A 45 kilómetros de Cúcuta está Durania, ‘La tacita de plata’. Así se le conoce. Es un pueblo pequeño, de pocas casas y clima amigable para quienes sufren por los más de 30 grados diarios de la capital de Norte de Santander. Este era un pueblo rico en recursos hídricos, tenía cascadas, pozos y lagunas. De eso hablan los cuentos y los recuerdos de los viejos.
Agustín Gélvez, nacido y criado en esta tierra, recordó que La Barca producía tanto miedo, que en alguna oportunidad se debió llevar al cura de la iglesia de San José para que le diera la bendición. La laguna infundía miedo a quienes la visitaban. Escuelas y colegios del casco urbano, veredas y municipios cercanos tenían en los programas académicos la visita al mágico lugar.
En el parque principal, poblado por cayenos reverdecidos y florecidos; veraneras moradas, un pino, dos bustos y las palmas reales, que poco a poco mueren a la vista de los dos leones que vigilan la calle empedrada, comienza el recorrido a pie. El caminante no dura dos horas por entre el trazado milenario compuesto por tramos húmedos y fríos, caminos cubiertos por hojas secas que impresionan y enamoran a los visitantes. Son tres kilómetros desde la hamaca hasta La Barca.
Los trechos no son tediosos ni difíciles, son amables, entretenidos y cualquiera puede transitarlos. A la vera del camino hay bambús, quebradas, frutas y flores. Los olores que expele la naturaleza producen esas ganas de no querer salir de allí jamás. El silencio es poco. Las aves que se avistan alientan cada paso de la ruta con melodías que alusinan.
Luego de 42 minutos de caminata, la señal casi invisible indica que La Barca está cerca. Piedras y hojas secas cubren los últimos 200 metros. Es el resumen de de los tres kilómetros anteriores.
En La Barca la emoción crece y el espíritu aventurero se da por servido. Una cerca de alambre de púas destemplado, un lazo y una hebra de mimbre azul sostienen el pórtico. En el piso una rueda de cemento, pintada de azul y amarillo da la alerta, Laguna La Barca. Está partida en varios pedazos, quizás por eso no la levantan.
Al atravesar el portal de alambre queda una mezcla de tristeza y desilusión. La Barca no es lo que mostraban las páginas web, ni el cuadro de la Alcaldía o del restaurante. El paso de los años y las manos destructoras del hombre se notan. Los cinco círculos áridos de arena blanca, llenos de maleza, indican que hubo agua. El camino de piedras con partículas de lama verde tostada por el sol ratifica lo que fue La Barca.
Las caminatas de antes terminaban en pesca y almuerzo. El baño era obligatorio. Hoy, bañarse da escozor, el agua es color café, intentar pescar sería seguir asfixiando a la laguna. La Barca se ahoga debido al mal manejo del hombre y por los caprichos del Fenómeno de El Niño.
DOMINGO MALDONADO (*)