El primero de agosto, la dirección de Tránsito y Trasporte de Cúcuta quiso dejar de ser pueblo. Para ello, y desde entonces, ha intentado y reintentado aplicar el ‘pico y placa’ como se hace en la capital del país y en otras ciudades colombianas.
La medida, en principio, fue buena. Lástima que en 25 días haya sufrido cuatro modificaciones:
Primera. No acordaron, quizá, entre el alcalde Donamaris Ramírez y el secretario de tránsito Ricardo Villamizar el cuadrante donde se aplicaría la medida. Dos modificaciones sufrieron los linderos por donde no se debe transitar.
Segunda. Las placas que colombianas que venezolanas, que del Área Metropolitana, que las de Cúcuta. Al final, la restricción solo cobija las de otros departamentos. Debería ser para todos por igual y sin importar de donde sea.
Tercera. Los taxistas, una vez más, se pasaron por la galleta la autoridad y se acomodaron a su antojo.
Cuarta. Según Ricardo Villamizar, se analiza. A ver con qué sale.
Todo eso ha llevado a que una vez más el municipio se deje ver sin autoridad, sin direccionamientos serios, en los que se obligue así a muchos no les guste la ‘palabrita’, pero las normas son para eso, para obligar a cumplirlas.
Si el ‘pico y placa’ se tomara en serio, con buena pedagogía, con campañas serias para concienciar a los conductores que puede ser benéfico para todos, sería una buena medida para la ciudad, para el ambiente y para municipio.
El ‘pico y placa’, de entrada, se ve como otra chifladura. Aún hay tiempo de acomodarlo, las medidas deben ser de tajo, serias, concretas, de fácil entendimiento y cumplimiento. Si es una réplica de otras ciudades, hay que hacerlo bien, como en esas otras ciudades.