CÚCUTA.- El deporte siempre tendrá dos caras, la buena y la mala; la de mostrar y la de esconder; la del héroe y la del villano; la que gana aplausos y la que cargará con los madrazos; la que dibuja una sonrisa contagiosa y la que hace muecas que desesperan.
Esas facetas se vieron en el partido que Cúcuta Deportivo perdió contra Independiente Santa Fe en el solitario estadio General Santander, el 10 de septiembre, justo cuando la historia recordó que 90 años atrás el Cúcuta Foot-Ball Club tomó vida en la ciudad y forma parte de los ancestros motilones.
En medio de esa noche fría que contradice a las mañanas y tardes cucuteñas calurosas los equipos buscaban los tres puntos para ir tras la siguiente ronda que los acercara a la Copa Colombia. Solo puede haber un ganador y ese honor se los llevó la visita. Nada qué hacer.
El encuentro permitió ver de nuevo a un viejo conocido del General. Robinson Zapata, el arquero que costaría mil millones de pesos al cuadro local y que se compraría con la taquilla del partidazo contra Boca Júniors (3-1).
Al final de cuentas ‘Rufay’ no se quedó en la ciudad, ni los billetes se invirtieron en el once rojinegro. Así es el fútbol y para esto también hay que tener dos caras, una decente y otra para esconder detrás de la máscara de la decencia.
El portero cardenal se paró en el arco y, seguro, añoró aquellos minutos gloriosos del hoy tristemente elenco motilón. Quizás miró para las tribunas y se asustó al ver la soledad, producto del alejamiento de los hinchas por los malos manejos directivos, los malos comportamientos de los dirigentes y las malas contrataciones.
En los oídos de Zapata, seguro, retumbaba el eco de esas jornadas llenas de colorido, bombos, sirenas, pólvora, carteles, barras y alegría. Y extrañado, seguro, vio pasar los 90 minutos mientras recordaba y sonreía para sus adentros, porque todavía tiene algo de cucuteño en el corazón.
Y cuando debió corresponderle a su divisa rojiblanca demostró que sigue como en aquellos días cuando prestaba los servicios para el Cúcuta y ahogaba el grito de gol a los adversarios para satisfacción de los asistentes al estadio. Hace un par de horas tuvo buenas atajadas y dejó con el canto a medio camino en los graderíos del General. Esa es la cara que muestran los profesionales.
‘Rufay’, en la soledad del área chica, seguro, repasó a sus compañeros de divisa y recordó a quienes se convirtieron en héroes de una afición que solo tenía como gran ganancia el subtítulo de 1964. El tiempo en pasado sí que fue mejor y Robinson lo sabe.
A los cinco minutos del primer tiempo de hace un par de días el juez del partido pitó penal a favor del Cúcuta. El amor por la camiseta hizo olvidar a los espectadores que Osa tendría al frente a aquel arquero que pudo ser de propiedad del Cúcuta. Y, seguro, Zapata quería detener el cobro para demostrar que en aquella época sÍ valía los mil millones de pesos que se recaudaron y nunca tuvieron el destino previsto.
Osa quedó con cara de villano porque desperdició el gol. Robinson recuperó la cara de héroe y muchos sintieron alivio, porque atajó el penalti. Es la compensación a la química que no se pierde entre el jugador y la afición.
Santa Fe también trajo en sus líneas a un hombre que hizo sufrir a los cucuteños, en la misma época que Zapata los hacía reía. Yulian Anchico, nacido por aquí cerca, marcó en Ibagué el gol que alejaba las ilusiones de título para el grupo de Jorge Luis Pinto. Y ahí estaba, en el mismo General Santander, de nuevo contra el Cúcuta. No es tener cara de conchudo, sino saber jugar al fútbol.
Mientras Zapata repasaba en silencio el anteayer del fútbol cucuteño, Morelos ponía el primer clavo para recordarles el presente a los motilones. Poco equipo, al que los hinchas le reclaman desde Oriente y Occidente que sude la camiseta, o lo que es igual al cántico de los descamisados del Indio que piden a los jugadores que pongan ‘güevos, güevos’ para ganar los partidos. Aquí, la cara es de tristeza, decepción y amargura.
Siete minutos les duró esa alegría a los cardenales. Era más fácil que los visiantes convirtieran el segundo que los cucuteños empataran, pero el fútbol, como la vida, también da sorpresas. Miguel Pérez disparó fuerte al arco y ‘Rufay’ vio pasar raudo el balón. Cara de sorpresa para el portero vencido y cara de fiesta para los aficionados presentes y televidentes.
Otra sorpresa del fútbol. Cuando Zapata se erigía como salvador de la santa fe y sacaba balones con dirección de gol, apareció Cuero y decretó la derrota rojinegra. No había nada qué hacer. Cara de felicidad para los bogotanos, incluido Romero, y cara de desconcierto, amargura y desilusión para los cucuteños.
Así es el fútbol, como la canción con ritmo de salsa, lleno de sorpresas por las mil y una caras que lo acompañan. Seguro, Robinson se fue con cara de extrañeza porque no vio a los 40.000 aficionados que en aquellas jornadas lo vitoreaban. Algún día volverá al General, aunque no para vestir la camisa rojinegra, porque los mil millones desaparecieron como por arte de magia.
RAFAEL ANTONIO PABÓN