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Paso Andino sigue hundido

SAN ANTONIO (Venezuela).- Décadas atrás, un paseo que se hizo obligado en los hogares cucuteños era ir hasta el Paso Andino, en la ruta a San Cristóbal (Venezuela), aprovechar el bajo precio de la gasolina, llenar el tanque del carro y desayunar, almorzar o comer en el restaurante.

La facilidad de pasar sin documentos permitía que el viaje se convirtiera en un momento especial para la familia. Los guardias, al ver que en el automóvil o camioneta iban papá, mamá e hijos, daban permiso para seguir el camino.

Los niños aprovechaban para juguetear con el aire fresco que entraba por las ventanillas. El frío de las mañanas o de las noches era buena disculpa para estar alegres y regresar con ganas de volver a la semana siguiente.

Las señoras sacaban el rato para pasearse por las tiendas de artesanías o los miniabastos, comprar cualquier muñeca o figura para gastar unos bolívares. Los precios permitían esos lujos cada ocho días.

Los señores tenían la múltiple misión de conducir, hacer fila, estar pendiente del componente familiar y estacionar frente al restaurante. Ahí, en ese sitio, se daban el banquete.

La pisca, los huevos revueltos, el queso para untar, el café caliente, las costillitas de marrano, las arepas, el chocolate, los jugos enlatados y demás alimentos aguardaban en los calentadores.

También, había mujeres que subían solas, hombres que no necesitaban compañía y parejas que le sacaban provecho a la necesidad de tanquear con gasolina de 87, 91 y 95 octanos.

Los tiempos cambiaron. Los guardias comenzaron a exigir permiso fronterizo, pasaporte y hasta visa. Al volver, requisaban los tanques para comprobar que el conductor no incurría en contrabando de combustible. Y las colas se hicieron interminables.

Las costumbres cambiaron. El bolívar bajó de precio, la gasolina ecológica se conseguía fácil en las calles cucuteñas, los niños crecieron y se ocuparon en el computador, la esposa le perdió gusto al paseo y prefirió las telenovelas, y el marido terminaba con estrés el doble recorrido.

Fanny cumplió cinco años como encargada de la limpieza y mantenimiento de los baños. Se acostumbró a atender muchos clientes y a recibir buena paga por el oficio que cumple. De los 100 bolívares que costaba el servicio elevó la tarifa a 1.500 bolívares, de los normales.

   

En diciembre, la oleada invernal que azotó a la zona de frontera echó por tierra las ilusiones de esa mujer menuda y morena. Una falla geológica hundió la parte donde estaban los surtidores de gasolina. La naturaleza no avisó y sorprendió a dueños y clientes.

El piso cedió y da la impresión de haber ocurrido un terremoto. El pavimento se agrietó y la tierra se chupó la capa asfáltica. El agua subterránea hizo los estragos inimaginables y cobró por el descuido humano.

La vista que ofrece el lugar es contraria al recuerdo. No hay carros a la espera del turno que seguía por voluntad del guardia. Los bomberos no tienen cómo ganarse el salario extra por dejar pasar vehículos sin hacer fila. Los gasolineros desaparecieron con sus automóviles intimidantes. Los muleros no humillan con el tamaño del camión.

Ahora, tres hombres les dan porrazos a los escombros sin prisa. Paso Andino perdió el encanto para los que se surtían de combustible. En cambio, adentro, en el comedor, religiosamente aparecen los alimentos humeantes para ser consumidos por los viajeros que buscan gasolina más arriba. Fanny mantiene la fidelidad al negocio y atiende como si nada hubiera ocurrido, así lleve menos monedas a casa.

RAFAEL ANTONIO PABÓN

rafaelpabon58@hotmail.com

Sobre Rafael Antonio Pabón

Nací en Arboledas (Norte de Santander - Colombia), educado y formado como periodista en la Universidad de la Sabana (Bogotá), gustoso de leer crónicas y amante de escribir este género periodístico, docente en la Universidad de Pamplona (Colombia) y seguidor incansable del Cúcuta Deportivo.

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