CÚCUTA.- Hace 52 años nació Carlos Eduardo Hernández Mogollón, creció en una familia humilde en compañía de cuatro hermanos menores y sus padres. Orientado por la visión de una madre emprendedora y capaz de salir adelante sin importar las adversidades, cursó primaria y secundaria en el colegio La Salle, en Cúcuta. Ingresó a la Universidad Francisco de Paula Santander para estudiar ingeniería química.
Al terminar cuarto semestre, la situación económica familiar impidió continuar la carrera. El padre lo aconsejó, decidió seguirle los pasos en la contaduría pública y se hizo profesional. La visión tomó un rumbo profundo, sintió sed de mirar más allá de un escritorio lleno de papeles y números.
Tal vez las canas, sinónimo de sabiduría, las que han permitido a este hombre analizar más lejos de lo que el ojo humano puede ver. Se formó como ser humano visionario, lleno de capacidades, capaz de propiciar nuevos aires de progreso en la ciudad natal para ayudar a los demás, y que es posible mediante la política.
En 1988, se casó con Carolina Rosal y formaron un hogar con cuatro hijos, que les han dado dos nietos. Muestra humildad y la tranquilidad al hablar permite sentir ese amor visionario que lo ha forjado como hombre maduro, profesional y líder.
Dio un paso para ser empresario pionero de la región y dio a la luz varias microempresas. En 1990, empezó a trabajar en el sector comercial con las bases y las enseñanzas de la materia de mercadeo que había aprendido en la universidad.
“Gracias a Dios estudié contaduría pública, porque enseña o estructura para ser organizado y llevar cuentas. Sobre todo, me llevó a no sentarme detrás de un escritorio”. Ha formado 24 empresas en el país y las que lo impulsaron a entrar en agremiaciones. Después de ser presidente departamental de Acopi ve natural el paso a la Cámara de Comercio de Cúcuta por cuatro periodos. Luego, el pueblo lo eligió para la Cámara de Representantes sin haber tenido trayectoria política.
“Recomiendo a todos, jóvenes y adultos, hagan política, lo mejor que le puede pasar a un ser humano es hacer política. La dicha de poder servir a un pueblo es por medio de la política. El equilibrio que necesita un pueblo debe hacerse en la política, por eso digo y recomiendo, hagan política”.
Es de noche. Hay afán por la espera del vuelo para viajar a Barranquilla. En un rincón del aeropuerto Camilo Daza a cada instante mira el reloj para comprobar la hora o para medir el tiempo que le queda en tierra. Esa prisa no se hace visible en la conversación. El hablar sereno y melodioso lo llevó, paso a paso, a viajar por la historia personal.
Cuatro Goliats lo protegen con recelo y cuidado. No le pierden pisada. Frente a frente desborda con fluidez apasionada el amor y la fidelidad a Dios y la gente. Tal vez esa misma cualidad que lo hace ser congresista de la república, padre, esposo, abuelo y de nuevo estudiante.
Carlos Eduardo afianza los conocimientos como estudiante de derecho, los fines de semana, en la Universidad de Santander, y entre semana se prepara en la maestría en dirección y administración de empresas, en Bogotá.
La frase que no se cansa de repetir es “Dios es bueno, Dios es misericordioso, Dios es inmarcesible”. Cree que la religión y la política se combinan para ayudar a la gente y están ligadas”. Hace 35 años es cristiano, credo que lo ha formado como hombre íntegro, feliz y lleno de amor, un amor dado por la lucha social. La política es la mejor relación con la religión, es la verdadera búsqueda de la justicia. Ese amor encontrado en Dios lo trasformó en un guerrero representante de una comunidad entera que lo hace luchar por el bienestar de todos.
El aspecto robusto y tranquilo se acompaña de una voz gruesa y varonil. La formalidad al hablar la corrobora con el lenguaje escogido con cuidado, pero entendible. Las palabras reflejan años de trayectoria y formación. Las manos grandes y suaves al tacto son la puerta a la amabilidad.
Llegó el punto en la noche en el que los ojos del congresista con coraza de Dios confesaron el amor por la política, que define como buena, real y honesta. Esa que le da ánimos para continuar. Con honestidad y franqueza clasificó a los políticos que alberga el país: el inteligente, es el que se beneficia del ejercicio y beneficia a los demás; el malo, que se beneficia mientras daña a los demás; el inocente, que beneficia a los demás haciéndose daño, y el imbécil, que se hace daño y daña a los demás.
La sonrisa aflora y dice que “somos muchos los inteligentes. La política es buena, porque es la única forma de recoger el sentimiento de un pueblo y servirle a la gente. En definitiva, es lo mejor que me pudo haber pasado”.
LAURA RODRÍGIUEZ
MARCELA RAMÍREZ
Estudiantes de Comunicación Social
Universidad de Pamplona
Campus de Villa del Rosario