CÚCUTA.- Jairo (*) madrugó ese domingo. Llegó puntual a la misa de 7:00 de la mañana, llevaba la camiseta rojinegra. Oró con devoción, ofreció la eucaristía, escuchó con atención la homilía, dio la ofrenda económica, comulgó, se santiguó y salió del templo. Tenía tranquila la conciencia y el espíritu renovado. Estaba listo para asistir a la fiesta que se preparaba en el General Santander.
Pasaron largos domingos, fines de semana y días intermedios para volver a sentir esa pasión que despierta el Cúcuta Deportivo. La Copa y el Torneo transcurrieron sin uno de los equipos históricos y sin el aliento de una de las buenas aficiones del país. Por algo otrora le decían al estadio ‘El Fortín Motilón’. Plaza inexpugnable y dura de visitar.
El once local, luego de idas y venidas por tribunales, oficinas y despachos, regresaba a casa. Los hinchas se sintieron huérfanos cuando declararon la muerte jurídica del equipo. De un plumazo burocrático había sido borrado de la faz de la Dimayor y la Federación poco ayudó. Por ahí asomó para regocijo de los cucuteños el Ministerio del Deporte.
Pasados estos sorbos amargos, mientras los demás clubes ascendían, descendían, levantaban copas y vendían camisetas, el cuadro fronterizo, con unos valientes jugadores se resistía a morir, así le hubieran decretado la muerte futbolística. Las noticias corrían, los mentideros se alimentaban y los chismes brotaban silvestres.
Hasta cuando de repente se dio la buena nueva que alegró a millares de hombres y mujeres que tienen por costumbre llenar los graderíos del escenario que alguien dio en llamar el ‘Coloso de Lleras’. El Cúcuta tenía vía libre para disputar la B. Y a nadie le importó que fuera la segunda división, lo que se deseaba era tener otra disculpa para retornar a Sol, Sombra, Oriente y Occidente.
Y el día llegó. Los aficionados compraron los abonos para asegurar la asistencia a los ocho partidos del Torneo. Para el debut cayó en suerte la visita de Boca Juniors, pero de Cali. Los manteles se tendieron sobre la mesa y los invitados mostraron las mejores galas para acompañar a los anfitriones.
A las 4:05 de la tarde, el juez central dio el pitido inicial y de ahí en adelante el jolgorio desbordó las tribunas. La alegría contagiosa de Sur se esparció por Oriental, pasó por Norte y llegó a Occidental. No se detuvo. Dio otra y otra vuelta para animar a los nuevos integrantes de la escuadra cucuteña.

En la cancha, al repasar los números exhibidos por los jugadores, volvieron a la mente esos hombres que alguna vez también corretearon el balón sobre ese prado. Y emergió el histórico 32, el goleador de otras jornadas, el ídolo de buena parte de aficionados infantiles, juveniles y adultos. Jonathan Agudelo está de vuelta y ahora con el encargo de ser el capitán motilón.
Los demás, son jóvenes que buscan figuración en este deporte que ha permitido a un puñado de seres humanos disfrutar las mieles que riega la diosa de la fortuna. Uno o ninguno correrá con la suerte de ser tocado por la vara mágica de la deidad. Mientras eso ocurre, visten la casaca rojinegra.
El primer cuarto de hora sirvió para repasar la nómina local. Los asistentes repetían los nombres y los números para familiarizarse con la nueva línea titular. En eso estaban cuando el ambiente se enfrío y quedaron congelados en el tiempo. Penalti en contra. José Luis Sanabria cobró y uno a cero en contra.
El desespero empezó a pasearse por los graderíos. Afloraron los primeros madrazos, sin dirección específica, sin blanco definido, sin receptor elegido. En ese momento Jairo olvidó las peticiones matutinas y se sumó al coro para protestar una falta de los visitantes o una mala entrega de los propios.
Aquivaldo Mosquera, desde la raya, da órdenes que no hacen mella en los oídos de los jugadores. El partido se esfumó y el Cúcuta se convirtió en un equipo plano, sin el orientador, sin el dueño de las ideas, sin el diferente, que marque la pauta y jalone a los compañeros hasta hacerlos reaccionar.
Segundo tiempo. Se había jugado menos del minuto. Llegó el segundo del Boca de Cali. Más desespero, mayor indignación. Una desatención y listo, a celebrar los vestidos de amarillo. No era posible que la fiesta preparada en los días previos se la tirara el convidado. Y para colmo de males, un motilón expulsado.

Es cierto, es la primera salida y la primera experiencia de Aquivaldo en el banco. Pero el refrán reza que desde el desayuno se sabe como será la cena. Y aquí, la última comida del día no se vislumbra como apetitosa. Si el entrenador no se ‘mosquera’ y busca a un conductor con cerebro y buen pie, las siguientes piezas musicales el técnico las bailará con parejas que lo harán tropezar en el Torneo.
Hasan Vergara salvó el número y marcó el descuento. Un gol que animó, aunque no sirvió como motivación para los aficionados que, ilusionados, compraron el abono al precio que les pidieron. El desfile, luego de terminado el encuentro, era de caras tristes y desconcertadas por la derrota.
Jairo, seguro, tendrá que regresar al templo, acercarse al confesionario y recitar en voz baja el pecado cometido en el estadio por haber mentado la madre, con razón o sin razón, solo como muestra de la ira incontrolable que provoca el perder el primer partido en casa. Si el confesor es aficionado al fútbol lo entenderá, si no, le impondrá una dura penitencia.
(*) Nombre ficticio
RAFAEL ANTONIO PABÓN
 Contraluz.CO Sólo Periodismo
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Exelente crónica!!! de un debut tan anhelado en la pluma magistral del veterano periodista y maestro formador de periodistas Don Rafael Antonio Pabón Laguado. Cómo siempre mis respetos.