CÚCUTA.- La elaboración de una cometa es difícil. Hay que seleccionar las varas, amarrarlas, hacer el marco, cortar el papel, pegar y montarle los frenillos. Luego, hay que conseguir la pita y los retazos para la cola. En cambio, José Alejandro Correa solo gasta 15 minutos. La agilidad se la proporciona la experiencia ganada en 34 años metido en el oficio.
Hoy, el negocio está duro. El viento de agosto no ha acercado a los compradores, las ganancias escasean y el amor por el oficio flaquea. Si al final de la temporada la registradora no arroja números positivos, este hombre, de apariencia humilde y amabilidad cucuteña, se hará a un lado y buscará el sustento en otra ocupación.
La competencia que le montaron los chinos es otro inconveniente con el que lucha cada año. Del lejano país oriental llegan innumerables paquetes con barriletes, papelones, voladores y papagayos con motivos atractivos para los clientes. También, marcan el ritmo de los precios.
- De niño, agarraba las hojas de los cuadernos, las doblaba, les hacía frenillos y las volaba. Después, agarré la cañabrava, la partía, usaba papel periódico y la pegaba con la cuajara.
Nadie le enseñó el arte, de manera empírica comenzó la producción y cuando se dio cuenta era experto. Buscaba papel, imaginaba el prototipo, daba rienda suelta a la creación y al poco tiempo tenía el ejemplar listo. En la prueba aprendió a ajustar los frenillos y que el rabo debe medir 20 metros, porque entre más largo sea, menos volteretas da la cometa.
Una queja. Los niños no saben qué es, ni para qué se usa. El teléfono celular los mantiene ocupados y no tienen tiempo para divertirse al aire libre. También, hay padres que no han elevado cometas. Los modelos extranjeros permiten maniobrarlos con mayor facilidad.
Las chinas tienen mayor demanda en el mercado infantil y son preferidas por los colores y las imágenes estampadas. Las hay con superhéroes, escudos de equipos de fútbol, personajes y programas de la televisión, animales de toda especie y figuras geométricas. Las tradicionales son hexagonales u octogonales, plásticas, unicolores, aburridas y difíciles de volar.
Del papel vejiga, que se eliminó por la fragilidad en las alturas, se pasó al plástico y a la tela impermeable. Los manteles para piñatas, en esta época, toman otro uso y sirven para el decorado de cometas. No faltan la rojinegra y el tricolor, porque seguro algún aficionado al fútbol se las lleva.
¿Usted elevó cometas?
- Dígame. Sé elevarlas y le enseño a más de uno cómo es. La tradicional tiene que ser entre dos. Uno agarra la pita y otro la lleva unos 10 metros. Allá la tira y uno la encumbra, va agarrándola y suelta para que coja vuelo.
A esta edad no recuerda cuánta pita le soltó a la cometa que guarda en la casa y con la que ha ganado varios concursos. Rememora y se planta en dos rollos de 300 metros cada uno. Verla allá, vecina de las nubes, le despierta satisfacción, por una razón, a eso iba a la cancha de Niza, a un lote cercano al Canal Bogotá, al anillo vial y a Torcoroma.
Cuando no despega, la frustración es grande. La revisa, le hace preguntas que no obtendrán respuestas, chequea que todo esté bien y después, el infaltable madrazo cargado de rabia e impotencia.
José Armando, en la juventud, era de los que competía para tumbar la cometa del vecino de patio. Ponía hojillas en la cola para hacer la maldad. En muchas ocasiones ganó el reto, pero también hubo jornadas en las que salió con ‘el rabo entre las piernas’.
- Usted iba a buscarla hasta donde cayera. En edificios, entre las cuerdas de la energía, en las ramas de los árboles, allá se encaramaba uno para rescatarla.
Entre septiembre, cuando recoge el puesto de venta, y julio, mes en el que comienza a prepararse para agosto, vive de la celebración mensual. Vende regalos en el Día del Amor y la Amistad, flores en el Día de la Madre. Los meses que no son de temporada alta para los negocios descansa o se emplea como obrero de construcción.
- Un señor me dijo un día, ‘usted vive es del aire’. ¿Por qué? ‘Porque deja de vender cometas y se pone a vender piscinas, que hay que echarles aire’. Vendo chalecos, salvavidas y los juguetes inflables.
José Armando llega a las 7:00 de la mañana a El Malecón, frente al monumento al número Pi, tiende la soga y le cuelga 30 cometas. Otras tantas están en el suelo. La vista es agradable por la multiplicidad de colores, formas y figuras. A las 4:00 de la tarde, desanuda la cuerda y guarda la mercancía para emprender el regreso a casa, en el barrio Santo Domingo. Al día siguiente cumple con la rutina que le impone el viento.
- El negocio era bueno. Vamos a ver cómo será el otro año, porque, sinceramente, estoy que me retiro. En este punto voy como para 10 años.
RAFAEL ANTONIO PABÓN