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CÚCUTA.- Monseñor Julio César Vidal Ortiz cumplió un año de pastoreo en la Diócesis de Cúcuta. En los últimos 12 meses ha conocido de cerca lo que ocurre en Cúcuta y los demás municipios que conforman la Diócesis que está a su cargo. Llegó para remplazar a monseñor Jaime Prieto Amaya y vino precedido del buen nombre de ser pacificador.
En las madrugadas, y al trote, prepara el cuerpo. Luego, en el oratorio prepara el espíritu para predicar la palabra y llevar el mensaje cierto a la feligresía. En las meditaciones incluye a los que están en la cárcel, a los enfermos, a los necesitados, a los secuestrados y a los pobres.
Jugó fútbol, béisbol, básquetbol y natación. Con los amigos se puso los guantes para hacer sesiones de boxeo. Tiene bien aprendido que contra le pecado hay que saber sacar los quietes para luego golpearlo con la Palabra de Dios, las buena sobra sy la convivencia en comunidad.
¿Cómo le ha ido en la Diócesis?
Pues tengo que decir que muy bien. Doy gracias a Dios por haber confiado en mí, y haberme encomendado esta iglesia particular de Cúcuta que tiene unas riquezas extraordinarias y unos retos, también. Mis hermanos sacerdotes, me han acogido de manera extraordinaria. Los religiosos y religiosas, y los fieles laicos me han acogido con entusiasmo. Con la sociedad civil hemos creado la gran alianza, que son 20 ONG de diferentes tendencias. Al Gobernador (Edgar Díaz) le hemos dado un aporte al Plan de Desarrollo. El alcalde (Donamaris Ramírez) no ha pedido la iluminación y estamos trabajando para contribuir a formar al futuro cucuteño y nortesantandereano con un programa que vamos a implementar en colegios privados y oficiales. Dios me ha dado buena salud y buen apetito, solo que cambié el mote de queso por el mute. Estoy bien, no me puedo quejar, me vine con un espíritu de obediencia y una gran fe, que si el Señor me traía acá era porque tenía sus planes. Estoy dispuesto a seguir aportándoles lo mejor a Cúcuta y a Norte de Santander.
¿Alguna dificultad?
Sí, siempre las dificultades nunca faltan en la vida del hombre y de las instituciones. He vivido el problema de criminalidad y eso le duele a uno. Nunca faltan problemas internos de la Iglesia, que son normales. Los sufrimientos de la gente son los sufrimientos del Obispo y de la Iglesia.
¿Cómo prepara su discurso ante las dificultades que afronta la ciudad?
Siempre la inspiración es la Palabra de Dios. Esa Palabra hay que contextualizarla, hay que aterrizarla y hacerla comprensible a la gente que me escucha.
¿Qué tanto le duelen los errores de los sacerdotes?
Mucho, pero los comprendo. Mi mejor tiempo lo he dedicado, este año, a atender a mis sacerdotes y a los futuros sacerdotes. Todo depende de nosotros y los invito a su identificación con Cristo para poder cumplir con la misión. Les he ofrecido mi ayuda para que si alguno está en dificultad, está desanimado o ha cometido errores sepa que tiene a su Obispo que le da la mano para que salga de ahí.
¿La imagen de la Iglesia está afectada?
Sí, no cabe duda que cuando uno de nosotros actúa mal tiene repercusión negativa en la comunidad. La Iglesia es santa, pero pecadora. Es santa, porque tiene al Espíritu como principio animador, y es pecadora porque somos nosotros la que la conformamos y el hombre es un ser imperfecto.
¿Qué ha encontrado en los 10 municipios que conforman la Diócesis?
La inmensa mayoría es gente trabajadora, honesta, creyente. Es una Iglesia viva y comprometida Esos municipios son cantera de vocaciones. He encontrado muchas dificultades en vías, fruto del invierno; a los campesinos les cuesta cultivar. He encontrado falta de presencia de un gobierno con inclusión social, que la sociedad civil participe en los planes de desarrollo y en la ejecución. Que sean veedores para evitar la corrupción y que el dinero vaya a parar a bolsillos de particulares.
¿Esto ayuda al deterioro del tejido social?
La Iglesia se alegra de los diálogos (para alcanzar la paz) e invita al Eln, a las bacrim que busquen la manera de entregarse al estado, de entrar a la sociedad civil y puedan participar en la democracia aportando la riqueza que todos tienen.
¿Cuál podría ser su aporte para esos diálogos?
La Iglesia siempre busca iluminar. Hemos estado facilitando y criando confianza. Hemos estado orando. Sabemos que en esos diálogos hay momentos difíciles, hay momentos en que (los negociadores) no se ponen de acuerdo. Allí entra la Iglesia a dar el aporte y a buscar la concertación, la unidad de criterios y de decisiones para aclimatar la paz.
¿Cómo percibe la violencia en las calles de Cúcuta?
Negativa. No olvidemos que muchas veces es fruto de la falta de oportunidades. Por eso, hemos ofrecido en Cúcuta la propuesta de formar integralmente al joven. A los muchachos los cogen sin defensas, sin empleo, sin aspiraciones para entrar a la universidad. Los niños que se van para las Farc y el Eln lo hacen por salir del tedio, porque no tienen nada qué hacer. Son presa fácil de los grupos al margen de la ley.
¿Usted enteró de esta situación a Su Santidad en la reciente visita al vaticano?
Sí. Le hablé junto con el arzobispo de Pamplona y los obispos de Norte de Santander. Invitamos al Papa a que nos visite el próximo año que vendrá a Brasil. Dijo “si está en la providencia divina”. No lo descartó, pero tampoco apoyo.
RAFAEL ANTONIO PABÓN
