El debate lleva varios años y se ha agudizado en los últimos meses. Mientras el Gobierno está decidido a vender el páramo Santurbán a una multinacional, para que explote el oro que guarda en sus entrañas el ecosistema, en Norte de Santander y Santander se levantan voces de protesta, porque no se avizora un futuro prometedor para estos departamentos, en materia de suministro de agua, a pesar de los billones de pesos que recibiría la nación por el preciado mineral.
La contaminación que provocarían las excavaciones, la utilización de elementos químicos y el uso de dinamita para llegar a los nacimientos del oro, pone de punta los nervios de quienes han agitado la bandera de negación a la exploración. La vida de los habitantes de los municipios que componen el anillo medioambiental protector del páramo cambiará a partir del ingreso de la primera máquina para excavar.
El agua que hoy nace y corre libre no volverá a tener la pureza de siempre, porque a ríos y quebradas caerán residuos de productos empleados para extraer el reluciente metal. La codicia del hombre acabará con ese recurso natural vital para preservar la vida humana y vegetal. Los millones de dólares pagados por permitir hurgar en el ecosistema no alcanzarán para saldar las cuentas provocadas por las necesidades insatisfechas de los directamente afectados.
El Gobierno, pareciera, actúa deslumbrado por la avaricia de contar en las arcas con billetes verdes que, dizque, invertirá en solucionar problemas al resto del país. Los ejemplos en los que se ha hablado en idéntico tono abundan y millones de colombianos continúan en medio de la miseria, sin que hayan visto llegar el remedio a esas angustias que los acosan.
Decir que lo ganado con el oro de Santurbán servirá para pavimentar carreteras, arreglar escuelas, dotar hospitales, construir campos deportivos y fomentar el arte suena a entelequia. Aquí, lo real son las cuentas abultadas en los bancos con las que sueñan quienes patrocinan el proyecto, defienden la propuesta de venta del páramo y aúpan al Gobierno para que firme el contrato.
Las comunidades afectadas por esta funesta idea próxima a convertirse en realidad, se han manifestado y quieren que les respeten los derechos que serían vulnerados por muchos (muchos) millones de pesos, que no les garantizan el principal de esos derechos, la vida. Por eso, claman que el Páramo Santurbán ‘ni se compra ni se vende’, solo se disfruta, se goza, se aprovecha, se vive.
RAFAEL ANTONIO PABÓN