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Una maldición pesa sobre Gramalote

GRAMALOTE – Norte de Santander.- Gerardo es un hombre robusto, por la apariencia corporal y el sufrimiento que se le marca en el rostro, debe haber vivido seis décadas. Es gramalotero de los de verdad. La naturaleza, aquel inolvidable 17 de diciembre del 2010, le destruyó dos viviendas y lo dejó en la calle.

–         La platica que tenía prestada también se perdió – lo dijo con la amargura que deja un mal recuerdo. No dio la cantidad, solo miró a un punto indefinido para olvidarlo.

Está sentado en una de las sillas blancas alquiladas para acomodar a los oriundos de Gramalote que en pocas horas verían de cerca al presidente Juan Manuel Santos. Comparte ilusiones con decenas de hombres y mujeres que han pasado tres años a la espera de soluciones a los problemas ocasionados por el deslizamiento de tierra.

Desde la mañana del 14 de enero, a escasos tres días de cumplirse 37 meses de la tragedia, llegaron al centro comunitario para escuchar palabras alentadoras, regresar a casa y volver a soñar con que un día recuperarán la vivienda en la que terminarán de levantar a los hijos, armarán de nuevo el corral para los animales y plantarán los árboles que les servirán de alimento.

Gramalote es de vocación agrícola. Los campesinos crían a los ‘chinos’ a punta de chocheco y café. Esos son los productos autóctonos del municipio fundado el 27 de noviembre de 1857. Los habitantes gozan de una temperatura media de 23 grados centígrados. Tan solo 49 kilómetros los separa de Cúcuta.

No serán esas casas de amplios patios, con habitaciones enormes, pero les servirán para mitigar la carencia de hogar que han arrastrado durante ese tiempo que han pasado lejos de la tierra que los vio nacer. En el 2005, el Dane certificó que allí vivían 6329 gramaloteros.

Gerardo está tranquilo. Al fondo se escucha la música guasca interpretada con maestría. Cuatro hombres se encargan de la animación. La guitarra que puntea, la guitarra que acompaña, la guacharaca y el cantante. No se necesitan más intérpretes para armar una fiesta. Al terminar cada canción los débiles aplausos reconocen el talento criollo.

Cuenta la historia oral, de la que Gerardo se hizo narrador en esta ocasión, que un día lejano asesinaron al sacerdote de Gramalote. Los motivos no los alcanzó a recordar. El sustituto de la víctima montó en cólera y maldijo al pueblo. ‘Será convertido en un tartagal’.

–         Mire usted las ruinas. Están llenas de matas de tártago. Si no, ¿por qué la torre no se cayó? – dijo el relator con esa voz que llama a la seriedad y a creer en lo dicho.

 

El reasentamiento del pueblo se barajó entre dos posibilidades. Pomarroso y Miraflores. Después de los estudios técnicos sobre el terreno se decidió que Miraflores sería el lugar ideal para levantar el nuevo municipio. Meses después, todavía se escuchan voces a favor de Pomarroso, aunque lejanas en la distancia.

Gerardo apoyaba a Pomarroso. Ahora, se conforma con saber que pronto construirán mil casas y que una será para regresar con la familia, dejar la venta de carne en Cúcuta y estrenar  ilusiones. En el negocio en la ciudad no le va mal, y aunque está amañado quiere volver.

–         Mire usted. Miraflores queda en medio de dos quebradas. ¿Será que se va a repetir la maldición del sacerdote? – La pregunta queda sin respuesta porque los paisanos anuncian entre murmullos la llegada del presidente Santos.

 

Catorce mujeres ataviadas con trajes de danza serían las encargadas de hacerle la calle de honor al visitante especial. Debían mover con elegancia los vestidos coloridos, llamar la atención con el baile y despertar admiración. Al aparecer Juan Manuel Santos por las gradas y estar cerca, ellas olvidaron el protocolo.

El cuarteto criollo continuaba con la interpretación de música guasca. Gloria les tomó ventaja a sus compañeras y le propuso al Presidente bailar esa pieza. La respuesta fue positiva y por segundos se entendieron en la pista improvisada. A las demás no les quedó más remedio que romper filas y abalanzarse a besar a Santos. Unas consiguieron el objetivo; otras, se conformaron con darle la mana. Al fin y al cabo personalidades de esta talla poco visitan el municipio.

Los encargados de la seguridad presidencial abrieron paso a empellones para llegar a la tarima principal. Santos sonreía, quizás porque los policías no lo requisaron como sí hicieron con campesinos, invitados y periodistas. Al entrar no le pegaron en la camisa el adhesivo amarillo, que daba derecho a nada, ni le quitaron los bolígrafos, el agua, la libreta de apuntes ni los refrescos.

Juan Manuel pasó tranquilo hasta sentarse delante del séquito que trajo de Bogotá. Ministros, secretarias, Gobernador, Alcaldesa, militares, civiles y políticos integraron la comitiva. De toda esa cantidad de personalidades solo se dirigieron al público cinco. Los demás, de visita.

Himnos, discursos, promesas, cuentas, recuentas, inconformismo, ratificación de cifras, otros compromisos, reclamos, oración por la paz, pedido de perdón y murmullos estuvieron servidos en el acto. Los aplausos sonaron en el momento indicado. Al terminar el encuentro, los gramaloteros recibieron una cajita blanca de icopor con el refrigerio.

El presidente Santos se despidió. Había pasado la algarabía. Gerardo se perdió entre el público. No terminó la historia de la maldición, que queda como eso, “una historia que quién sabe si se repita”.

RAFAEL ANTONIO PABÓN

rafaelpabon58@hotmail.com

Fotos: MARCO SÚA

Sobre Rafael Antonio Pabón

Nací en Arboledas (Norte de Santander - Colombia), educado y formado como periodista en la Universidad de la Sabana (Bogotá), gustoso de leer crónicas y amante de escribir este género periodístico, docente en la Universidad de Pamplona (Colombia) y seguidor incansable del Cúcuta Deportivo.

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