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- Mire, mijo, ese es el mejor jugador de la historia de Cúcuta – le dijo el padre emocionado al niño que llevaba de la mano a ver otro partido del Cúcuta Deportivo en el estadio General Santander.
En la entrada a la tribuna Occidental el encargado de recibir las boletas es un hombre delgado, de caminar pausado, pasa los 70 años. Es amable y a cada saludo responde sonriente. Las palabras del aficionado lo enorgullecieron y, quizás, lo llevaron a ese pasado glorioso que vivió mientras vestía la camiseta rojinegra.
El niño se asombró con lo expresado por el padre. Miró de arriba abajo al personaje. No podía creer que estuviera junto al ídolo de varias generaciones atrás. Y lo increíble, como para contarlo a los amigos en el colegio, es que podía saludarlo, darle la mano y llevarse un grato recuerdo.
- Él es el ‘Burrito’, jugador de los 60 – dijo el padre, quien también entró en trance emocional por estar, hombro a hombro, con Germán González Blanco.
El niño repitió la mirada. ¿Era cierto lo que oía? Germán se olvidó por un momento del encargo que cumplía en la portería y les dedicó tiempo a padre e hijo. Tomó el teléfono celular y buscó entre los archivos la fotografía que ha publicado infinidad de veces en redes sociales, periódico y revistas.
- Mire – le dijo al pequeño – este soy yo, y quien está a mi lado es Pelé.
Esa es la mayor carta de presentación de para un exjugador. Haber posado junto al O Rey le da credibilidad a los relatos que puedan hacer sobre su vida futbolística.
No había pierde, ese hombre sí había jugado fútbol y las oportunidades no pueden perderse. El padre, sin salir del choque emocional, le pidió al ‘Burrito’ el autógrafo que daría fe pública del encuentro con el ex miembro de la Selección Colombia que disputó en alguna ocasión los Juegos Olímpicos.
La camiseta del niño sirvió de lienzo para estampar la firma. Cuánta alegría junta en esa escena que no duró más de cinco minutos. Transcurrido ese tiempo, cada cual regresó a la normalidad. Germán González se dio cuenta de otra casualidad de la que no se había percatado.
- Vea que curioso. Ese es el 8 con el que yo jugaba – dijo y señaló hacia la urna en la que depositaba los recortes de las boletas que entregan los aficionados al ingresar al estadio.
Sonrió. Devolvió el bolígrafo y posó para otra fotografía. Es el precio que cuesta la fama bien administrada.