Desde algún tiempo atrás, dada mi querencia por Venezuela, he venido recopilando diversos recortes noticiosos de radio, prensa, televisión, escritos de columnistas y de las redes sociales, referentes a la diáspora venezolana. Nos llama la atención por ser, hoy por hoy, el fenómeno de desplazamiento humano más grande del mundo, seguido por el de Siria, caracterizados por las infracciones frecuentes al Derecho Internacional Humanitario.
Alrededor de 5,8 millones de desplazados venezolanos (más o menos el 20 % de la población del país, del 2020), han emigrado por el mundo, en la gran mayoría por Latinoamérica, en condiciones humanas precarias y en extenuantes caminatas con jornadas de sufrimiento extremo con abuelos, niños y gestantes. De ellos, grosso modo, 1,7 millones receptados en Colombia.
Cúcuta y los municipios conurbanos, han sido los mayores receptores en tránsito o migración pendular. Aquí, residen, legal o ilegalmente, alrededor de 200.000 venezolanos con la generación de problemas sociales, insalubridad e inseguridad que conlleva.
A tan neurálgica y anómala situación que tiene que ver con la desprotección y la vulnerabilidad de la condición humana, el gobierno colombiano, en cabeza del presidente Iván Duque, hace pocos días firmó el Estatuto de Protección Temporal para los migrantes venezolanos. Se busca la protección de los derechos humanos de los residentes en Colombia antes del 31 de enero y será válido por 10 años.
Además, mediante Convenio de Buena Voluntad firmado entre la OEA y la Confederación Masónica Colombiana (segunda quincena de febrero), bajo la presidencia itinerante del gran maestro Mario Latif, la masonería colombiana, no sólo aprueba el Estatuto, sino que desplegará su dinámica para fortalecerlo y coadyuvar en la acción activa, fraternal y solidaria.
Paradójicamente, ha sido un gran alivio para el narco Régimen de Maduro que cerca de 6 millones de venezolanos, que, lastimeramente, han salido del país, se constituyeran en extraordinario alivio económico pues así trasfiere a otros países democráticos (por ejemplo, Colombia) la responsabilidad de alimentarlos, darles educación, seguridad social, proveer medicamentos, etcétera.
Y ¿Por qué la diáspora venezolana? Pues, desde el régimen socialista de
Chávez y ahora el narcodictatorial “del cucuteño” (sic) Nicolás Maduro, con 21 años de existencia, han logrado estas perlas de funesta actividad delictiva:
– 570.000 empresas fueron confiscadas por el régimen
– 485.000 empresas quebraron o cerraron definitivamente
– 85.500 empresarios lograron radicarse en otros países, amén de los profesionales calificados en diferentes disciplinas.
– Según la Organización Mundial del Turismo (OMT), los turistas que visitan a Venezuela anualmente, desde el 2014 (857.000 turistas), la recepción del turismo viene cayendo en cifras significativas, 526.000 (2016), 427.000 (2017), hasta llegar a cero en el 2020.
Solo un régimen socialista, con la patraña de repartir la riqueza entre los pobres, pudo destruir la actividad empresarial de ese país tan rico y con las reservas petrolíferas más grandes del Continente. Son los empresarios quienes generan la riqueza, pagan los impuestos y garantizan el suministro de bienes y servicios.
Así, pasó a ser importador de gasolina, luego de ser el país con la más alta producción de petróleo en Latinoamérica (3,7 millones de barriles/ día), pues las refinerías cerraron por abandono y mal manejo. La cifra del saqueo de Venezuela por ese narco régimen, el cartel cocalero ‘Los Soles’ y sus enchufados, se estima en 500.000 millones de dólares. Dinero depositado por ‘ellos’ o los testaferros en cuentas bancarias de paraísos fiscales y en Europa, con cifras que superan los 350.000 millones de dólares o los 150 millones de euros, sin ninguna actividad empresarial.
Todo llevó a que Venezuela sea uno de los tres países más pobres de la tierra con una hiperinflación que acaba con el salario, el consumo y el crédito.
Los casi 6 millones que constituyen La Diáspora Venezolana, junto con el resto de venezolanos ‘héroes’ que aún viven en precarias condiciones, tratando de sobrevivir a todo tipo de vejámenes, inclemencias y vicisitudes impuestas, son quienes, a pesar de la mordaza informativa, se intercomunican por redes sociales y exteriorizan al mundo la miseria en que esa tiranía mantiene sumido al país en pleno siglo XXI.
Es tan calamitosa la situación socioeconómica en Venezuela que una profesora universitaria, con alrededor 1,25 dólares de sueldo diario, necesitará más de 4000 años de ahorro continuo para comprar, en Caracas, un viejo y modesto apartamento de 50.000 dólares y en el que no tendrá agua corriente la mayoría del tiempo y el suministro de energía (consecuencialmente de internet) y gas será irregular.
Ese es el Socialismo que en Colombia representa Gustavo Petro, pero que lo disimula con sofismas.
HUGO ESPINOSA DÁVILA
Excónsul de Colombia en Venezuela