CÚCUTA.- Como sacadas de la biblia, son las escenas que se vivieron este domingo en los puentes internacionales Simón Bolívar, en San Antonio, y Francisco de Paula Santander, en Ureña, cuando la gente se agolpó para pasar por debajo con intensión de ir a votar en Venezuela por cualquiera de los candidatos presidenciales.
Las elecciones dejarán a Hugo Chávez en el mandado por cuarta vez consecutiva, o le darán un nuevo camino al vecino país con Henrique Capriles Radonski.
Muchos colombianos nacionalizados venezolanos sufrieron, en menos de dos horas, las penurias que afrontaron los israelitas, en 40 años, al atravesar desiertos para llegar a la tierra prometida. La tierra de ayer no manaba miel ni leche, solo votos, sándwiches y gaseosa. Lo único que emularon de aquella travesía fue el agua, y la tuvieron en abundancia pues el río Táchira estaba crecido debido a las lluvias de la madrugada del domingo.
Los moisés no se escondieron mi murieron antes de ver al rebaño en la tierra prometida. Todos iban y volvían a su Jericó cuantas veces se lo permitió el estado físico. Ninguno tenía los 120 años que cuentan las escrituras. Entre cuatro, difícilmente, podrían sumar esa edad. No querían trasladar el liderazgo a ningún hijo así se llamara Josué. Lo único que les importaba era recibir los $ 5000 o 50 bolívares fuertes para cargar a quienes se atrevieran a montar en una improvisada arca que, seguro, no construyó Noé, pero igual los llevaría a tierra de prosperidad.
La tierra prometida
En la tierra prometida de la biblia los israelitas esperaban encontrar miel y leche en abundancia. En esta solo encontraron camisas rojas y una que otra azul. Sabrina Hernández se levantó, a las 7:00 de la mañana, como nunca lo había hecho un domingo, pues es el día de descanso. Se vistió con pantalones cortos de yin, camisa amarilla de tiritas, se ajustó el pelo con una moña blanca y una gorra caqui cubrió su cabeza. Llegó al puente Francisco de Paula Santander media hora después. Intentó por primera vez cruzar, pero fue vana la intención. La improvisada embarcación naufragó. La fuerza del agua los zambulló hasta el fondo.
Decidió caminar un kilómetro de donde estaba. Guardó la cédula venezolana y el teléfono celular en una bolsa plástica que encontró en un vertedero de basura y se lanzó al agua para llegar a la otra punta del puente.
Sabrina llegó a Ureña y sabía que el voto sería por Capriles. Al encontrar el pueblo vestido de rojo, corporalmente se volvió chavista, se puso una camisa y una visera roja, se pego una calcomanía de Chávez, agarró una bandera de Venezuela y entró a la escuela Pedro María Ureña. Frente a la urna no cambio de sentir. El voto, efectivamente, fue azul, no rojo. Salió arengando consignas constructivas para el proceso revolucionario del comandante Presidente, comió sándwich y bebió gaseosa. De vuelta a Cúcuta, aunque llena de barro, lo hizo por el puente, como todos los días al terminar la jornada laboral.
Sabrina es una mujer desparpajada. ¡Cucuteña de cepa! De las que habla en voz alta y se ríe con fuerza descomunal. Sabe que vendió su imagen, pero no su conciencia, y que la leche y la miel que ofrece la tierra prometida se convirtió, milagrosamente, en un pedazo de pan con jamón y queso y una bebida oscura. También, es consciente de que la embarrada, la mojada y el sacrificio fueron necesarios, porque con su voto contribuye a que un pueblo lastimado encuentre otro camino.
“Un camino que los llevará por la senda de prosperidad, de tranquilidad, o al menos el camino de saber si Chávez es o no lo que el país necesita”, gritó Sabrina Hernández mientras posaba para la foto debajo del letrero que da la bienvenida a Colombia y que está sobre el puente Francisco de Paula Santander.