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Silvia Celis. ‘Capital artificioso’

CÚCUTA.- Silvia Carolina Celis Uribe es una mujer fresca, distraída, aunque les pone atención a los detalles pequeños. Un día se ilusionó con ser artista y ahora se enfrenta a la realidad. “Vivo feliz haciendo lo que hago”. Tiene 24 años. El título profesional lo obtuvo con tesis meritoria y el futuro cercano lo tendrá que explorar en una galería de arte.

Infancia. Es la menor de la familia. La hermana mayor le lleva 11 años de vida, es médica y su mejor amiga. Con el hermano la diferencia son dos años, tiempo que les permitió vivir entre las rivalidades del hogar.

“Lo único que tuve de loca en la niñez era que me subía a los árboles a bajar mangos. Luego, me subía al techo, rompía tejas, leía. Los celadores y los vecinos me sapeaban”.

Los primeros asomos en la pintura se remontan a la época del betamax. En casa grababa las series de muñequitos, las detenía y dibujaba las figuras. “Por ahí me di cuenta de que el dibujo me encantaba”.

Adolescencia. En el bachillerato se enamoró de la lectura y sacrificó horas de ocio por pasar hojas y hojas de los libros elegidos. Muchos autores estuvieron entre sus manos, aunque los preferidos son los que escriben sobre ciencia ficción. Y la novela que le causó pesadillas fue ‘Cien años de soledad’, de Gabriel García Márquez. La fantasía y la realidad enfrentadas en el texto no la dejaron dormir tranquila por mucho tiempo. “Es un libro cruel que me encanta”.

Un accidente la tumbó a la cama por tres meses. La recuperación fue lenta. La lectura la salvó del tedio. Viajó a otros mundos a través de las narraciones y alimentó la imaginación. Al recuperarse las únicas salidas que tenía eran con dos amigos que la buscaban en casa y la acompañaban a la biblioteca pública a ver películas.

Mamá, abogada; papá, pediatra; hermana, médica, y hermano, diseñador. ¿De dónde sale el gusto por el arte? Pues proviene de generaciones pasadas. En el hogar querían verla como abogada, jueza o magistrada. La terquedad no le permitió darles ese gusto.

Los primeros dibujos representaban alitas, angelitos y muñequitos que a la gente le encantaban y le parecían lindos. “Pensaba, ‘rico vivir haciendo lo que uno quiere, pintando, dibujando, leyendo, nutriendo el cerebro’”.

Siempre vio el arte como un pasatiempo. La criaron para ser abogada. Cuando la mamá trabajaba, la acompañaba a organizar documentos. El cambio de opinión sobrevino al dedicarse más al dibujo. Otra posibilidad era la arquitectura, pero la espantó la idea de permanecer sentada detrás de un escritorio.

El colegio. La formación la recibió en el Carmen Teresiano y corrió con suerte. Cursaba grado 11 y cambiaron al profesor de dibujo. Llegó un arquitecto egresado de la Universidad Nacional que vio los dibujos y la animó a elaborar un mural para la Semana Cultural. El trabajo tenía el tamaño de una pared y pintó una de sus muñecas, vestida de azul, flotando. Le quedó bonita, según su calificación. “Cuando lo expuse y vi que la gente se acercaba, miraba y le gustaba, me dije ‘esto es lo mío, esto me encanta’”. Un aguacero acabó con el trabajo que le abrió los ojos para el resto de la vida.

La inquietud por el conocimiento la llevó a los encuentros con las universidades para ofrecer el programa académico. Recibió un folleto de la Universidad de Los Andes. Leyó el contenido, repasó las clases, investigó acerca de los egresados y se convenció de que “esto es lo que quiero”.

La universidad. La vida continuó y aparecieron otras pruebas para terminar de aclarar el camino. Por su cuenta y riesgo presentó examen en la Nacional, en arte; en el Externado de Colombia, en derecho, y en Los Andes, en derecho. Parecía que el deseo materno ganaría la partida. Puso en las manos de Dios la decisión final. Pasó en las tres y quedó como al principio, sin saber para dónde agarrar.

