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Los domingos, a las 8:30 de la mañana, llega con la mochila al hombro y unos cuantos ejemplares del periódico La Verdad.

PERFIL. Cecilia Hernández, fiel colaboradora y generosa  

CÚCUTA.- Allí estaba ella, sentada en la entrada principal de la iglesia. Organizaba el puesto de ventas de artículos religiosos, mientras la muchedumbre ingresaba a paso lento y las campanas daban el segundo toque para la misa dominical. A un costado de la mesa ordenaba por paquetes  las novenas y enseguida disponía las camándulas y las veladoras.

Una vez dejó todo listo, sacó de la mochila azul el cuaderno en el que revisó el nombre del último difunto que había anotado. Tomó el lapicero de tinta azul y con letra cursiva escribió una intención más. Doña Cecilia, cada domingo, repite esa rutina al acercarse el oficio religioso de las 11:00 de la mañana en la parroquia San Luis Gonzaga, en el barrio San Luis.

Para  algunos pancheros es otra integrante del cardumen de fieles, que aunque se sienta cucuteña, sus raíces de Santander no las puede dejar atrás y no olvida que en la provincia García Rovira vivió parte de la niñez.

Carmen Hernández, la hermana mayor, decidida a emprender nuevos rumbos la trajo a la capital de Norte de Santander. Tenía 11 años. De ella, aprendió el valor de la responsabilidad y la importancia del trabajo. Carmen, en una época decembrina, le encargó llevar al sobrino a las novenas de aguinaldos en la iglesia y no contó con que esa acción marcaría el resto de la vida de Cecilia. Le resultó tan gratificante estar en el templo que después  seguiría por ese camino.

A los 14 años, llegó a ofrecer su voz para cantar en el coro de la iglesia. Algunos vecinos la recuerdan por ese talento, pues el tono de soprano llevaba la melodía principal de las canciones que acompañaban la eucaristía. Al evocar esa época, deja ver una sonrisa delicada y permite imaginar aquellos días en los que el micrófono era cómplice de ese don natural.

Alegre, contó cómo se preparaba para asistir a las celebraciones eucarísticas. Vestía sencillo, al igual que ahora. La melodiosa voz brillaba por sobre cualquier vestimenta que quisiera opacarla. Los ojos entre verdes y grises se cerraron por un instante al percatarse de que esa niña solo permanece en los recuerdos. La voz se opacó con la edad.

Desde 1985, cuando el padre Luis Fernando Hoyos era párroco, ha estado al servicio de la comunidad de San Luis. De niña, ofreció el talento para la música; ahora, 31 años después, se la puede encontrar en ese escenario, pero a cambio de de cancioneros y micrófonos ofrece productos religiosos a los creyentes.

La amabilidad y el sentido de pertenencia por la parroquia fueron actitudes indispensables para que se le encargara la misión de hacerse a cargo de las intenciones que las familias ofrecen en las misas comunitarias por los difuntos. Los habitantes la reconocen con facilidad, pues lleva años al servicio de la iglesia y encaja en la memoria histórica de esta comunidad.

Se casó en edad  mayor. Del esposo se sabe poco, pues al poco tiempo de haber llevarla al altar, tuvo que repetir la escena, en condiciones distintas. El vestido blanco lo cambió por un traje oscuro y el velo de chifón, lo remplazó por una mantilla negra. Ante el altar reposaba el marido en un cajón de madera.

A partir de ese momento, la entrega a la Iglesia se hizo más fuerte. Después de la partida del esposo, escucha y apunta los nombres de quienes les ha llegado la hora de pasar el duelo de un ser querido. La seriedad que pone al tocarle el tema, permite discernir que desde su posición esos recuerdos e intenciones son sagradas y sería irrespetuoso ahondar en el asunto.

De esa unión solo queda en la memoria el recuerdo del amado. No hubo hijos que personificaran las facciones del esposo, ni un fruto que remplazara ese amor. Cecilia encontró algo mejor, se refugió en el manto de María Santísima y se sintió acogida por la misericordia de Dios.

La nobleza y el espíritu de emprendimiento le permiten montar el puesto de artículos religiosos y poco a poco fue dándose a conocer entre los habitantes del barrio. Casi dos generaciones de pancheros, alguna vez han pasado por la iglesia San Luis Gonzaga o por el Cementerio del barrio y, seguro, la vieron sentada mientras escribía en el desgastado cuaderno.

Los lunes, después de visitar la tumba del esposo, organiza los apuntes y comienza con el listado de fallecidos, a los que en las misas de 5:00 y 6:00 de la tarde, el sacerdote nombra y pide por el descanso eterno.

Cada primero de noviembre, sus manos deben apresurarse para anotar la cantidad de fieles a quienes la vida terrenal se les ha acabado. Al día siguiente, cuando se conmemora a todos los fieles difuntos, la labor se hace más tediosa, pues debe estar al tanto de cualquier habitante que necesite ayuda. Los paquetes de veladoras aumentan, porque casi todos los vecinos se juntan a los costados del cementerio para visitar algún familiar y encender una vela con la intención de ofrecerles la luz perpetua.

Los domingos, a las 8:30 de la mañana, llega con la mochila al hombro y unos cuantos ejemplares del periódico La Verdad. Una vez finaliza la misa de 9:00, cada 15 días, atiende a los lectores y recibe el valor del ejemplar $1200. Repite el proceso en la siguiente eucaristía, en la que con más frecuencia saluda a las contemporáneas que se le acercan para pedir información de la parroquia.

Carmen González luce mayor que Cecilia y la describe como fiel colaboradora que, aunque le guste pasar inadvertida, sus actos de generosidad y compromiso con la iglesia la hacen resaltar ante los demás miembros de la comunidad. “Doña Cecilia también está pendiente del cementerio, de que esté arreglado y cuidado”.

Entre los vecinos de San Luis que frecuentan la basílica destaca por la sencillez. Es tímida y corta de palabras, pero con sus acciones ha logrado ser una de las figuras representativas de los católicos en ese sector cucuteño.

Cada domingo, con devoción y actitud humilde, su cuerpo de corta estatura y cabellera blanca se acerca al altar, a las 12:15 del día, cuando el cura ha dado la bendición. Agacha la cabeza y se dispone para que la salpiquen unas gotas de agua bendita, se persigna y da media vuelta. Atraviesa la puerta del ala izquierda del templo y abandona el recinto para buscar la avenida cuarta, donde la espera la hermana mayor junto a un caminador.

DIANA VALDERRAMA

Estudiante de Comunicación Social

Universidad de Pamplona

Campus de Villa del Rosario

Foto: Especial para www.contraluzcucuta.co

 

Sobre Rafael Antonio Pabón

Nací en Arboledas (Norte de Santander - Colombia), educado y formado como periodista en la Universidad de la Sabana (Bogotá), gustoso de leer crónicas y amante de escribir este género periodístico, docente en la Universidad de Pamplona (Colombia) y seguidor incansable del Cúcuta Deportivo.

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