CÚCUTA.- Alejandro Guerrero y Ricardo Villamizar rindieron homenaje, a dos voces, a Efraín Vásquez Corinaldi. Lo presentaron en primera persona y compartieron anécdotas, ocurrencias y vivencias con los asistentes al auditorio de la Cámara de Comercio. Al final, proyectaron la película El cumpleaños de Karla. Organizó la Fundación El Cinco a las Cinco.
En el ambiente apareció el amigo, ese con quien se vive y se convive. “Era un hombre intelectual”, dijo Guerrero. No era hombre de bailes, sino de cine gringo en el Teatro Municipal. Era soñador ambientalista y quería conservar la margen derecha del río Pamplonita. “Desde esa época Chicho manifestaba su intención de trabajar en el cine”.
En la Cámara de Comercio desarrolló la labor profesional como comunicador. En la revista El Ciempiés, de Jaime Buenahora, participó en la creación del cine club Ciudad de Cúcuta, en el teatro Rosetal. “Todos los sábados, Chicho, era el que organizaba los ciclos de cine”. Se vieron películas italianas, francesas, alemanas, rusas, inglesas y polacas. La experiencia duró dos años.
Un día, en la calle, soltó la chiva. Reveló que trabajaba en la producción de una película. Era una quijotada, al estilo alemán. “Se hacía cine natural con actores que no habían estudiado actuación. Chicho hizo cine de esa manera, con las uñas”.
Hace poco, se conoció que tenía el deseo de llevar El cumpleaños de Karla a un festival de cine y presentar su ópera prima y concursar por la posibilidad de un premio. Había hecho una obra basada en un criterio muy social. “Siempre que presentaba los documentos, le decían ‘ahora le falta esto, ahora le falta esto’. Chicho se aburrió y decidió subirla a YouTube”.
Alejandro y Efraín trabajaron en un guion para documental acerca del bosque seco tropical. Pero lo retó a hacer uno sobre los tres ríos de Cúcuta. “Algo por lo que me gustaba visitar a Chicho es porque me prestaba, a cuenta gotas, parte de su extensa colección de películas en DVD”.
“Chicho tenía la fuerza para hacer 50 películas. Infortunadamente, alguien le tocó la puerta, lo llamó y nos lo quitó”. Había mucho para disfrutar de su compañía.
¿Qué puede decir uno de Chicho?
“El que tengo anécdotas soy yo y espero no aburrirlos”, dijo Ricardo Villamizar y se puso serio para rememorar esos momentos compartidos con Efra, así le decía y no se molestaba. Anunció que contaría lo que se puede contar y comenzó a narrar lo compartido durante muchos años.
“Hablar de Efraín Vásquez puede parecer fácil, pero a la larga es difícil, máxime cuando muchos de ustedes conocen la vida de Chicho”. Fue la introducción a la disertación. Agregó un elemento a las debilidades humanas, era un enamorado del rock. Y soltó la perla, también estaba dedicado al vallenato.
“Con Chicho nos conocimos desde niños. La amistad nació dada la amistad que nuestros papás tenían. Éramos vecinos del barrio Latino”. Repasó las primeras imágenes del Efraín medio tímido, medio taciturno, tranquilazo y fresco. Y se trepa imaginariamente en el árbol gigantesco (matapalo) para verlo lanzarse de rama en rama, al mejor estilo de Tarzán.
Años más tarde, compartieron habitación en la casa de los Vásquez Corinaldi, en Sears (Bogotá) y descubrió otra virtud que pocos conocían. “Chicho fue en ese momento un excelente caricaturista. Hizo un curso por correspondencia. Lo hacía muy bien”. En cambio, no le gustaba ningún deporte.
Respecto a lo que se puede contar, Ricardo viajó en el tiempo y se ubicó cuando vivieron en el apartamento dúplex 806 del edificio San Marcos, en la capital de la república. Cuatro cucuteños y un santandereano ocupaban el inmueble. “Compartí habitación con Chicho. El primero o segundo día, de pronto, lo veo mirándose al espejo y hablando. Imitaba a Humphrey Bogart, uno de los más admirados actores”. Ahí, se enteró de que estaba en la elaboración de la tesis de grado.
Como buen cucuteño, Villamizar llegó con una grabadora Sanyo, nueva, regalo paterno. “Yo tenía que dormir con música. Y Chicho no. Esperaba que me quedara dormido y me apagaba la grabadora”.
En la sala del apartamento había una mata de marihuana, plantada en una lata de aceite Z. Estaba frondosa en esos días, cuando llegó doña Nelly, esposa de Julián Caicedo, dueño del inmueble. ‘Y esta mata, muchachos, tan linda qué es’. “Chicho dijo, ‘Nelly, es una araucaria’. Y así quedó. Cada 15 días algunos la pelaban”.
Efra, además de inteligente, era distraído. “Subí a la habitación, cuando oigo los pasos de Chicho por la escalera. ‘Ricardo, Ricardo…’. ¿Qué pasó Chicho? ‘Se está regando la leche’. Prefirió subir en vez de apagar el fogón”.
“Chico iba a cine, fácilmente, dos veces al día. Un día llegó emocionado y me dijo, ‘mire, Ricardo, lo que me conseguí. Soy veedor de Focine’. Empezó a ir a cine cinco veces al día”. Cuando estaba aburrido iba a la cinemateca o al Colón o a donde pudiera ver las películas de su agrado.
La máxima anécdota llegó acompañada por una danesa. Espectacular. Hermosísima. Le dieron posada en el apartamento. “Chicho era enloquecido por la mujer. Para ella era normal salir casi desnuda de la habitación. Fue la locura”. Julián Caicedo anunció llegada y a pensar qué hacer con esa despampanante mujer. Cuando huían, apareció Julián. “Le explicamos que era la modelo de la película de Chicho. Mentiras”. Inolvidable. No se ennovió con ninguno. Fue como una hermana. ¿Creen?
“A la muerte de John Lennon, Chicho dijo que se iba de rodillas hasta Monserrate. Le pegó mucho. Fue algo impresionante”. Esas fueron algunas de las vivencias que Ricardo Villamizar puede contar en público. Las demás se las mantiene en secreto para no ofender al amigo Efra.
RAFAEL ANTONIO PABÓN
Todos los artículos de importancia actualizada los leo con atención por su riqueza sinergia en su edición pero, de los temas que más leo con interés son los preparados por el mismo Rafael Pabón pues tienen ese su especial un estilo tan especial que considero que ningún otro periodista tiene ese especial predisposición