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Los bancos, tan corroídos por los años, pareciera que cada uno tuviera estrías.

CRÓNICA. Plaza de toros de San Fermín se viste de tristeza

Son las 3:18 de la mañana. Hace cuatro está sentado en esa banca.  Muere de frio. ¿Por qué está sentado allí? ¿Por qué sigue en esa banca? Supongo que es mejor retroceder, hacerse a un lado y explicarlo. Toda buena situación llega a un momento crítico, a una encrucijada entre “continuar y seguir adelante”. Para muchos, esas palabras pueden ser sinónimas. Para la historia, tienen una diferencia abismal.

El abandono, la negligencia, la explotación del terreno solo cuando lo necesitan, y los períodos gélidos que con la humedad ayudan a arrasar este templo para los toreros, son muestra de la concepción de las dos palabras. Una, que afirmaría si se siguiera adelante desde el inicio, y otra, con su continuar y descontinuar haciendo que el envejecer suene cansado y la muerte sea premeditada.

Eso pasó en esta plaza. Ruedo desgastado de más de 50 años, donde ahora el suelo con tapujos de monte y mala hierba no permiten ver más allá de la última faena de toros. Lo que puede brindar este terreno es más que sólo sangre bobina, más que sólo un sitio para expendido de estupefacientes, mucho más que ser ahora el centro de crímenes a sangre fría.

La nebulosidad de la ciudad mitrada va más allá de cubrir parques y edificios. Nubla la razón y la visión de gran parte de los que no se apropian de lo que puede brindar los sitios icónicos. Sitios que podrían decir más de lo que pudieran hablar.

Como es costumbre en las mañanas, se encuentra el rocío en las hojas de los árboles, ramas atiborradas con bucles de musgo. El sol siempre asomándose por una de las tres colinas que circundan a la metrópoli patriota.

En la loma del barrio El progreso empieza el recorrido aquel hombre. El que pretende ser la conciencia del pueblo, vistiéndose de tristeza para recordar lo hermosa que era la fundadora de ciudades, y ahora lo devastada que es. Por orates promotores del caos. Pero hasta en el caos hay orden y eso era aquel hombre. Un individuo cohabitando entre tantas vidas con rumbos aleatorios que no rompen con la dinámica de lo establecido. Por lo menos estaba allí para recuperar lo que el trascender de los años les ha arrebatado. Aunque para algunos sólo sea, por su apariencia, un residente de la calle y nada más.

Entre muchos de los oficios, aquel hombre dice ser torero de profesión y lustrador de zapatos por conveniencia. Es uno de esos tantos toreadores que por malos gobiernos, y por solo ser una voz insignificante, no puede hacer mucho por recuperar su templo, tal vez no para las faenas de toros, pero sí como museo de muchas experiencias que vivió Pamplona en aquel sitio, por muchos años centro de actividades simbólicas.

Ahora, el torero solo usa el capote como otra prenda para protegerse del frío. La casa de mercado se ha convertido en el segundo hogar y lo poco que gana no es ni la cuarta parte de lo que ganaba en los años de gloria.  Caminar es su rutina diaria de la Plazuela al parque y del parque al supermercado. Ahí, la mayoría de las veces lo despachan por ser uno de los deudores morosos.

Al caer la noche, llega al sitio donde lo aclamaban, donde todo lo externo desaparecía y la adrenalina lo hacía sentir extasiado. Los ojos parecen telones en los que se reproducen escenas memorables una y otra vez. La lluvia ayuda a que no se perciban las gotas nacientes de las glándulas lacrimales. En el aire se forma una nube densa proveniente de la boca y a manera de bufido sale el calor interno que choca contra el frío. Lo hizo parecer un toro que embestirá al torero, pero es solo un hombre que se aqueja en el viento.

“Pueblo pequeño, infierno grande”, es la frase preferida por quienes viven aquí. Los rumores se propagan como cualquier sarampión o alguna viruela. Comentarios como que este ruedo será demolido por nuevas empresas para más centros deportivos son para aquel hombre el anuncio de una tragedia. Acabarán con su sede de confesiones y lo más cercano a un álbum de recuerdos que haya podido tener.

Sí, por eso está ahí. Son las 3:18 de la mañana y está sentado sobre ese tablón dentro de esta plaza de toros San Fermín. Solo que esta no es de Pamplona la de España, sino la de Norte de Santander (Colombia). Pero no se irá más allá para comprender la gran relación que tiene esta ciudad estudiantil con la península ibérica.

Los bancos, tan corroídos por los años, pareciera que cada uno tuviera estrías, pues tiene tantas grietas donde  el moho y las termitas se alcanzan a familiarizar, generando un degradé extraño entre marrón y verde. Unidas por pernos oxidados y sostenida por andamios inseguros con el mismo nivel de oxidación que los pernos. Hace que el hombre, de mirada perdida, con barba de unos 3 meses, entre blanco y grisáceo como la neblina, toque la cabeza como quien determina que en esa zona del cuerpo hubo vestigios de cabello y ahora solo habita una cicatriz.

DAVID CAPACHO

Estudiante de Comunicación Social

Universidad de Pamplona

Campus de Villa del Rosario

Foto: Especial para www.contraluzcucuta.co

Sobre Rafael Antonio Pabón

Nací en Arboledas (Norte de Santander - Colombia), educado y formado como periodista en la Universidad de la Sabana (Bogotá), gustoso de leer crónicas y amante de escribir este género periodístico, docente en la Universidad de Pamplona (Colombia) y seguidor incansable del Cúcuta Deportivo.

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