CÚCUTA. El pasaje bíblico que relata el momento en el que la viuda se desprende de su mayor riqueza material, dos monedas de cobre, se cumplió la noche del 28 de diciembre en el banquete del Millón, organizado en el barrio Belén para recaudar fondos para la construcción del templo católico.
El párroco Jairo Navarro, en la apertura de la actividad, tomó del evangelista Lucas (21:1-4) el siguiente relato: “Jesús estaba sentado cerca de la caja del dinero del templo y veía cómo la gente daba sus ofrendas”. Los asistentes a la actividad, llevada a cabo en la Calle Mágica, pasaron uno a uno a entregar la donación voluntaria.
De la memoria saltaron recuerdos y aparecieron imágenes que en este siglo de alta tecnología y proyecciones en 3D toman ribetes de inverosímiles o producto de la imaginación de quienes las cuentan. Pero son reales y están frescas en la mente.
Integrantes del grupo conformado para promover la colaboración económica recordaron los inicios de la parroquia. Trasladaron a los casi 600 asistentes a tiempos en los que llegaron los primeros pobladores para armonizar el asentamiento humano, en terrenos del ministerio de Defensa y que eran utilizados como el vertedero de basuras de Cúcuta.
Eugenio Pacífico Carrero rememoró el comienzo desde la época del padre Calderón, la disposición de un salón para oficiar la eucaristía y la llegada de los sacerdotes españoles Miguel Ángel Atienza y Miguel Ardanaz. Los presentes escucharon con atención el ameno recuerdo y revivieron esos momentos que hoy permanecen en la memoria de los hijos de esos hombres y mujeres venidos de los pueblos de occidente, principalmente.
Pasados los años, llegó el padre Pedro Alejandrino Botello, religioso carismático y empático con la comunidad. Comenzaba la década de 1970 y se propuso la construcción del templo. El vecindario había crecido. Luis Jesús Botello recordó a Víctor Rubio, Carlos Castaño, Silverio Mantilla, Ceferino Alfonso, entre muchos otros hombres que pusieron empeño y trabajo para hacer realidad el sueño de pasar de capilla a iglesia.
Y aparecieron en escena las mujeres. Hermelina Laguado de Pabón, Carmen Martínez de Gutiérrez, Santos Fuentes de Carrero, y tantas otras que integraron el primer Comité Pro templo. Organizaron rifas, bazares, verbenas, ferias y fiestas. La labor incansable dio frutos y empezaron a levantarse las columnas del templo.
Faltaba la fuerza arrolladora de los jóvenes. Entonces, se constituyó el grupo Juventud, Amor y Servicio y a fe que cumplieron con ese lema. Pusieron entusiasmo, alegría y trabajo desinteresado para ayudar a hacer realidad el proyecto. Algunos de esos muchachos de aquella época estaban ahí, contaron la historia y la revivieron para motivar a los presentes a colaborar con la nueva ilusión.
Eran los años en los que no había agentes de pastoral, ni EPAP, por eso el trabajo lo completaron los nazarenos, los acólitos, los catequistas y las adoradoras del Santísimo.
Pasado el tiempo, el barrio Belén tenía un majestuoso templo que albergaría a la comunidad católica. El sueño de un día se había hecho realidad. Sonaron las campanas en lo más alto de la torre para llamar a misa. La primera sacristana fue Belén Mantilla. Ha transcurrido medio siglo desde entonces. Las paredes y el techo envejecieron. El estudio arquitectónico recomendó construir otra casa de oración, a cambio de remodelar la que permanece en píe, pero averiada.
Esa es la nueva tarea de quienes ahora habitan en el barrio y profesan la fe. El costo del primer templo se ha diluido con los años. El precio del proyectado es de $ 2500 millones. El banquete fue el primer paso de este largo camino que, se cree, tardará dos años en recorrerse.
“Muchos ricos daban bastante dinero. Luego vino una viuda y dio dos pequeñas monedas de cobre que valían muy poco (Lc 21:1-4)”. A esa mujer del relato bíblico la representó Tania, no mayor de 15 años, vestida de manera sencilla. Preguntó si podía quedarse en el banquete, porque solo tenía un billete para dar.
Caminó tranquila hasta el cofre del tesoro del templo. No habló, solo depositó los dos mil pesos que tenía y de ahí en adelante escuchó que los demás daban millones. A cada donación aplaudía con emoción. Desde arriba, seguro, Jesús dijo a sus discípulos: “esa pobre chica echó más que todos demás a la caja del tesoro del templo. Porque los demás dieron de lo que les sobraba, pero ella, a pesar de su pobreza, entregó todo lo que tenía para vivir”.
RAFAEL ANTONIO PABÓN