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CÚCUTA.- En una columna están pegadas las hojas de papel con nombres de las víctimas del conflicto armado en Norte de Santander. En el piso, a manera de un largo camino, otras impresiones contienen los datos de hombres y mujeres que las balas les arrebataron la vida en el resto del país. Al lado, en el viejo baúl, están las canciones, los libros y los poemas prohibidos sin razón.
La noche es de viernes. La Quinta Teresa recibe a algunos sobrevivientes de una época de exterminio por pertenecer a otro partido político, diferente a los tradicionales, y por tener ideas distintas a las impuestas por años. Los acompañan niños que, quizás, no entienden el dolor de los adultos que los sujetan de las manos. Hay silencio.
Oscuridad, cámara acción. Dos actores representan esos momentos de angustia, dolor y muerte vividos en varios municipios de Norte de Santander. La persecución, la incertidumbre y el miedo se reflejan en los movimientos de los artistas. No hay palabras, solo susurros y zozobra porque se acerca la hora de ponerse frente a frente con el enemigo que no eligieron, pero que el sistema político nacional les engendró.
Entre la penumbra las figuras corretean, huyen, se esconden. Buscan afanosamente ese refugio que les permita salvarse. El sonido de una bala atraviesa el ambiente. La música sube en intensidad. El hombre cae, la mujer lo rescata. La mujer se derrumba, el hombre la arrastra. El cantante interpreta “No basta rezar, faltan muchas cosas para conseguir la paz” (Los Guaraguaos).
El cuarto está oscuro. Pasan los minutos en medio de la incertidumbre por lo que vendrá. Nadie habla. Permanecen callados como en aquellos momentos cuando no querían que los perseguidores los descubrieran. Ni siquiera pueden mirarse a los ojos, porque las tinieblas no lo permiten. Solo se siente un roce, sin saber quién está al lado. Una silueta se proyecta en la cortina y recita un poema triste.
Hágase la luz. Al frente está la pared tapizada con la historia de la Unión Patriótica. Comienza en 1984 y recorre los trágicos años que afrontaron los militantes de este partido político. Al fondo, fotos de víctimas, aunque conocidos, no llevan el nombre, seguro, para que los asistentes hagan memoria y los recuerden.
En el piso, el camino está trazado con discos de acetato, con esas canciones prohibidas de Alí Primera y demás artistas contestatarios de la época. Siguen las cámaras fotográficas, esas que registraron los momentos aciagos de los militantes de la UP. Continúan los casetes, en los que se grabaron las canciones para conservarlas y no permitir la destrucción de los mensajes. Los pétalos rojos simbolizan la sangre derramada y no reparada. Las calaveras pertenecen a los caídos que siguen sin identificación ni reparación.
Tres vídeos les dan voz a quienes la perdieron en esos años de difícil recordación. Hablan desde la experiencia personal para transmitir a nuevas generaciones la historia que el viento no ha podido borrar del mapa político colombiano. Las palabras están revestidas de añoranzas y brotan con sentimiento por haber vivido una época que no quieren se repita en el país.
La oportunidad llegó para quienes expresarse y contar apartes de su vida. Hay papel y marcadores para escribir. Hay espacio y tiempo para pensar. Hay historias y vivencias para narrar. Hay ambiente y víctimas para hacer el duelo. Es viernes de noche.
RAFAEL ANTONIO PABÓN
