Pese a tener dos extensas costas en dos mares, los colombianos tienen una relación más íntima y cotidiana con los ríos, un vínculo que va más allá de nadar, broncearse o jugar al vóley playa. Ese nexo se llama ‘paseo de olla’ e incluye caminar, nadar, pescar, cocinar, jugar y, en muchos casos, conquistar tu primer amor. Esta relación dura toda la vida, la relación con el río, quiero decir.
La hidrografía colombiana es una de las más importantes del mundo y figura entre los primeros veinte sistemas hídricos del planeta con más de treinta grandes ríos, cientos de afluentes y lagunas, y fronteras inmensas con dos mares: por el norte con el mar Caribe y por el occidente con el océano Pacífico.
Sin embargo, la vida cotidiana de la inmensa mayoría de los colombianos está ligada de forma muy especial a los ríos y sus riberas. Incluso, los habitantes de las costas marítimas prefieren los ríos o sus afluentes para ejercer su ocio acuático, toda vez que la ribera ofrece unas ventajas que no ofrece la playa: árboles, facilidad de pesca y de nado, piedras para armar barbacoas, sombras naturales para sestear o leer, escondites para jugar o amar, y cierta intimidad-exclusividad que no se puede disfrutar en la playa.
El amor en los tiempos de cólera
Esto hace que muchos colombianos no echen de menos el mar o, incluso, que lo confundan, pues hay ríos tan anchos que, como dice García Márquez en El amor en los tiempos del cólera:
“Navegaban muy despacio por un río sin orillas que se dispersaba entre playones áridos hasta el horizonte. Pero al contrario de las aguas turbias de la desembocadura, aquellas eran lentas y diáfanas, y tenían un resplandor de metal bajo el sol despiadado. Fermina Daza tuvo la impresión de que era un delta poblado de islas de arena”.
Aquí habla Gabo del Río Magdalena, río inmortalizado por el compositor colombiano José Barros (1915-2007) en su célebre cumbia La piragua, interpretada por cientos de artistas en todo el mundo.
Una tradición dominguera, y para “hacer campanas”…
El Paseo de Olla es una tradición dominguera colombiana. Una costumbre familiar y social que asimilamos desde niños y que invita a caminar, nadar, pescar, jugar, bailar, cocinar, comer, sestear y, en su debido momento, perderse entre los matorrales de las riberas con una prima o amiga invitada.
El Paseo de Olla se organiza la víspera de domingo o de día festivo y su avituallamiento y logística requiere, como su nombre impone, una gran olla de aluminio, la más grande de la casa, para la preparación del sancocho, típica comida latinoamericana, llamada también ajiaco en el Caribe, que reúne ingredientes de las tres culturas del continente; el maíz, la yuca y el ají indoamericanos; la calabaza y las carnes europeas, y los plátanos africanos. En su organización participan todos los invitados y cada uno tiene su función en el paseo, que empieza desde muy temprano en la mañana y termina con el ocaso del sol.
El Paseo también se estila entre grupos de grandes amigos reunidos por sus afinidades (estudios, profesiones o aficiones). Otra modalidad es la de los adolescentes, cuando “hacen campana” en el colegio y el grupito de “campaneros” se va al río más cercano a alardear de las transformaciones corporales propias de su edad. Esto no es Paseo de Olla, pero sí de río aunque, en esta modalidad y en los tiempos que corren, parece que los ríos están siendo sustituidos por los centros comerciales. No obstante, el Paseo de Olla entrará en la agenda de estos adolescentes más pronto que tarde, pues sus tentaciones son irresistibles.
Si eres curioso podrás comprobar en You Tube la diversidad de paseos de olla a lo largo y ancho de la hidrografía colombiana, desde el charco más pequeño hasta el río más caudaloso. Pero si, además, eres un bon vivant, no dudes en apuntarte a un Paseo de Olla en tu próximo viaje a Colombia. ¡Wepaje!
ENRIQUE ROMERO
FOTO: http://fundacionaquae.org/blog/paseo-de-olla-en-colombia