CARACAS — Las condiciones en las que los venezolanos irán a las casillas para votar por un nuevo presidente, el 20 de mayo, son las más adversas en las dos décadas del chavismo en el poder.
El país vive una emergencia humanitaria que empuja a miles de venezolanos a emigrar cada día huyendo del hambre y las enfermedades; la hiperinflación pulveriza el salario en cuestión de días; la oposición está fracturada y cualquier protesta es brutalmente reprimida. Nunca los desincentivos han sido mayores, los candidatos menos atractivos y la amenaza de fraude tan concreta. Aun así, los venezolanos deben salir a votar.
Si bien el principal candidato opositor está lejos de ser el ideal, no hay mejor opción que Henri Falcón. Es cierto que Falcón desobedeció el llamado a boicotear las elecciones de la Mesa de la Unidad Democrática (MUD), instancia de coordinación de la oposición venezolana, y que expresa sus ideas con estilo autoritario.
Sin embargo, votar por Falcón implicaría también castigar a los sectores más mezquinos de la oposición que —en vez de exigir elecciones libres, justas y directas— trataron de negociar con Maduro, aceptaron tácitamente su Asamblea Nacional Constituyente (ANC) ilegítima y ahora se preparan para dar más oxígeno al gobierno, defendiendo la abstención en las elecciones presidenciales.
Incluso, en vez de atacar al dictador, esos grupos de oposición le recriminan a Falcón su pasado chavista y militar, y lo critican por proponer un juego político diferente al planteado por la MUD. Ninguno de estos argumentos implica, sin embargo, que el candidato de Avanzada Progresista vaya a ser una marioneta en las manos del chavismo, otra idea que sus detractores difunden con insistencia.
Entrevisté a Falcón en Caracas la semana pasada. Durante la conversación fue huidizo y renuente a entrar en detalles. Me advirtió que su plan para salir de la crisis era dolarizar el país, pero para no desarrollar más su propuesta dijo que no es un economista. También dijo que su prioridad política sería “pacificar” Venezuela.
Aunque fue controversial al hablar de “dialogar” y “negociar” con quienes cometen crímenes desde el poder, también fue afortunado que describiera su posible gobierno como “de transición” y que evocara ejemplos que, al menos al principio, fueron positivos en su época: la llegada al poder de Concertación en Chile después de la dictadura de Augusto Pinochet y la presidencia de Violeta Chamorro en Nicaragua.
Negociar antes que pelear, parece ser la consigna de Falcón. El candidato ha intentado no romper vínculos con los grupos económicos o políticos poderosos, luce determinado a reinstaurar la democracia y no parece tener vocación para ser un líder carismático, algo que Venezuela tuvo de sobra con Chávez. La visión de gobierno y el discurso de Falcón parecen más pragmáticos que diseñados para manipular las emociones de los votantes.
En cierto sentido podría ser muy blando para la profundidad de la crisis en Venezuela, pero sería imposible pensar que en el periodo de un solo gobierno se resuelvan los daños de casi veinte años de chavismo.
Pero ante la actual tragedia venezolana, la simple salida de Maduro y su remplazo por un líder más moderado, que se presente como de centro y en favor de una economía de mercado, causaría inmenso alivio nacional.
Hacia el exterior sería también una señal de que Venezuela podría estar empezando a cambiar, volviendo a atraer la atención de inversores. También sería una buena noticia para la región que el régimen de Maduro aceptara los resultados de unas elecciones: sería una señal inequívoca de desandar los pasos cada vez más cínicos al autoritarismo. Pero, lo más importante, es que un gobierno de alternancia permitiría abrir las fronteras a la ayuda humanitaria internacional que varios países han ofrecido, pero que el dictador se niega a aceptar.
Existe el riesgo de que votar desemboque en una desilusión profunda. Después de la creación de la ANC en 2017, las votaciones de gobernadores y alcaldes han arrojado resultados discrepantes con lo que preveían las encuestas y, a menos que haya observadores internacionales, no hay manera de asegurar que los resultados electorales se respeten.
Sí, el 20 de mayo puede haber fraude. Pero las encuestas dan 41,4 por ciento a Henri Falcón, 34,3 por ciento a Maduro, con un porcentaje de abstención y votos nulos cercano al 40 por ciento. De momento, Falcón sería el claro ganador. De modo que, además del madurismo, el gran adversario de Falcón es el desinterés de los votantes por asistir a las urnas.
Eso es evidente en las calles de Caracas, donde no se ven casi carteles de propaganda política o pintas en los muros de las avenidas. Tampoco hay debate político. Los turbulentos meses de 2017 en que había trincheras defendidas por jóvenes de la Resistencia, guarimbas levantadas por vecinos, policías que caían en emboscadas con bombas, hoy se recuerdan poco.
Lo que resalta es una gran apatía, mezclada con la lucha colectiva por la sobrevivencia. La conversación de la población se ha centrado en las redes clandestinas para encontrar medicinas y alimentos a un precio accesible. O en cómo salir del país a pie, dejando atrás niños y ancianos que no aguantarían el viaje, porque es casi imposible salir del país por avión.
Es por esta situación de urgencia social que el boicot no es la salida. La historia reciente de Venezuela lo demuestra. Cuando la oposición decidió no votar ni participar, como en las elecciones legislativas de 2005, el Congreso quedó en manos del chavismo y fue un paso definitivo para avanzar la afrenta a las instituciones democráticas. La baja asistencia de los electores venezolanos, en buena medida por los llamados abstencionistas de la oposición, favoreció al gobierno.
Si solo un pequeño porcentaje de los electores sale a votar, será más fácil para el corrupto Consejo Nacional Electoral manipular el resultado. Pero si se vota de modo masivo, será mucho más difícil.
Si se quiere sacar al chavismo del poder, hay que votar por quien tenga más oportunidad de vencerlo, no importa que el político que uno prefiera esté inhabilitado, preso o en el exterior. En este caso, las probabilidades están a favor de Falcón.
Quizá sea un sueño imposible y el circo esté armado para que Maduro haga su discurso de victoria el 20 de mayo, sea cual sea el resultado de las urnas. Pero no votar equivaldría a avalar otros seis años de agonía que el país podría no aguantar: la tensión social se aceleraría y, es posible, aumentarían la represión y la violencia. O, peor, el país se sumiría en un estado de absoluta resignación que solo beneficia al régimen de Maduro.
Así que, venezolanos, a las urnas.
SYLVIA COLOMBO
Corresponsal en América Latina del diario Folha de São Paulo y vive en Buenos Aires.