CÚCUTA.- Al principio de la carrera como artista firmaba los trabajos con el nombre verdadero. Luego, tomó el ejemplo de colegas pintores, cantantes, escultores y optó por Margarita Möller. El apellido lo tomó prestado de una amiga. El cambio de identidad fue recomendación de un amigo a quien no le parecía que Zenaida García vendería cuadros, pinturas y retratos.
La historia comienza en la Caracas de la década de los 70 del siglo XX. La capital venezolana era distinta a la de ahora y hasta tuvo Escuela de Arte, que luego el gobierno socialista cerró sin explicación alguna. Ahí, Margarita estudió y aprendió a dibujar. Después, la vida cambió en el país y la existencia de esta mujer dio un vuelco total.
En la niñez, mientras aprendía a leer y a escribir, a sumar y a restar, siempre la tenían en cuenta para los trabajos relacionados con la pintura. Las notas la respaldaban y eran buena referencia para que los docentes la eligieran para esas tareas.
- Nunca creí que iba a ser pintora. Mi mamá me obligaba era a estudiar, estudiar y estudiar. No sabía para qué estudiaba, hasta que me metí a la escuela de arte.
Tenía 8 años. Día de la Madre. Momento propicio para pintar un cuadro. Tomó una tabla, buscó las témperas y manos a la obra. Pintó sobre una madera vieja que encontró por ahí. Era un paisaje nocturno, con luna y estrellas, árboles y cielo azul oscuro. Ese fue el regalo que le dio a la mamá.
A los 17 años, con lo que ganó en el trabajo compró el primer equipo de óleo. No sabía de pintura. Plasmaba las imágenes que le salían de la cabeza por inspiración natural. Ahí comenzó el reto y sin profesor. Y se imaginó un paisaje, que aún tiene en la mente. Hoy, al regresar a ese momento está segura de que es un don, porque nadie le dijo que lo hiciera ni cómo.
Comenzó como paisajista y pasó al arte abstracto. Para orgullo propio, vendía las obras. A las compañeras de estudio les hacía trabajos gratis. Después tomó conciencia del esfuerzo y también les cobraba por los rostros de los profesores y otros encargos.
- En la Escuela de Arte me enseñaron el dibujo y la pintura. Sabía que me hacía falta el estudio formal, porque así sea abstracto, la pintura necesita un dibujo. El dibujo marca la línea y dice la armonía.
Mientras habla trabaja en el dibujo de una joven. Hace trazos con lápiz negro. Mira la copia que tiene al lado izquierdo y continúa. La mano se desliza suave y si tiene que borrar lo hace con naturalidad. La concentración no la atormenta. Levanta poco la mirada y esconde los ojos detrás de las gafas oscuras. Solo en una ocasión se las retiró y posó para la siguiente foto. Entre los sueños que abriga aparece la academia en línea para impartir clases.
A Cúcuta llegó hace seis años. Hasta acá la impulsaron los problemas socioeconómicos que afronta Venezuela. No habla mal del presidente, porque de pronto escucha esas afirmaciones y toma represalias. Está sentada en el parque Los Fundadores. Antes, se encontraba en la calle 10, sitio que dejó por problemas con un paisano. Aquí, comparte espacio con los artesanos.
- Domino el retrato al momento, en 10 minutos lo hago a una sola persona si trae la foto.
Siente que los cucuteños la han tratado bien, de lo contrario se hubiera ido. En ese tiempo que lleva en la ciudad ha retratado a centenares de colombianos y venezolanos que aprecian lo que hace. El tiempo empleado depende del tamaño. En algunas ocasiones la han contratado para hacer murales de retratos.
La destreza la ha ganado con la constancia diaria. El dibujo es matemático. Suelta el segundo sueño. Meterse en las redes sociales para ser millonaria. Es un deseo que expresa con seguridad. “Claro, quiero ser millonaria” y ganarse el primer millón no de pesos, sino de dólares.
Para alcanzar esa cifra en billetes verdes trabaja en la posibilidad de enseñar algo que no han hecho los demás. Comenzar con ideas propias para innovar en el mercado del arte. Cobrará en criptomonedas cuando digitalice el arte que produce.
Todavía no sabe qué hará con ese primer millón. De lo que sí está segura es de que primero tiene que sentirlo; luego, invertirlo para que genere otros cinco millones. Suelta una carcajada, la primera de esa mañana, y aclara que está echando broma.
- Lo bueno que viene ahora son las redes sociales, trabajar y ganar dinero. También, estoy creando mi catálogo en físico para contactar gente que le guste el arte y maneje plata y empresas para venderle obras.
A pesar de ese optimismo que aflora cuando habla, se detiene un momento para hacer una confesión: “A veces me he ido para la casa sin dinero”. Tampoco es que quiera ponerse a llorar. Está segura de que eso se va a acabar poco a poco. “Hay otros días que todo me sale bien”.
Hoy, al mirarse al espejo, ve a una mujer llena de fortaleza. No es la Margarita que llegó dolida, aprendió a recuperarse del dolor y a estar sola.
- Ahora tengo fortaleza de cocodrilo. Nadie me hace llorar. O sea que si me sale una lágrima, será una lágrima de cocodrilo.
RAFAEL ANTONIO PABÓN