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Pasaron 13 años, desde aquel día en que fue rescatado de la veterinaria por unos pesos. / Foto: Especial para www.contraluzcucuta.co

NECROLOGÍA. Punto final a la leyenda, Maicol

CÚCUTA.- Érase una vez un french poodle indomable, caprichoso, rebelde, que solía ganarse las caricias de quienes llegaban a casa de los amos. Negro, con pintas blancas en el pecho; rabón y cara entrañable. El ladrido fuerte retumbaba desde el garaje hasta el cuarto de los chécheres para anunciar que alguien estaba por entrar.

Ese cuadrúpedo, de pelo ensortijado, ojos amañadores y orejas enmarañadas, compartió el mundo con quienes quiso. Ahora, ha partido al cielo de los perros para reencontrarse con Paquita, Shaquira, Wendy y Droppy. Allá tendrán ensordecido al Maicol Uno, diferente en todo.

Pasaron 13 años, desde aquel día en que fue rescatado de la veterinaria por unos pesos. Era pequeñito, consentido, peludito y cariñoso. La figurita menuda encantó a quienes a partir de ese momento lo acogerían en el seno de la familia. Desde entonces se encargó de llenar de felicidad el hogar.

Fueron múltiples las travesuras vividas. Los muebles dañados con los dientes afilados, el portón podrido por el fuerte componente del orín, los zapatos escondidos a manera de juego, las mordeduras inocentes al obligársele a tragar la medicina, las rascadas impetuosas en las sillas y pare de contar.

También, son demasiados los momentos de angustia al sentirlo perdido. Un descuido al abrir la puerta mayor y la carrera imparable, seguida de gritos y afanes. Las escondidas en su hueco por largas horas provocaron inquietud entre los encargados de cuidarlo. Los ladridos a los vecinos que jamás quiso y los persiguió hasta morderles los talones.

Ahora, seguro, al volver a casa una sombra hará voltear la mirada en busca de ese quinto miembro que no está. La soledad comienza a sentirse y no habrá a quién llamar con el pito del carro o con la voz dulzona. Tampoco habrá necesidad de agacharse para buscar el cuerpo patas arriba que espera una rascadita en la panza.

La leyenda ha desaparecido y será mejor recordarlo con la mirada indiferente ante cualquier regaño. Era poco lo que le importaban las amenazas, porque intuía que en la noche volvería a compartir la cama mayor. Y no se equivocó. Jamás durmió fuera del cuarto grande.

En la universidad alcanzó el máximo grado de aceptación, así no tuviera cartón como profesional. Se dio el lujo de corregir tareas simples, de revisar trabajos de largo aliento y de calificar tesis de grado. Los estudiantes no le tenían miedo, porque infundía respeto. Por ahí todavía lo preguntan, solo que la respuesta inmediata será: no está con nosotros.

Maicol vivió a sus anchas. Cada 20 días se hacía cortar el pelo y salía perfumado y con bufanda o corbatín. Era todo un galán. Comía alimento especial y sabía dónde hacer las necesidades para no contradecir el Código de Policía. Este personaje puso punto final a sus días, quizás no como hubiera querido, porque las últimas horas las sufrió en silencio.

Las lágrimas rodaron despacio por las mejillas y mientras el carro avanzaba por las calles de la ciudad, aquel nudo que aprieta en la garganta se ajustaba más. Para qué hablar si se despedía al otro integrante de la familia. El duelo comienza con este escrito. Ojalá entiendan el dolor que se lleva por dentro.

Solo resta despedirlo como en muchas ocasiones cuando quedaba al cuidado de la casa. ‘Chao, viejo perro’.

RAFAEL ANTONIO PABÓN

rafaelpabon58@hotmail.com

Sobre Rafael Antonio Pabón

Nací en Arboledas (Norte de Santander - Colombia), educado y formado como periodista en la Universidad de la Sabana (Bogotá), gustoso de leer crónicas y amante de escribir este género periodístico, docente en la Universidad de Pamplona (Colombia) y seguidor incansable del Cúcuta Deportivo.

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