CÚCUTA.- La perseverancia y la tenacidad caracterizan a los colombianos, en especial a los que dieron los primeros pasos para la liberación del yugo español. Edilberto Ruiz Araque, con la calidez humana intacta, propia de las tierras de la sabana, es exponente de esas cualidades. Calculador, apasionado por las mechas y la chicha, se ha convertido en el abanderado En Norte de Santander de un deporte autóctono, propio de la tierra del café y las mujeres hermosas. El tejo es producto del altiplano boyacense y todo buen colombiano reconoce, porque perdura en las costumbres.
Esta modalidad de entretenimiento nació en Turmequé (Boyacá), de la mano de los indígenas muiscas que habitaban esas tierras. Se convirtió en la insignia nacional que representa las tradiciones colombianas en el exterior. Guiado por la experiencia y la sabiduría de los practicantes, el tejo se niega a desaparecer de la memoria de los colombianos.
Don Edilberto, como es conocido por clientes y compañeros de afición, ha direccionado el proyecto de vida en rescatar la memoria de los antepasados por medio de la práctica de esta disciplina. Modalidad originaria de la tierra de los mejores deportistas latinoamericanos, y que “perdura hasta en los mejores coliseos de Tokio”, comentó entre risas el hombre que le ha regalado los mejores años al tejo.
De apariencia vigorosa, recia, corpulenta, llegó al mundo en la década de los 50, periodo en el que el país se sumergía en el conflicto armado y los años no tenían cuenta para la historia como la gran obra Guadalupe ‘años sin cuenta’, presentada en el teatro La Candelaria. Años después, trasciende como medicina de los adultos mayores, mujeres y jóvenes que encuentran en las canchas de barro, la música y el festejo los momentos de tranquilidad que necesitaban para olvidar el ajetreo citadino.
En la tierra del Dátil (fruto dulce de la palmera) Soata (Boyacá), Edilberto estudió solo un año en la escuela La Primavera. Por motivos económicos, familiares y sociales no pudo continuar en las aulas. Dedicado a las labores del humilde hogar, de pequeño dividía el tiempo libre entre practicar el deporte, ayudar en el campo y de vez en cuando abrir los cuadernos. Así fue como con el transcurrir de los años se apasionó de la práctica del tejo y asumió la vocería para el rescate del patrimonio cultural inmaterial del país.
Formado en el campo sobre la troncal Central del Norte, entre Tipacoque y Capitanejo, capital caprina, tabacalera y melonera de Colombia, Edilberto creció en medio de los cultivos de maíz, tomate y tabaco. La infancia fue sufrida, hecho que no olvida lejos de su tierra. “La comida no falta en el campo, pero de todas maneras el sufrimiento del campesino es fuerte”. Esas experiencias llevaron a Edilberto a la búsqueda de mejor vida. Un nuevo horizonte, alejado del trabajo forzado en el campo, y cumpliendo lo que siempre quiso hacer: practicar e impulsar el tejo.
En 1963, llegó a la casa de duendes, la calurosa perla del norte. Traía el objetivo claro de cimentar el proceso de formación en el deporte. La gran plaza y las inquietantes expectativas para posicionar la disciplina rodearon los primeros pasos. La fuerza de la familia, como siempre, indispensable en el devenir de los años. El desarrollo del proyecto de vida comenzó a gestarse desde las primeras organizaciones de certámenes que reunían a aficionados del deporte. Un andar espinoso que no desvanecía lo que para Edilberto es su pasión, una victoria en el mundo de la razón.
La bata marrón, los anteojos y la gorra con el apodo ‘El Tejista’ singularizan al hombre que no deja fallecer las tradiciones y costumbres de los antepasados, que por estos tiempos desaparecen sobrepasados por la globalización. Conocedor de todas las modalidades del tejo (mini tejo, poni tejo, tejo, maxi tejo) Edilberto Ruiz Araque se encarga de que perdure en la memoria de los colombianos, lo que Coldeportes en la Ley 613 del 4 de septiembre del 2000 denomino como ‘único deporte nacional autóctono’.
Especialista en pegar tatucos, o mecha como se los conoce en los clubes populares del país, escribe en el horizonte utópico una nueva página de la historia colombiana, que cada vez pierde el rumbo producto de las malas administraciones y el direccionamiento de la atención hacia asuntos de poco interés como lo es el rescate de la identidad cultural.
Reconquistar aquello que hace diferentes a los colombianos de otras regiones del mundo es el propósito. Con el corazón y la memoria tocados por los recuerdos Don Edilberto se despide y recalca en que las puertas están abiertas para vivir la experiencia de un domingo de tejo y la iniciativa de que se mantenga viva la modalidad.
ANDERSON SALINAS
Foto: RUBÉN AGUDELO
UNIDAD INVESTIGATIVA UNIVERSITARIA