CÚCUTA.- La tranquilidad de la calurosa tarde cucuteña, de pronto, se interrumpió por el sonar de tambores, el trombón y la guacharaca. No había prevista una procesión, ni una caravana, tampoco una fiesta. La música la interpretaban cuatro hombres sin vestido de músicos, sin uniforme de orquesta y sin partitura a la vista.
Los vientos huracanados producidos por la situación política y social venezolana los impulsaron hasta la frontera desde la natal Maracay, donde vivían bien, tenían buen trabajo y gozaban de salud económica. Allá, no soportaron la crisis y decidieron unirse para buscar cómo mantener a la familia, compuesta por padres, hijos y esposa.
Daniel Rosero, Ronald Castillo, Juan Carlos Aguirre, Tomás Reinaldo (Tito) y otros cuatro viejos amigos hablaron, se pusieron de acuerdo, hicieron maletas y decidieron viajar a un país vecino, pero desconocido. Llegaron en medio de la incertidumbre, con temor de que no los recibieran bien y angustiados porque en casa quedaba el presente a la espera de lo que consiguieran.
En febrero desempacaron la ropa, sacaron los instrumentos y comenzaron a recorrer las calles de la ciudad para procurarse un dinero que sirviera para enviar a casa. La capital del estado Aragua está a 100 kilómetros al oeste de Caracas y muy lejos de Cúcuta.
Daniel con el trombón, Ronald con el bombo, Juan Carlos con el tambor y Tomás con el redoblante arman la fiesta ambulante en los barrios cucuteños. El piano y el bajo no los llevan a todas partes, los mantienen en resguardo por el valor que tienen en pesos. Ese es ‘El Combo de Tito’.
Caminan de calle en calle, dejan oír guarachas, cumbias, ritmos caribeños, merengue, melodías de la Billos, de Los Melódicos, de Pastor López, del folclor costeño aragüeño (mapalé) y de la orquesta o artista que sea.
“Nos tocó salir a dar serenata y la gente nos colabora”, dijo Daniel. De las viviendas salen manos caritativas que les depositan monedas o billetes de baja denominación en un tarro que cuidan con esmero. Esa paga la juntan y al llegar al barrio La Unión la cuentan y la reparten en partes iguales.
A los donantes y a los transeúntes que encuentren en el camino les entregan un papelito con los datos básicos para que los contraten. ‘Amenizamos tu hora local y todo tipo de eventos’, dice en la que llaman tarjetica. Esta manera simple de publicidad les ha dado resultado y durante las recientes Fiestas de Cúcuta consiguieron tocar en una feria de la moda, en varios desfiles de carrozas y en algunas comparsas. También, han subido a tarimas de clubes locales.
La jornada musical callejera comienza a las 2:00 de la tarde. Termina cuando el cuerpo diga no más o cuando las horas se hayan consumido al son de los instrumentos. “La gente nos ha recibido con alegría”, gesto que Daniel agradece.
El desplazamiento desde Maracay les ha costado en lo familiar, lo personal y lo sentimental, porque como orquesta les iba bien y tenían la música como un ‘mata tigre’. Estos es, como entretenimiento, diversión y para pasarla chévere. “Era nuestra forma de agarrar algo (de dinero) extra”.
Rosero es licenciado en educación, Aguirre es operador técnico de maquinaria, Tomás es ingeniero de sistemas y Ronald era asistente de seguridad en la Alcaldía de Maracay. “Decidimos venirnos a Cúcuta a mostrar nuestro talento por la situación del país”, dijo Ronald, quien reconoce que han encontrado buen recibimiento por parte de los cucuteños.
A parte de la receptividad, también, han escuchado críticas originadas por el mal comportamiento de algunos de sus paisanos que han llegado a la capital de Norte de Santander a dejar por el suelo el nombre de Venezuela. “Nos han recibido muy bien, no nos podemos quejar. Este es un país muy bello”, aseguró Castillo.
La idea de caminar y tocar no es original. Otros compañeros emigraron a Barranquilla y se dedican a este oficio. Siguieron el ejemplo, lo adaptaron al estilo que se ajustara a la frontera y comenzaron a ejecutarlo. No pasaron hasta la capital atlanticense, porque Cúcuta les queda más cera para visitar a los familiares, ir de vez en cuando y permanecen en contacto con los seres queridos.
En la selección del sector sonde actuarán participan los ocho. Cada día escogen un barrio para darse a conocer y desempeñarse musicalmente para que los escuchen y los contraten para tocatas públicas o privadas. El costo de la animación de la fiesta depende del sitio y del tiempo. Para cobrar se han asesorado con colegas colombianos y así evitan la competencia desleal que les ocasionaría problemas con el gremio. “Negociamos con el cliente”.
En ocasiones llegan a otros lugares por recomendación de los vecinos que los escuchan. Les sugieren barrios, restaurantes, bebederos, según el día y la hora. “Los cucuteños son acogedores y nos bendicen cada día”. En este trajín diario, que han adoptado como empleo, han recibido más bendiciones que persecuciones.
El sonido de los instrumentos, a mitad de la tarde, suena raro, es novedoso. Hoy, salieron cuatro hombres, pero son ocho los que quieren regresar al país, algún día, para estar de nuevo con padres, hijos y esposa y retomar el estilo de vida que tuvieron hasta hace pocos años. “Todos los días nos comunicamos vía telefónica. No tener la familia, es difícil”.
El trombón soltó otra nota, lo siguieron el redoblante, la guacharaca y el bombo. Los compases armoniosos dejaron oír una nueva melodía. Daniel, Ronald, Juan Carlos y Tomás partieron hacia otra calle en procura de otra moneda o de otro billete. Caminan suave, la música los dirige. Doblaron la esquina y se perdieron a la vita. Cae la noche.
RAFAEL ANTONIO PABÓN
rafaelpabon58@hotmail.com