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Que no sea la tecnología el nuevo amo que conquista esclavos para el consumismo global.

RELATO. Cuando expire la danza de los lápices

Convencido estoy de haber manejado al comienzo de mi vida escolar serias dificultades para dominar el lápiz, ese mismo con el cual pude aprender a escribir aquella primera palabra de sentida significación pronunciada por el hombre al comenzar sus graciosos balbuceos: “Mamá”.

Pasados los días y con la pasión, compasión y abnegada paciencia de mi primera maestra, logré destrabar los torpes movimientos un tanto desatinados para trazar rayas y círculos poco definidos, sin que estos coincidieran con los renglones asignados a seguir una estética, característica de la buena escritura. Sin embargo, con la rítmica voz de la maestra y sus silenciosos versos, parecían dibujarse pentagramas simulados en aquellos renglones para trascribir las figuras que habrían de construir la sencillez del ambiente gráfico de palabras que comenzaba a trazar como aprendiz. ¡Claro! Mi lúcida maestra contó con su mente evolucionada, mientras mi minúsculo ser daba pasos hacia la transformación corporal y mental, lo cual se conjugó para lograr efectivos cambios.

Con los años, luego de superar multiplicidad de inconvenientes, llegué a constituirme en un miembro más de ese para mí desconocido y alucinante espacio del maestro, camino en el cual sigo siendo aprendiz en un mundo dominado por la tecnología y la deshumanización de la humanidad, la que se ve inmersa en el uso de las nuevas formas de aprendizaje, sin asumir las diferencias en el proceso evolutivo del hombre.

Hoy, en el ejercicio de lo definido para mi vida, me asaltan temores respecto a ser ciudadano del mundo, no por rechazar esta posibilidad, pero sí por el pánico ante la amenazante expiración de la danza de los lápices. Por eso, al rememorar la escritura de mis primeras letras comprendí la escritura del amor, lo cual me condujo a sentirlo y compartirlo, precisamente, con ese instrumento consejero en secreto que me encauzó a efectuar los primeros trazos de sentimientos, al igual que me permitió con su siempre activo borrador corregir los errores, esos intrusos que en medio de la vida me han causado sentido arrepentimiento.

Al formar ciudadanos del mundo debo entrar en conflicto, pues de un lado espero que se continúen tejiendo las coreografías trazadas por los lápices, cuando en armonía y secuencia rítmica unan letras transformadas en palabras y estas a su vez sean dirigidas para en su escritura definir la composición de los poemas que le permitan al hombre recuperar su dignidad. Pero, por otro, deseo dominar el cerebro de la tecnología para con ella a mi favor demostrar la sensibilidad del hombre, contra la frialdad de las máquinas que nos han conducido hacia la automatización y devaluación de sentimientos.

El preciso recordar que en ese proceso de aprendizaje para hacer danzar el lápiz, la motricidad de las pequeñas manos fundamenta el cántico silencioso que hace mover a uno y otro lado, con rítmico andar, esa minúscula punta de carboncillo que temerosamente dibuja las primeras letras para luego adornarlas como danzas de colores.

Lograda la tarea en el baile de los lápices con figuras casi musicales unidas a la planimetría de la vida, seguros estaremos al introducirnos en el sorprendente mundo de la tecnología, para hacer de ella un medio y no una necesidad imperante que nos arrebate la felicidad de vivir, conduciéndonos así a ser no solamente ciudadanos del mundo, sino habitantes que sienten, vibran y sueñan con su realidad, la cual se trasforma a medida que evoluciona el cuerpo unido al pensamiento.

Y así como  en la dualidad escrita por William Shakespeare: “ser o no ser, esa es la cuestión. ¿Cuál es más digna acción del ánimo, sufrir los tiros penetrantes de la fortuna injusta, u oponer los brazos a este torrente de calamidades, y darles fin con atrevida resistencia?…”, no podría quedar tranquilo si el sueño de existencia del lápiz para la aparición de constantes poemas de vida y calor humano queden supeditados a que como en Hamlet, ocurra solamente en el silencio de los sepulcros.

Ser ciudadanos del mundo sí y  ante la posible extinción de la danza de los lápices que en armonía traza líneas coreográficas de letras trasformadoras, las cuales se constituyen en el consejo hábil que con tenues formas nos transporta hacia el interior para no dejarnos salir de un mundo en el que la humanidad tiene su más reconocida presencia, que no sea la tecnología la dueña de nuestra voluntad hasta convertirnos en los serviles del silencio que ronda en los hogares, desarraigando al hombre de su conexión social con quienes lo rodean.

Ciudadanos del mundo sí, pero sin perder la humanidad. Que no sea la tecnología el nuevo amo que conquista esclavos para el consumismo global, pero sí aquel medio que nos permita ser los ciudadanos del cosmos.

FERNANDO CAÑAS CAMARGO

fernankce@hotmail.com

Foto: www.whiteblaizer.com

Sobre Rafael Antonio Pabón

Nací en Arboledas (Norte de Santander - Colombia), educado y formado como periodista en la Universidad de la Sabana (Bogotá), gustoso de leer crónicas y amante de escribir este género periodístico, docente en la Universidad de Pamplona (Colombia) y seguidor incansable del Cúcuta Deportivo.

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