En 1956, mientras trabajaba en el arte que los padres le enseñaron sufrió un accidente. Eran polvoreros. Un día, explotó la fábrica y Juan de Dios Sequeda se quemó buena parte del cuerpo. “La explosión me amputó la mano derecha y parte de la mano izquierda; me quemó los ojos y el oído derecho”.
Juan está sentado saboreándose un café recién preparado. A aquel joven apuesto y emprendedor le bajaban las lágrimas por el rostro al escuchar decir que no volvería a ver. “Mi novia me dijo, ‘si eres capaz de salir adelante me caso contigo’. Eso me fortaleció”. El deseo de superación lo llevó a encontrar el sostenimiento económico que necesitaba para formar un hogar.
Mientras recorría el centro de la ciudad, dio con un grupo de teatro que ensayaba una obra, en la calle 9 con avenida 7. Los actores le preguntaron por qué no estudiaba. Pensó la respuesta y dijo que en Cúcuta no hay oportunidades. Los nuevos amigos lo animaron a buscar la posibilidad de prepararse.
Le pusieron como tarea, bajo la gravedad del juramento, construir una escuela para ciegos con todas las herramientas necesarias. Juan y sus compañeros Pedro y Humberto se reunieron para hablar sobre la conformación de una asociación. Organizaron la junta directiva, presidida por Juan. Sucedió el 11 de junio de 1969.
La iniciativa les permitió a los invidentes cucuteños tener una oportunidad para trabajar. A pesar de que su formación académica no pasaba de segundo primaria, no hubo impedimentos para diseñar planes empresariales autosostenibles. La capacidad de gestión quedó demostrada al obtener un lote en el barrio Ciudad Jardín, para edificar la sede de la asociación.
Juan de Dios donó la mitad del terreno para la construcción del Inci y permitir el desarrollo de la escuela taller. “Por alguna razón que desconozco la parte nuestra del lote se perdió”.
Al concluir 20 años al frente de la asociación decidió retirarse para continuar con otros proyectos. Sequeda fue uno de los promotores de la venta anual del bono para sostenimiento de la organización. Siempre ha sido defensor de la discapacidad visual. Eso nadie se lo puede negar.
La esposa de Juan se siente orgullosa, porque ha alcanzado las metas propuestas. Fue un niño de familia humilde, del barrio Callejón. Vivió en la calle 10 con los padres, polvoreros artesanos.
CAROLINA ROZO
Estudiante de Comunicación Social
Universidad de Pamplona
Campus de Villa del Rosario