La soledad de la Nacional la descrestó y llegó a compararla con un pueblito lleno de estudiantes y profesores. Hasta que encontró el ambiente de los artistas y se estrelló. Aprovechó un paro y tomó la determinación de no estudiar arte. “Pensé que ese era el ambiente en el que siempre me iba a mover”. Regresó al deseo materno y se matriculó en el Externado para ser abogada.

Al principio estaba feliz. Luego, las trasnochadas, la dedicación al estudio y las malas calificaciones le bajaron la nota y la aburrieron. Se proyectó al futuro y se vio detrás de un escritorio, rindiéndole pleitesía al ministro, y desistió. Sufrió hasta deprimirse. La mamá salió al rescate y la llamó a Cúcuta. Hablaron y la solución para salir del atolladero la buscaron en una sicóloga, que, una semana después, la mandó al siquiatra.

En esos pasos andaban cuando llegó la aprobación para ingresar a Los Andes a estudiar arte. La mamá no tuvo más remedio que ceder a sus pretensiones y respaldar el anhelo de la hija. En el salón tropezó con los niños locos que se drogan, los que van a clase y no saben dónde están parados y los que no tienen idea por qué están ahí. “Fue un entorno más tranquilo en el que pude hacer lo que realmente quería. La droga que me iba a dar el siquiatra me la dio la universidad en dosis de arte”.

Camino final. No toma, no fuma, no usa drogas. Lleva una vida sana. Está feliz. Si hubiera seguido las recomendaciones maternas en este momento sería una abogada frustrada. No tenía bases sobre arte ni sabía dibujar. Dedicó las horas necesarias para aprender y mejorar.

Y le llegó el momento soñado. Al cumplir 15 años resolvió que no quería fiesta majestuosa ni vestido pomposo. Transó con la mamá un viaje, algún día a cualquier lugar. La universidad organizó la visita al museo Louvre, en París, y tomó el avión para conocer ese universo. De paso, estuvo en Holanda y llegó hasta el museo de Vincent van Gogh. “Lo que más disfruta uno al visitar un museo es que sale con otra visión”. Un mes duró la experiencia.

Aún no tiene definida la línea que la marcará. Todo es un proceso y no ha llegado a esa instancia. Al principio pintaba con pinceladas gruesas, al estilo van Gogh, y con colores fuertes. Al comienzo de la tesis intentó seguir ese sendero, pero no funcionó. El tema escogido la obligó a virar y buscar nuevo rumbo, con pintura y óleo delgados. A pesar de la admiración que siente por unos cuantos artistas no quiere que esas figuras la rijan y le impongan el estilo que quiere hallar.

La tesis. El dibujo le encanta, pero prefiere la pintura por la mayor exigencia. En el viaje a París observó obras manieristas y quedaron grabadas en la mente. Siete cuadros componen la tesis, en formato grande. Un hombre desnudo, con las piernas abiertas muestra las partes nobles; otros tres hombres empelotas de perfil o de espalda; dos mujeres gordas y de cuerpo ajado por el tiempo, y otras dos mujeres sin ropa, aunque dejan ver poco, sirvieron para conseguir el título con tesis meritoria.

Capital artificioso. El trabajo logrado para graduarse como profesional del arte será expuesto en la casa del general Francisco de Paula Santander (Villa del Rosario), este 14 de febrero. “El desnudo es el eje central del proyecto.

RAFAEL ANTONIO PABÓN

rafaelpabon58@hotmail.com

 Fotos: MARCO SÚA

Sobre Rafael Antonio Pabón

Nací en Arboledas (Norte de Santander - Colombia), educado y formado como periodista en la Universidad de la Sabana (Bogotá), gustoso de leer crónicas y amante de escribir este género periodístico, docente en la Universidad de Pamplona (Colombia) y seguidor incansable del Cúcuta Deportivo.

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