CÚCUTA.- La Antigua Cárcel de Mujeres de Cúcuta guarda la huella de lo que un día fue. Se conservan aún los cubículos donde se acomodaban máximo de a dos reclusas, el patio de lavaderos, las canchas de basquetbol y fútbol, el salón de televisión, el comedor y el patio donde se aislaba a las internas conflictivas para evitar riñas.
El centro de reclusión estaba dirigido por religiosas de la congregación El Buen Pastor, que tenían como misión estar al servicio de las convictas, fortalecerlas y ayudar por medio de la palabra de Dios, para que encontraran alivio a las penas y forjaran un nuevo camino que las condujera a una vida digna.
“Las asesoraba en la parte espiritual, ante todo me ocupaba de dirigirlas hacia la conversión. La eucaristía para ellas era especial. Muchas, por medio del rezo del Rosario, consiguieron la libertad o una rebaja en las condenas”, dijo el padre Jesús Emiro Claro, quien las asesoró y las acompañó durante 10 años.
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Las presidiarias se levantaban a las 5:00 de la mañana, se bañaban, formaban filas, contestaban el llamado a lista, desayunaban y asistían a la eucaristía. Después, cada una se ocupaba en algo. Había cursos de manualidades, validación de bachillerato y estudio profesional. Algunas consiguieron el título en este lugar.
Sin embargo, no todo es de color de rosa. A veces, puede tornarse tan oscuro que impide ver. “Es una situación dura. Lo más fuerte son las fechas especiales, Navidad, Año Nuevo, Día de la Madre y cuando un familiar muere. Todo eso para ellas es doloroso, son momentos de angustia”, dijo el sacerdote.
Por esta cárcel pasaron mujeres acusadas por guerrilleras, paramilitares, asesinas, cómplices de asesinato y esposas de narcotraficantes. Unas, se acoplaron a la nueva vida y se refugiaron en la fe; otras no.
Hoy, después de casi 4 años del cierre del centro de reclusión, donde había 450 presas, no queda sino el rastro de lo que un día fue, sitio de vivencias y amoríos entre algunas internas que, sumergidas en el mar de la soledad, encontraron consuelo en los brazos de otra y hallaron seguridad.
En ocasiones, las mujeres pueden ser más peligrosas que los hombres y como en todos los casos, y aplicando la teoría de la evolución de Charles Darwin, la que se adapta al medio sobrevive, la que no, se eliminará.
Una cárcel es una lucha, no sólo por retornar a la sociedad, sino también por sobrevivir. Se cumple una rutina día tras día con la esperanza de recobrar la deseada libertad, unas para volver a delinquir, otras para enfrentar la realidad.
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La nueva política carcelaria, que pretende trasformar las cárceles del país para que dejen de ser escuelas del crimen y se conviertan en sitios de resocialización, impulsó la construcción del centro penitenciario en el barrio El Salado. En febrero del 2010, las reclusas estrenaron ‘hogar’.
La creación de estos centros permite dar un trato digno y humano a las convictas para que no cultiven la delincuencia y en el futuro salgan a hacer lo mismo que las llevó a la cárcel, o algo peor. El de Cúcuta fue el primero de 10 distribuidos en el país.
El 70 por ciento de las cárceles está dotado de áreas para trabajar, estudiar y hacer deporte, de modo que los presos tengan ocupada la mayor parte del tiempo. La obra costó $ 76.000 millones y sólo se aceptan condenados. Los indiciados y acusados no tienen cabida. Cuenta con capacidad de 1298 internos entre hombres y mujeres.
Para las visitas se tuvieron en cuenta algunos elementos básicos. Se instalaron baños, servicio bancario y cafetería, de modo que haya un mínimo de comodidad para quienes hacen largas filas con el objetivo de ver a los internos. Además, tiene guardería infantil para los hijos de las reclusas.
La cárcel se inauguró el 28 de diciembre del 2009. A principios del 2010, el entonces presidente Álvaro Uribe visitó el lugar y ratificó que la meta era lograr un trato digno para convictos y visitantes.
La construcción de las 10 cárceles estuvo a cargo del Ministerio del Interior y de Justicia, del Fondo Financiero de Proyectos de Desarrollo (Fonade) y del Instituto Nacional Penitenciario Carcelario (Inpec).
La Antigua Cárcel de Mujeres de Cúcuta, ahora, es propiedad de la Universidad de Pamplona. Ahí, en esa casona que guarda secretos y vivencias de miles de seres humanos que cometieron el error de oponerse a las leyes, se adaptará la sede de Comunicación Social. Y el lugar dejará de ser la sombra de las internas y se convertirá en un espacio donde los alumnos construirán un futuro diferente para el país. Será la cuna de las grandes ideas juveniles.
Quienes en la actualidad custodian el solitario lugar, viven temerosos y cambian con los turnos asignados. Tal vez sea producto de la imaginación, quizás verdad, pero afirman que allí asustan. Una celadora tiembla cuando la noche empieza a caer y el sol se despide con los últimos rayos de luz.
Al recopilar las anécdotas vividas, deducen que es el alma en pena de una interna que se divierte asustándolos. Una noche, en un vidrio, vieron la imagen de una mujer. Un guardián vio una sombra y en cuestión de segundos escuchó que las rejas de la parte externa se estremecían como si alguien pidiera libertad. Algunos celadores, llenos de miedo, piden traslado para no volver al lugar.
La Cárcel de Mujeres pasó de ser el lugar de máxima seguridad, a un terreno abandonado bajo la supervisión de vigilantes que intercambian turnos y que guardan el mismo secreto: el de una presa que asusta.
ANDREA PAOLA NOVOA
Estudiante de Comunicación Social
Universidad de Pamplona
Campus de Villa del Rosario