a tener noticias de su ser querido le ha costado abundantes lágrimas, quebrantos de salud, pero lo más grave, amenazas de muerte, situación por la cual se pregunta “¿qué más quieren? Si ya cortaron la flor preciada de mi jardín”.

En un desgastado cuaderno apunta con meticulosidad los instantes angustiosos sufridos desde que el mayor de sus muchachos no volvió a casa, pero también aquellos momentos felices vividos al lado de quien, paradójicamente, por su ausencia, la está consumiendo lentamente.

“Antes de nacer perdí a mi padre por la violencia, y también perdí a mi hijo y a un yerno, por lo que van tres hombres de mi núcleo familiar desaparecidos”.

Pone el dedo en un garabateado dibujo hecho con pulso tembloroso en el cuaderno de la ‘memoria’. “Este corazón representa los años felices cuando teníamos la riqueza más grande que era contar con nuestros seres amados en casa. Uno no sentía pobreza, no sentía nada, porque la mayor felicidad de los seres humanos es tener toda su familia, y así sea un agua de panela se toma con la alegría, pero cuando se pierde un ser querido, y más un hijo, ningún manjar para uno es dulce, porque siempre se lleva esa amargura en el corazón”.

Sobrelleva la tragedia con la certeza que otros miembros de la familia esperan. Así como muchos colombianos, que han sufrido la misma situación, para enseñar a fortalecerse y salir adelante en la lucha por una paz venidera.

“Me casé con un viudo que tenía seis  hijos. De nuestra unión nacieron tres más, por lo que tuve nueve en total, es decir una familia numerosa. A todos los he amado mucho, pero mi corazón se entristeció después que perdí a uno de ellos sin saber por qué”.

La afición por escribir lo que le sucede y ha marcado profundamente, nació desde la vinculación, hace cinco años, a la mesa humanitaria del Movimiento Nacional de Víctimas de Crímenes de Estado (Movice), en Meta. Ha asistido a talleres y jornadas de formación, fortalezas que le han servido para afrontar la vida en la ciudad, después de labrar la tierra en el campo.

“Escribir es como una ventana de escape que me ha servido para sacudirme de toda esa tristeza. Lo que me lleva a decir: no más lágrimas y luchemos mejor contra la impunidad, riamos y pongamos todo el empeño para hacer de Colombia una país feliz y en paz, que es el remedio para sobreponernos al dolor sufrido por los hijos que nos arrebataron de las manos esos seres sin corazón que un buen día decidieron destruir a tantos colombianos”.

En las noches, cuando el sueño no llega o está triste, agarra a su amigo, el cuaderno donde están las memorias y se desahoga. Plasma tristezas, alegrías, amor, felicidad, dicha y amargura. Junta esos sentimientos, porque todo se conjuga en ese acto de escribir.

“Anoto qué comida le gustaba a mi hijo, a qué sitio le gustaba ir, la ropa que solía usar, las canciones que escuchaba, qué enfermedades sufrió y fechas especiales, como la primera comunión, cuando me desvelé haciendo la torta para la fiesta del día siguiente en un fogón de leña, lo que causó mucha risa porque quedó un poco torcida y quemada. Era la primera vez que lo hacía”.

Le gusta pintar flores, porque se llevaron la flor de su jardín, la flor principal, fue el hijo mayor y ese dolor no se lo repara nada ni nadie. Se crió en el campo y tuvo un desplazamiento hace 25 años, cuando estaban los hijos pequeños. Los victimarios argumentaron que los campesinos estaban con la Unión Patriótica y la guerrilla. En una segunda oportunidad, hace 10 años y 8 meses, en el 2003, sufrió una nueva racha de violencia. En esa ocasión se llevaron a su hijo y por esa desaparición perdió al esposo de un ataque al corazón. Murió de pena moral.

“Sufro de cáncer en los ovarios, pero sigo luchando por mantener la memoria de mis seres queridos y para que algún día se pueda vivir en este país en paz.

Lo último que escribió es: “Juan era un hijo muy bueno. Hijo y hermano, que daba mucho amor y alegría en el hogar. Era alegre y trabajador. Desde los 11 años trabajaba para ayudar con los gastos de la casa y el estudio de los hermanos menores. Se lo llevaron de una humilde casa de Villavicencio, donde vivía con su abuelita, mientras yo permanecía en el campo. 10 días después me llegó la noticia”.

Mercedes asistió a los actos programados con motivo de la ‘Sexta semana por la memoria, lecciones de vida para nunca olvidar’ (Medellín). No pudo continuar el relato. Un nudo en la garganta se lo impidió al recordar aquellos infaustos días. Solo tuvo fuerzas para llorar.

*Nombre cambiado

Fundación Progresar

 

Sobre Rafael Antonio Pabón

Nací en Arboledas (Norte de Santander - Colombia), educado y formado como periodista en la Universidad de la Sabana (Bogotá), gustoso de leer crónicas y amante de escribir este género periodístico, docente en la Universidad de Pamplona (Colombia) y seguidor incansable del Cúcuta Deportivo.

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