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Al día, con la práctica que tiene y la experiencia ganada en años, hace entre 1200 y 1300 unidades, suficientes para ganar los pesos con los que ha levantado a los cuatro hijos. / Fotos: contraluzcucuta

TABACO ARTESANAL. Yo los hago, no los leo, ni los fumo, Arely Caicedo

VILLA DEL ROSARIO – Norte de Santander.

A los 9 años, las niñas pasaban el tiempo entre muñecas y sueños por lo que sería el futuro. Unas serían enfermeras, otras se proyectaban como modelos y las demás querían parecerse a algún modelo salido de la televisión o fotografiada en revistas y periódicos. Era el mundo ideal, complementado con las tareas que les dejaban en la escuela o el liceo.

En cambio, a Arely Caicedo Rueda le correspondió crecer en otro ambiente. A esa edad comenzó a trabajar. Empezó al lado de la madre y poco apoco aprendió el arte de hacer tabacos. Eran los días en los que vivía en San Antonio del Táchira (Venezuela). Allí creció en el negocio hasta tener su empresa, con empleados y capital propio.

En el municipio trachirense existieron fabriquines y tenían obreros satélites. La situación económica dio la vuelta y muchos cerraron. En esas fábricas tenían ganancias extras proporcionadas con el ripio del tabaco. No perdían nada. Ahora, se lo lleva el patrón y lo aprovecha.

Hoy, después de tener un presente seguro, trabaja por encargo y gana según la cantidad de tabacos que elabore. Al día, con la práctica que tiene y la experiencia ganada en años, hace entre 1200 y 1300 unidades, suficientes para ganar los pesos con los que ha levantado a los cuatro hijos.

Arely está sentada frente a la mesa en la que reposan tres paquetes de cigarros. Uno, rústico. La fábrica está en La Palmita (Villa del Rosario) y se lo llevan para que haga los acabados. Dos, los que están listos para el proceso de torcer, que consiste en envolverlos con parte de una hoja suave para que tome forma. Tres, el producto listo para empaquetar y enviar a la empresa que los vende. El sabor es dulce, porque ha sido retocado con una especie de mermelada.

  • El patrón se lo lleva y en la parte de adelante, llamado la perilla, le echan el químico que no hace daño. Es para que a la gente no le pique la boca.

Esta artesana es colombiana y vivió buena parte de sus años en Venezuela. Un día, de esos que hicieron que muchos nacionales huyeran del país vecino, llegó a Villa del Rosario. De eso, hace cinco años. Solo traía los niños, nacidos en San Antonio, y el deseo de salir adelante. Consiguió trabajo en lo que hace mucho tiempo aprendió y no ha parado. Al día puede estar 12 horas sentada para cumplir la tarea. Mil tabacos le representan $ 40.000.

El oficio ha pasado de generación en generación. La abuela enseñó a la madre y la madre a la hija. A los hijos los enseñó, pero pareciera que no seguirán la tradición familiar. Ninguno es tabaquero. Aunque la esperanza no está perdida.

  • Esto le sirve a la persona que le rinde. Con eso come uno. En la fábrica me hacía 8000 a la semana. Aquí es que no me rinde por el trabajo de la casa.

La materia prima llega de Piedecuesta (Santander), en camiones, y es distribuida entre las múltiples fábricas de tabaco que hay en el municipio. El proceso, a la vista del curioso, parece fácil. La hoja seca se remoja y se vuelve elástica para el manejo manual. Cuando están listos, el patrón amarra los paquetes con una cinta con el nombre de la empresa y los distribuye en Cenabastos.

  • Yo los hago, no los leo, ni los fumo.

RAFAEL ANTONIO PABÓN

rafaelpabon58@hotmail.com

 

 

Sobre Rafael Antonio Pabón

Nací en Arboledas (Norte de Santander - Colombia), educado y formado como periodista en la Universidad de la Sabana (Bogotá), gustoso de leer crónicas y amante de escribir este género periodístico, docente en la Universidad de Pamplona (Colombia) y seguidor incansable del Cúcuta Deportivo.

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