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En un mundo lleno de corrupción, la voz clara y sincera del papa Benedicto XVI al renunciar, el 11de febrero, a su cargo de máximo jerarca de la Iglesia Católica brinda un oasis de reparadora fe en los hombres.
No sólo cansado físicamente, el Pontífice da un paso al lado para alejarse del entorno hostil que los demás directores del catolicismo le han creado por sus reformas y de cara a la realidad.
Le correspondió al papa, desde el 2005, afrontar escándalos que no ocultó, como la pederastia de muchos sacerdotes, el mal manejo que se les daba a los recursos del Banco del Vaticano, a la designación de cardenales de otros países, no sólo europeos, para dar equilibrio a la elección de futuros papas.
Benedicto XVI, cardenal Joseph Ratzinger, marca indudablemente la fe católica. Una fe que, en muchas ocasiones, ha estado dentro de un ámbito cerrado, de omnipotencia, de un poder que va en contra de los principios cristianos de hermandad y que hizo su mayor manifestación de irracionalidad durante las Cruzadas, las tristemente famosas campañas militares impulsadas por el papado en Europa durante entre 1095 y 1291, y que demostraron el afán hegemónico del catolicismo con el objetivo de restablecer el control interno sobre la tierra santa que tenía la dominación musulmana.
Benedicto XVI es un hombre valiente, que supo reconocer cuál era el momento cuando tanto sus fuerzas físicas como espirituales no le permitían seguir enfrentando el oscuro poder del Vaticano. No le tembló la voz al expresar su inconformismo por la hipocresía reinante en los pasillos. No le faltaron fuerzas para destituir a aquellos sacerdotes que bajo su aura de santidad, protegidos por una sotana, abusaban sexualmente de miles de jóvenes, no le faltó fuerza para exigir que estos sacerdotes sean juzgados por la justicia común y no por las leyes canónicas.
No desfalleció hasta lograr que las arcas del Banco del Vaticano fueran controladas por las leyes inherentes a todos los entes financieros italianos y no por las mismas leyes del principiado.
Estableció alianzas, en una mente prodigiosa de estratega, para reformar el número de cardenales en su deseo de universalizar y dar equidad a los que aspiran a tan elevado cargo terrenal.
Aún siendo conservador, hizo inmersa la presencia de la religión católica en los avances tecnológicos mejorando la comunicación del Vaticano en sus redes virtuales.
Podemos decir !Hubo Papa¡
ISBELIA GAMBOA FAJARDO
